Irene Vallejo: "En los autores clásicos buscamos las certezas que no da la vida"

La aragonesa, premio Nacional de Ensayo 2020, defiende el libro como vehículo "de nuestras ficciones y nuestra ciencia, en el espacio y el tiempo"

La escritora zaragozana Irene Vallejo este miércoles, horas después de serle concedido el Premio Nacional de Ensayo 2020
La escritora zaragozana Irene Vallejo este miércoles, horas después de serle concedido el Premio Nacional de Ensayo 2020
José Miguel Marco

La escritora Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) fue galardonada este miércoles con el Premio Nacional de Ensayo 2020 por 'El infinito en un junco' (Siruela), obra en la que reconstruye el nacimiento del libro y elogia el poder salvador de la literatura. 

¡Cuántas satisfacciones le está dando 'El infinito en un junco!

Su nacimiento fue modesto. La verdad es que lo escribí sin compromiso alguno, sin saber si lo publicaría alguna editorial, y convencida de que en realidad estaba haciendo un brindis al sol. No sabía a quién podía interesarle, si es que le interesaba a alguien.

¿Cómo nació? ¿Por qué se metió en esta aventura?

Bueno, la idea original del libro se la debo a Rafael Argullol, que en una conversación de sobremesa, una de esas conversaciones en las que salen a la luz tantas cosas interesantes, me preguntó qué temas había estudiado en mis investigaciones. Le conté y le gustaron, me dijo que ahí había un ensayo. Yo había estudiado desde un ángulo académico el libro, las bibliotecas, los libreros y la lectura, me había basado en Marcial y había recogido numerosos testimonios y datos. Pero todo lo había dado a conocer a través de publicaciones especializadas y quise convertirlo en un ensayo literario. Me puse el reto de escribir un libro que cualquiera pudiera disfrutar como si se tratara de una novela de aventuras, que tuviera héroes y villanos, que discurriera lleno de anécdotas y datos curiosos. Un libro que contara así la propia historia del libro, los primeros pasos de la cultura literaria.

Y entre los muchos datos curiosos y anécdotas que da a conocer, ¿con cuál se queda?

Tengo debilidad por la historia del primer fan literario, un gaditano que gastó una fortuna recorriendo caminos peligrosos para viajar de Gades a Roma solo con el objetivo de conocer a su ídolo, que no era, como quizá lo podría ser hoy, un 'influencer' o un 'youtuber', sino Tito Livio. Nos lo cuenta Plinio el Joven. El caso simboliza muchas cosas, la principal, que la literatura es tan poderosa que tiene la capacidad de sacarnos de nuestras vidas para aventurarnos en territorios desconocidos. Y nos enseña que lo que pensamos que son fenómenos contemporáneos ya se daban en la Antigüedad.

Platón definía al hombre como un 'bípedo implume' y Aristóteles como 'el único animal que sonríe'. En su libro, usted lo presenta como el único animal que fabula.

Así es. El ser humano viaja y lleva sus historias a lugares lejanos; es el único que conoce su pasado. Una vaca o un caballo no saben nada del mundo antes de que ellos nacieran, sin embargo nosotros sí sabemos muchas cosas de cómo era el mundo hace cientos o incluso miles de años, vamos reconstruyéndonos sobre nuestro pasado. Y, en tanto que fabulamos, somos capaces de imaginar el futuro e incluso construirlo. Somos animales que leen y escriben, que llevan encima libros, los protegen, los cuidan, los escogen... Y gracias a eso han llegado el progreso y la tecnología.

¿Hay algo de canto de cisne en su libro? Muchos vaticinan la próxima muerte del libro.

En el momento en que empecé a escribir el ensayo sí que había cierta atmósfera de fin de época; parecía que el libro iba a desaparecer, que la literatura no iba a poder con otras formas de ocio y que, en cualquier caso, solo iba a sobrevivir en formato electrónico. Pero yo creo que el libro es un gran superviviente: ha hecho frente a crisis económicas, pobreza, saqueos, destrucciones... y siempre ha logrado sobrevivir. Por eso escribí con optimismo y confianza. Una de las funciones esenciales que cumple el libro es que hace viajar en el espacio y en el tiempo nuestras ficciones y nuestra ciencia.

¿Se dejó muchas cosas en el tintero?

La verdad es que el ensayo, en origen, era bastante más amplio. Llegaba hasta la invención de la imprenta, pero los editores me convencieron de reducir el marco temporal para que no resultara disperso. Lo hice, pero me ha quedado la sensación de que desde la caída del Imperio Romano hasta Gutenberg pasaron muchas cosas que no he llegado a contar, como que en ese periodo la cultura quedó encerrada en monasterios y abadías. Y me parece una etapa fascinante, que tiene sus elementos de suspense, de peligro. Hay que tener en cuenta que muchos de los que consideramos clásicos indiscutibles hoy en día nos han llegado a través de un único ejemplar o, quizá, de unos pocos. ¿Qué hubiera pasado si esos volúmenes hubieran ardido o se hubieran destruido? Pues que esas voces se hubieran apagado para siempre. Me gustaría profundizar en la aportación oriental al mundo del libro, porque desde China nos llegó el papel, y allí se cultiva desde hace siglos la caligrafía. Hay muchas culturas y sistemas de escritura que apenas conocemos, como los quipus, la escritura secreta de los antiguos incas... Pero antes de escribir sobre ello hay que investigar, conocer, queda mucho trabajo por delante. En el ensayo quise contar todo lo que sucedió en Grecia y Roma, quise ir al origen del libro. Se han quedado muchas cosas sin contar.

