"¿Te gusta la Torre Nueva, franchuta?": el pintoresco paso de Emilia Pardo Bazán por Aragón

La editorial Rimpego recopila con anotaciones los artículos de viajes de la escritora gallega, varios de los cuales tuvieron como destino Zaragoza y alrededores y fueron reseñados por HERALDO.

Retrato de Emilia Pardo Bazán junto a la desaparecida Torre Nueva y el Palacio de la Aljafería a comienzos del siglo XX.
Retrato de Emilia Pardo Bazán junto a la desaparecida Torre Nueva y el Palacio de la Aljafería a comienzos del siglo XX.
Ayuntamiento de Zaragoza/ Heraldo

"Con tal cariño la miraba, que un chicuelo baturro, acercándose a mí y burlándose, por supuesto, me interpeló...

-¿Te gusta la Torre Nueva, franchuta?

¡Ay, si me gustaba! Mis ojos no sabían apartarse de sus torrecillas menudas, de sus franjas de arabescos, de sus góticas galerías, de sus ojivas finas y estrechas, de la curiosa, atrevida, gallarda columna de trescientos pies de elevación, y a la cual la inclinación misma prestaba singular encanto, como de enigma".

Este párrafo forma parte de los numerosos artículos de viajes que Emilia Pardo Bazán escribió a finales del XIX que incluyeron Aragón hasta en tres ocasiones. Más de cien años después resulta una foto imperdible de su manera de ser y de una época.

La sonrisa que asomará en muchos aragoneses al leer el comentario del niño somarda se unirá al regusto amargo de la destrucción, al filo del XIX, de la Torre Nueva, en lo que hoy resulta uno de los episodios más tristes y ominosos de la historia de la capital aragonesa. Pardo Bazán, de hecho, regresó tras el atropello y escribiría: "Cuando volví a Zaragoza, la Torre Nueva había desaparecido, bárbaramente arrasada, sin que la piadosa idea de reconstruirla en otra parte hubiese germinado en los cerebros de los vándalos demoledores...".

Ahora, estas reflexiones y otras muchas de una mujer de "cultura heterodoxa" y cargada de razones se reúnen en el libro 'Por la España pintoresca y otras notas de viaje', una recopilación anotada de la editorial leonesa Rimpego que devuelve a la actualidad el libro viajero de la escritora gallega por Aragón y variados lugares de España, amén de otros artículos del mismo género. "No se trata de una edición crítica", advierte el editor, Joaquín Alegre, "pero sí muy anotada", sobre todo en lo que al "contexto sociológico de la época se refiere". Se han reunido en especial aquellos textos más descriptivos y literarios. Sería el caso del artículo que doña Emilia dedica al Monasterio de Piedra donde, a juicio del editor, despliega "su pulso literario increíble". Más aún, Alegre cree que es en este registro en el que "llega más lejos".

Como mínimo es innegable que la literatura de viajes es trasunto de su fuerte personalidad, desbordante talento, verbo preciso y tono directo. Sus crónicas no buscan la imagen de postal: subraya lo que le causa fascinación pero no se ahorra las críticas, algunas lacerantes si bien siempre razonadas.

Fue el caso en Zaragoza, en concreto en su visita del 1 y 2 de octubre de octubre de 1899 que, por cierto, reseñó este periódico. Por las páginas del Heraldo de la época sabemos, por ejemplo, que la escritora, entonces ya muy conocida, se alojó en el Hotel Universo y que asistió a un espectáculo en el Teatro Pignatelli.

Página del Heraldo del 3 de octubre de 1899 con la reseña de la visita a Zaragoza de Emilia Pardo Bazán.
Página del Heraldo del 3 de octubre de 1899 con la reseña de la visita a Zaragoza de Emilia Pardo Bazán.
Heraldo

Allí acudió con un prohombre de la época, el político, empresario, escritor y presidente de las Cámaras de Comercio, Basilio Paraíso, que le hizo de anfitrión, la acompañó al Pilar a misa de 12 y hasta fue a despedirla a la estación.

