ensayo. ocio y cultura

Irene Vallejo, la mujer que quería contar como Homero

Algunas claves de su libro ‘El infinito en un junco’ (Siruela), galardonado con el Premio Nacional de Ensayo

Irene Vallejo Moreu, Premio Nacional de Ensayo.
Retrato de la escritora que admira por igual a Homero y a Scherezade.
José Miguel Marco.

Irene Vallejo tiene un don: allá donde va no pasa inadvertida. Aborde el tema que aborde, su mirada lírica y totalizadora se alza en cualquier tempestad como un garza. En una ocasión acudió al Festival de Poesía Erótica de La Almunia de Doña Godina, venció su pudor y tradujo y recitó unos versos clásicos que dejaron temblando a la gente y a la misma luna.

Algo especial sucede con sus libros: ‘El inventor de viajes’, ilustrado por Cano, ‘La leyenda de las mareas mansas’, dibujado por Lina Vila, o su recreación de ‘La Eneida’ en ‘El silbido del arquero’. Sus volúmenes de artículos (sus editores de Contraseña fueron generosos y le recomendaron que buscase una editorial más poderosa como Siruela para ‘El infinito en un junco’) seducen a muchos lectores: dibuja con exactitud, sensorialidad y emoción el vínculo con nuestros antepasados, esos clásicos que ya lo dijeron todo con variedad, sutileza, ambición y poesía. Irene logra una atmósfera, un clima de pasión y aprendizaje, y un vuelo inefable capaz de anudar el mito y de prolongarlo en el abanico del tiempo hasta hoy.

‘El infinito en un junco’ es un libro con historia y un libro de síntesis. Por el navegan, en distintos capítulos, el conocimiento de Grecia y Roma de esta enamorada de Marcial y de tantos otros. El dominio de los registros literarios de los poetas, narradores, dramaturgos, pensadores e historiadores. Irene siempre parece tenerlos a flor de labio y en la yema de sus dedos, y no para hacer arqueología, sino para tender puentes con el mundo en que vivimos. Lo hace con erudición, intuición y habilidad. Con imágenes. Es una historia de las bibliotecas y del fetichismo de los libros –Julio César los usó, en varios miles, para conquistar a Cleopatra–, es la narración más o menos solapada de la mitología y sus dioses y es el inventario de los objetos de escritura, de los soportes, de la manufactura, de los cálamos, de las pieles, de las tintas e incisiones. De tantas y tantas cosas que el libro sabe convertir en memoria, en obra en marcha de la civilización misma.

Irene, además, interactúa con el presente: con la censura, los derechos de autor, los destierros, los plagios, la conservación, el robo y la destrucción de libros, la bibliofilia, y constata que muchos de los hechos que han convulsionado la literatura moderna ya los habían vivido en Roma y Grecia. Ahí está el caso de Ovidio, un genio vejado y desterrado, y condenado al ostracismo y a la muerte.

Esa carga de erudición gozosa que hay en el volumen ha conmovido a un sinfín de lectores. Mario Vargas Llosa y Alberto Manguel entre ellos. Atrapa, envuelve merced a una escritura armoniosa y llena de matices, de sugerencias constantes. ‘El infinito en un junco’ es un libro sobre la felicidad de la escritura misma, sobre el placer de contar, la vuelta de tuerca de asuntos que parecían un tanto rutinarios, áridos, casi inextricables. Y ahí también Irene Vallejo pinchó en hueso y encontró la carne, la fábula, el humor, la sustancia interior. Halló el ensayo-novela. No extrañó a casi nadie, o a muy pocos, cuando recibió el Premio Ojo Crítico de narrativa por este volumen.

"He sufrido acoso escolar, persecuciones, algunas formas de matonismo. Lo he pasado mal. Muy mal. Y los libros eran como una muralla de protección contra el asedio".

Pero Irene ha ido más allá y ha incorporado dos elementos claves: la presencia de sus padres, en particular de su padre, que fue su particular Homero: el narrador ocioso e incesante de ‘La Odisea’, el libro del despertar, del viaje que no cesa. Ella ahora hace lo mismo con su hijo Pedro:es el primer interlocutor de sus ficciones y pensamientos. En esa lectura veía, además, una imagen, un hábito y una vocación que ya venían del pasado. Y el tercer factor nace del dolor: Irene Vallejo fue acosada en el colegio, sufrió y eso la volvió ensimismada.

"He sufrido acoso escolar, persecuciones, algunas formas de matonismo. Lo he pasado mal. Muy mal. Y los libros eran como una muralla de protección contra el asedio. Además, me gustaba mucho el lenguaje, el origen de las palabras, los refranes, los juegos verbales y no había más que preguntarme cosas", confesó en estas páginas. Necesitaba evadirse y lo hizo con los sabios de la antigüedad. Y con el amor al poder hipnótico de las palabras.

Las suyas, las que pueblan ‘El infinito en un junco’, llevan más de doce meses, casi catorce, cosechando lectores (más de 50.000), elogios, traducciones. Y amor excelso a la literatura.

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