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El Mediterráneo emocional de Yuval Noah Harari e Irene Vallejo

Una lectura cruzada llena de coincidencias del escritor y pensador israelí y de la autora 'El infinito en un junco'

Yuval Noah Harari e Irene Vallejo. Una lectura cruzada.
Irene Vallejo ha saltado la barrera de los 200.000 ejemplares con 'El infinito en un junco'.
José Miguel Marco.

Desde finales de febrero, cuando nuestro nieto más pequeño trajo del colegio un catarro fortísimo que nos pasó a todos y que, tal vez, fuera ya la covid, estoy transitando disciplinadamente por la pandemia en compañía de dos jóvenes escritores mediterráneos y sus libros, enormes en todos los sentidos –500 y 400 páginas– , de recreación histórico-emocional ambos, al estilo e nuestro tiempo, grandes y densos. ‘Sapiens’, del israelí Yuval Noah Harari (Ramdom House, Barcelona, 2014) y ‘El infinito en un junco’ (Siruela, Madrid, 2919) de nuestra joven Hipatia aragonesa, Irene Vallejo. El primero es historiador, aunque intencionadamente lo disimule aquí, y profesor en la Universidad Hebrea de Jerusalén, y ella periodista en Aragón, pero no solo, y de formación clásica profunda. ‘El junco...’ lo había comprado yo en Zaragoza y lo tenía en espera, entre otros, y el de Harari me lo pasó mi hija la socióloga, a quien se lo había prestado un amigo médico en Jaca.

Decretado el primer encierro total, era el momento de abordarlos al alimón, porque su temática y su tamaño, felizmente, no se acaban nunca. En el caso del israelí, dedicado a su padre, se han vendido más de once millones, y en el caso de Vallejo, cuando yo lo compré, iba por la décima edición en un año; ahora va por la 31 y supera los 200.000 ejemplares vendidos. Ambos escritores tienen casi la misma edad cuarentenaria y son entusiastas como yo, que les doblo la edad, de la cultura mediterránea, aunque Harari se haya doctorado en Oxford.

El paralelismo, cuando coinciden en el siglo IV de nuestra era es evidente, aunque Yuval Noah Harari parte de los orígenes básicos, e Irene Vallejo se instala en el disfrute de sus preferencias griegas, con la figura de Alejandro dominándolo todo.

Ambos libros podrían encuadrarse en el género de los ensayos novelados, tan de actualidad, con una base histórica respetada pero no sacralizada, traída mágica y brillantemente a nuestro presente. El paralelismo, cuando coinciden en el siglo IV de nuestra era es evidente, aunque Yuval Noah Harari parte de los orígenes básicos, e Irene Vallejo se instala en el disfrute de sus preferencias griegas, con la figura de Alejandro dominándolo todo.

Los egipcios de Vallejo –página 16– se incorporan directos en la página 123 del historiador, el segundo en busca de la historia de la humanidad hasta hoy y la escritora en la historia del libro, que acaban siendo la misma cosa. Noah, cuando por mi mano pecadora recibe a Irene, ha dejado atrás la física, la química y la biología del origen de la humanidad hasta llegar a la última abuela común de humanos y chimpancés, pasando por la revolución cognitiva –la capacidad de imaginar lo que no existe–, los grandes desplazamientos intercontinentales y la revolución agrícola, que obliga a prever el futuro. Irene parte de Egipto, pero no de Sargón, sino de cuando los faraones, muerto Alejandro, envían a grupos de hombres a caballo a recorrer el mundo conocido, buscando... libros. ¿Qué libros, dónde, cuándo, y, sobre todo, cómo? ¿Dónde estaban, cuándo se escribieron, cómo obtenerlos de sus posibles dueños?

Desechadas, pero no despreciadas ni perdidas las tablillas escritas sobre arcilla seca, el Nilo proporcionó al mundo el nuevo material para la escritura, que dura hasta hoy: el papel. Un junco grueso «como el brazo de un hombre fornido» crecía en el agua enrollado sobre sí mismo en capas abundantes y flexibles, que se podían lavar, alisar, secar y endurecer con enorme dedicación, y así Egipto desarrollaba al mismo tiempo su economía y su contribución decisiva a la historia de la humanidad que tanto preocupa a Harari.

Irene Vallejo se recrea aquí en la figura de Alejandro Magno, en su ciudad y su biblioteca, hasta que, muerto a los 32 años, su íntimo amigo Ptolomeo, decide hacer, en su memoria, de Alejandría y su biblioteca un referente cultural determinante, no solo para el área mediterránea que domina, sino para todo el mundo antiguo conocido.

En este mismo momento histórico de los dos libros, Harari, en un capítulo que titula ‘Contruyendo pirámides’, dice que en 3.100 a. de C. todo el valle del Nilo inferior fue unificado en el primer reino egipcio que hizo posibles las ciudades, y, en un subtítulo de esa parte apostilla, como buen historiador judío y moderno: «Escritura y dinero».

Ambos me impresionan por igual, Harari e Irene Vallejo.

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