Por los escritos de la propia Emilia se deduce que uno de los mejores momentos en la capital aragonesa lo compartió también con Paraíso, curiosamente, en otro lugar que, como la Torre Nueva, no ha llegado a nuestros días: la Quinta Julieta. De ese entorno desaparecido dice la autora de 'Los Pazos de Ulloa': "...un sitio amenísimo, de una coquetería de jardín de abanico, y donde la abundancia de agua de que se puede ufanar Zaragoza ha permitido simular un riachuelo (...)". Tal es la placidez que siente allí que llega a decir: "Se me habían disipado los pensamientos relacionados con los destinos de la patria en Zaragoza; y solo pensaba en lo grato del instante, viendo desde el balconcillo de la quinta la perspectiva de la ciudad -que después fuimos a contemplar desde el Cabezo de Buena Vista-.".

El Heraldo del 3 de octubre nos da otra perspectiva de aquel momento gracias al testigo periodista de esa experiencia compartida con Paraíso: "Hablan de literatura, de historia, de arte y hasta de política -"casi me costaba seguir el hilo de la conversación", admite la escritora en su versión de aquello-. Consciente de que está allí un periodista -de hecho, a la comida estaba invitado el director del Heraldo, que no pudo acudir finalmente-, Pardo le advierte a Paraíso: "No diga usted nada de esto. Daríamos pasto a la murmuración si se supiesen estos juicios políticos emitidos para nosotros solos...". El periodista, no obstante, respetó el 'off the record': "El lector se pierde frases muy felices que prodigó la señora Pardo Bazán con su palabra culta y correcta", reseña en el artículo.

Hubo más paradas en aquella visita. Tras inflamar su vena patriótica visitando las huellas que los franceses dejaron en la heroica Zaragoza de la Guerra de la Independencia y exaltar la resistencia de sus habitantes, se dirige a la Aljafería, donde, relata: "Decayó mi entusiasmo".. Tras describir la espectacularidad del lugar y de su pasado, no puede por menos que señalar para mal su destino de entonces: un arsenal. "Así a bulto me parecieron anticuados los modelos de fusiles, y no me satisfizo ni la colocación ni la limpieza de aquella armería". Insiste: "Salí de allí preocupada. No me distrajo ni el famoso balcón de la Gitana, desde el cual el Conde de Luna ordenó que cayese la cabeza de su hermano el trovador Manrique". Tal es su decepción, que Pardo Bazán llega a negar y calificar de "descabellada patraña" esta "leyenda" glosada por García Gutiérrez en la que, a su vez, se basó Verdi para su 'Trovador'.

Sus impresiones de la Basílica del Pilar no son mucho mejores. Dedica varias líneas al "fenómeno" de la devoción a la Virgen del Pilar, que llega a tachar de "moda". Como en el caso del palacio árabe, al entrar en el edificio queda profundamente desencantada. Se lamentó de que apenas quedase rastro de las construcciones del siglo XIII a causa de, sostiene, un "torrente de barroquismo". A esto le atribuye de que el templo sea, a su juicio, "vasto sin grandeza y rico sin magnificencia". No se para ahí. De las bóvedas opina que "aplanan el alma en vez de elevarla al cielo". Y en cuanto a la "sacratísima efigie" dice que "apenas se ve": "Tanta plata, tantas alhajas, tanto cirio, la verja que no permite acercarse al altar, impiden que los ojos distingan pormenores".

Como detalle entrañable, la gallega relata cómo los devotos locales se despiden "con la mano, familiarmente, de la Virgen".

Pero si hay un destino aragonés que fascinó a Pardo Bazán ese fue el Monasterio de Piedra, una fama que conserva en la actualidad. Su paseo por ese trozo de la naturaleza zaragozana discurrió entre el embeleso y la excitación aventurera. Tal es la impresión que le produce, que llega a dudar de su propia capacidad a la hora de transmitirlo al lector: "No quisiera que los rasgos generales de esta descripción de Piedra pudiesen confundir con los de otras descripciones de sitios donde también hay árboles, cascadas, lagos y grutas. Es preciso que si mi pluma no consigue retratar la divina belleza del oasis, a lo menos consiga expresar en qué vence y eclipsa a otros sitios pintorescos de España y Europa". Y así a lo largo de varias páginas sin que decaiga su entusiasmo.

Eso sí, genio y figura, no se ahorró una invectiva a su paso por Nuévalos: "Según dijo alguien acertadamente debiera llamarse Viéjalos, porque su caduca traza, su denso arbolado, su torreón cubierto y sombrío y sus casas desmanteladas y ruinosas evocan la Edad Media, la de los Urrea y los Luna". Pero mejor quedarse con lo que sintió después: "En el huerto de Piedra bien se puede asegurar que se camina de asombro en asombro".

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