"Una columna que entienda todo el mundo es un desafío. He aprendido mucho escribiendo cada semana en HERALDO"

Parece que sí está dispuesta a continuar el ensayo. ¿O trabaja ya en otras cosas?

Hay una idea para una novela y otra para un ensayo. Pero estoy reposando. La situación es complicada, tengo un niño pequeño, mucho trabajo periodístico, se están publicando las primeras traducciones del libro a otros idiomas... Ya está la edición portuguesa y pronto llegarán la italiana, la francesa... Va a aparecer en treinta países y está siendo todo muy absorbente. Necesito concentración y mucho tiempo para escribir.

Usted, ¿es bibliófila?

No mucho, la verdad. Amo los libros pero no los colecciono. Los tengo, los leo, los presto, los regalo e incluso me deshago de ellos porque acaban invadiendo la casa y hay que ser prácticos.

Leyéndola, no se llega a saber si le gusta más Grecia o Roma.

Me gustan ambas, pero de distinta manera. A mí me fascinan civilizaciones en las que de ninguna manera me hubiera gustado vivir. Y es que, siendo mujer, lo habría tenido muy difícil en cualquiera de las dos civilizaciones, casi con toda seguridad no hubiera podido dedicarme a la literatura. Las desigualdades sociales, la esclavitud, las diferencias educativas... Tan solo en Roma, después de la República, las mujeres con mayores posibilidades económicas tuvieron un cierto espacio para participar de alguna manera en su sociedad. Muchos talentos se perdieron por la falta de oportunidades.

¿Cuántos libros de la editorial Gredos tiene en casa?

Muchos. No me he parado a contar los libros que tengo. En total, 4.000, 5.000. No sé. Cualquier cantidad es enorme respecto a lo que había siglos atrás. Las bibliotecas de las abadías, incluso de la que eran famosas, en muchos casos no tuvieron más de varios cientos de ejemplares. Hoy no nos acordamos, pero reunir libros, antes de la llegada de la imprenta, no era tarea fácil.

¿Qué hacer contra la intimidación que producen los clásicos? Mucha gente cita a autores griegos o latinos pero casi nadie los lee. O al menos eso parece.

Los clásicos tienen un público minoritario y fiel. Y forman parte de nuestra vida cotidiana aunque sea de forma inadvertida: en nuestros ordenadores tenemos 'troyanos' y los personajes arquetípicos de la mitología aparecen constantemente en novelas, en películas de superhéroes, en cómics... Puedo entender que haya personas que se sientan intimidadas con algunas obras, porque tienen referencias que son las claves del mundo antiguo y hay que conocerlas. Y cuanto más se conocen, más se disfruta de la lectura. Pero cualquiera puede leer a Séneca o a Marco Aurelio sin ningún problema. Es más, creo que una de las cosas que más se han leído durante el confinamiento han sido las 'Meditaciones' de Marco Aurelio.

Porque enseñan a vivir en tiempos adversos.

Cada uno puede encontrar su propia puerta de entrada a los clásicos. Siempre he pensado que los clásicos te buscan y, cuando estás preparado para ellos, te encuentran. Hay que leerlos por placer, no por obligaciones. Son fabulosos y sorprendentes. En ellos buscamos las certezas que no nos da la vida y esas emociones que han sobrevivido a los siglos y que nos dicen que siempre salimos adelante, que superamos las dificultades.

Hasta que llegó 'El infinito en un junco' daba la sensación de que usted quería ser, antes que nada, novelista.

Solemos separar los distintos géneros literarios como si fueran algo diferente y yo no lo veo así. Siempre me he movido en los territorios fronterizos, mezclando géneros e intentando maridajes. El ensayo no ha sido para mí un trabajo muy diferente al de escribir una novela, porque en las ficciones también tienes que investigar y documentarte, aunque estén ambientadas en nuestra época. Y en el apartado estético... escribo con el mismo nivel de exigencia un ensayo que una novela. De hecho, aspiraba a que el ensayo se leyera como si fuera una obra de ficción. Me gustaría seguir así, moviéndome a un lado y otro de la frontera entre ambos, incluso a veces fusionándolos.

Usted es columnista de HERALDO desde hace diez años, y no se cansa de reivindicar ese género periodístico.

Para mí es muy importante, porque es un periódico diario con muchos lectores. Es, a la vez, un privilegio y una responsabilidad. HERALDO ha sido mi primera casa periodística, donde conocí a Encarna Samitier, que es la que me ha enseñado todo lo que sé de periodismo. Cuando llegué a HERALDO no había publicado ningún libro, venía del mundo académico y me parecía un auténtico desafío escribir una columna que pudiera entender todo el mundo. He aprendido mucho escribiendo semanalmente para HERALDO.

¿Cuál es el secreto de una buena columna?

El ritmo. Las columnas periodísticas son textos muy breves en los que tienes que ir seduciendo poco a poco al lector e irle convenciendo para que llegue al final. Y eso solo lo puedes hacer con el ritmo.

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