Rosa Montero: "Lo que llamamos locura es una soledad atronadora"

La escritora encara los tormentos de la psique con una exploración que le ha permitido perder el miedo a la muerte.

Rosa Montero publica 'La buena suerte'.
Rosa Montero publica 'La buena suerte'.
Iván Giménez.

Rosa Montero cree haber escrito el libro de su vida. En 'El peligro de estar cuerda' (Seix Barral) indaga en los tortuosos caminos que recorre la mente para extraviarse, desde la locura al suicidio. La novelista, que desde pequeña siempre creyó que algo no funcionaba en su cabeza, investiga con tenacidad de entomóloga las enajenaciones de la psique como si ella misma fuera el objeto de estudio.

Convencida de que su cerebro no ha acabado de madurar neurológicamente, ha acudido al diván del psicoanalista en tres ocasiones distintas en su vida y ha lidiado con los ataques de pánico. Quizá por sentirse diferente, ha sabido ponerse en la piel de esos creadores que conjugaron la genialidad con la enfermedad mental. Muchos personajes se asoman a las páginas de 'El peligro de estar cuerda', pero tres mujeres, Emily Dickinson, Janet Frame y Sylvia Plath han deslumbrado con sus vicisitudes vitales a la autora. La nueva obra de Rosa Montero transita por esos trastornos, psicosis y alucinaciones, caldo de cultivo a veces de la brillantez artística.

La escritora parte de la idea, expuesta por el departamento de Psicología de la Universidad de Yale (Estados Unidos), de que la normalidad no es más que una construcción estadística. «Lo normal es ser raro, y solo asumiendo esa rareza es como podemos llegar a saber el fondo de lo que somos», argumenta Rosa Montero, quien tras explorar los tormentos del cerebro ha perdido el miedo a la muerte. «Soy una escritora existencialista y, en ese registro, he dado un pasito más para entender y aceptar la muerte. Pero este no es un libro testimonial, no tengo sensación de haberme desnudado».

La historia de la literatura ofrece abundantes ejemplos de cómo la creatividad se aloja en intelectos extravagantes. Kafka masticaba cada bocado 32 veces y hacía gimnasia en cueros; Agatha Christie urdía sus tramas de misterio en la bañera y Ruyard Kipling solo podía escribir con tinta negra. Por no hablar de esas fobias que inducían a Freud a tener pavor a los trenes; a Napoleón, a los gatos; y a Hitchcock, a los huevos.

Hace cuatro año la prosista pergeñó la primera idea de lo que sería el presente libro. Después de escribirlo, un trabajo laborioso en que tenía pensado hablar hasta de sesenta asuntos distintos, Rosa Montero ya no es la misma. Ha experimentado un proceso sanador. «Sigo teniendo dolores, oscuridades y angustias, pero he descubierto una manera de vivir mejor. He comprendido por qué tengo la cabeza como la tengo y cómo se articula la creación».

El matemático y Premio Nobel John Nash, víctima de delirios esquizofrénico-paranoicos, creía, entre otros dislates, que le perseguían unos comunistas y que estaba llamado a ser el emperador de la Antártida. Sufrió un calvario de electrochoques, ingresos psiquiátricos y abandono, hasta que llegó a cierto grado de cordura. Habiendo ya recuperado parte de su lucidez original, lamentaba que la razón le privara de una especie de capacidad visionaria. «No todo eran ganancias con su recuperación. La primera vez que me presenté ante el psicoanalista iba muerta de miedo por si me curaban, por el 'peligro de estar cuerda', que es un verso precioso de Emily Dickinson».

Para la autora, si algo define la pérdida de salud mental es el aislamiento. «Lo que llamamos locura es una soledad atronadora. Cuando tienes una crisis es como si un gigante te pegara una patada y te sacara de su vida y de la especie humana. Ni siquiera te crees humano. Si a eso se le añade el ostracismo con que se ha estado castigando a los enfermos mentales resulta que el paciente acaba condenado al infierno».

"Yo consciente"

Abordar el asunto de la locura y sus múltiples bifurcaciones ha representado una labor titánica, había que desbrozar el camino, lo cual solo ha sido posible borrando el «yo consciente» y poniéndose a escribir como si bailara, siguiendo la música del relato. Quizá por eso la narración, asegura la escritora, está dotada de un ritmo interno muy logrado.

Kate Millett y Doris Lessing fascinan a Rosa Montero, pero quien de verdad la ha enamorado es Janet Frame, una narradora neozelandesa cuya juventud estuvo marcada por un intento de suicidio. Le diagnosticaron esquizofrenia de forma errónea, la frieron a electrochoques cuando se aplicaban sin anestesia ni relajantes musculares y erró por manicomios en una existencia miserable. Se salvó milagrosamente de una lobotomía debido a que el director del psiquiátrico leyó en el momento justo que era ganadora de un premio literario.

Cuando por fin podía salir de la pobreza gracias a que había recibido en herencia la casa de su padre, que la había maltratado con saña, prefirió regalársela a su hermano porque, según dijo, tuvo mucho menos suerte que ella. «Fue una tía adorable y maravillosa que sufrió una vida dificilísima, y a pesar de ello llevó una existencia autónoma, creativa y positiva».

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