literatura

Zúñiga, el narrador preciso y poético que amaba a Turgueniev, Pushkin y Chéjov

El cronista de la Guerra Civil y la posguerra en la capital, casado con la aragonesa Felicidad Orquín, ganó el Premio Nacional de las Letras en 2016 

Muere Juan Eduardo Zúñiga.
Retrato del escritor, viajero, crítico y traductor Juan Eduardo Zúñiga.
Sergio Barrenechea/Efe

"Me veo encantado por la brevedad del cuento como si estuviese esclavizado por la sensación de emotividad con que está cargada la poesía. No sé si tengo una inclinación lírica de poeta frustrado", dijo el gran narrador Juan Eduardo Zúñiga (Madrid, 1919-2020), que fallecía ayer a los 101 años en Madrid, ciudad a la que le dedicó varios libros y de la fue uno de sus mejores cronistas de la Guerra Civil.

Hijo de salmantino que empleó como mancebo de botica a Ramón José Sender en Madrid, Juan Eduardo Zúñiga ha sido un escritor personalísimo, un tanto inclasificable, preciso y poético, de prosa envolvente, que se reconocía en Mariano José de Larra; le dedicó un libro delicioso: ‘Flores de plomo’ (1999), una novela fragmentada, pero años antes publicó una antología de sus artículos sociales. Explicaba Zúñiga: "Lo que me atraía era su capacidad asombrosa de escribir sobre temas interesantes, apasionantes, humanos, con una gran belleza porque el estilo de Larra es de unas proporciones espléndidas".

Además de Larra, admiraba a Rilke, Flaubert y Thomas Mann, pero también a Marcel Proust, Ramón de la Serna, Pío Baroja (declaró: "Para mí es una figura excelsa, siento un gran respeto por él y creo que su estilo es irrepetible. Trabajaba mucho más de lo que aparenta") y, por supuesto, a los autores rusos, especialmente dos: Ivan Turgueniev y Antón Chéjov. Al primero le dedicó un libro y del segundo aprendió, entre otras cosas, los secretos del cuento breve, la mirada humanista y la estética del iceberg: en una buena historia, por abajo late o avanza otra aún más poderosa y quizá más perturbadora, viene a sugerir.

"Turgueniev es el gran conocedor del alma humana y de esos matices finísimos de los sentimientos, de la psicología y de la unidad del hombre con el paisaje", decía, y reconocía que nació a la literatura, muy joven aún, cuando cayó en sus manos su novela ‘Nido de nobles’. También explicaba con pasión a Chéjov: "Chejov posee una gran sensibilidad para la percepción del sufrimiento humano, que yo también he sentido". Y su otra debilidad fue siempre Alexander Pushkin. A los tres autores, y a la literatura rusa, una de sus pasiones, les dedicó ‘Los imposibles afectos de Ivan Turgueniev’ (1977) y ‘El anillo de Pushkin’ (1989), y, en cierto modo, se percibía su eco en uno de sus libros de cuentos más bellos: ‘Misterio de los días y las noches’ (1992).

Si Rusia era una de sus grandes debilidades, no lo era mucho menos Portugal. Con José Antonio Llardent, tradujo la obra poética del gran poeta romántico Antero de Quental. Y lograron, juntos, el Premio Nacional de Traducción.

Crónica de la contienda

Juan Eduardo Zúñiga vivía con los ojos vueltos hacia el Parque del Retiro con su mujer Felicidad Orquín, una zaragozana que era especialista en literatura infantil y juvenil. En su casa, poblada de libros y de mesas de trabajo, recibía a sus amigos escritores: Manuel Longares, Luis Mateo Díez, José María Merino, Antonio Muñoz Molina; también admiraba a Javier Marías y Belén Gopegui, etc. Era un hombre afectuoso, gran conversador, cuidadoso en los detalles, que disfrutaba del silencio, de la preparación de los relatos, del puro acto de leer e investigar. Hablaba con tal suavidad que era como si te contase secretos del mar o la nieve al oído.

Tras su novela ‘El coral de las aguas’ (1962), quizá su gran aportación sean los 35 relatos de ‘La trilogía de la Guerra Civil’ (1980-2003): ‘Largo noviembre de Madrid’ (1980), ‘La tierra será un paraíso’ (1989) y ‘Capital de la gloria’ (2003).

Fue también un excelente crítico literario y alguien que se preguntaba por su oficio: "La importancia de la literatura me preocupa como a todos los escritores. Hasta qué punto lo que se hace es válido, es permanente y puede aportar algo al lector: conocimiento, placer, satisfacción de aventura puramente o bien alguna educación íntima", dijo.

En 2019 publicó una suerte de autobiografía breve pero llena de sustancia: ‘Recuerdos de una vida’ (2019). Explicaba así sus intenciones: "Estas escenas sueltas, desconectadas en su apariencia, tienen un hilo invisible que las cose, finos tendones y venas las vitalizan. Aunque lo más aceptable sería no intentar comprender la vida". En poder de varias distinciones, en 2016 recibió el Premio Nacional de las Letras Españolas. Se lo había ganado ampliamente y con plena belleza verbal.

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