Ocio y cultura

Fallece Mariano Viejo, pintor de la vanguardia aragonesa de los 70 y 80

El artista nacido en Sabiñánigo en 1948, encarnaba el pintor bohemio, al paseante del Casco Antiguo y era un consumado maestro de la pintura al natural

Mariano Viejo.
Mariano Viejo en un retrato de 2013 en su estudio de la calle San Pablo.
Eugenio Mateo.

Fue el pintor y diseñador y bloguero Paco Rallo quien advirtió en las redes de la muerte del pintor Mariano Viejo Lobera (Sabiñánigo, Huesca, 1948-Zaragoza, 2019). El artista Eduardo Laborda no podía contener las lágrimas: «Encarnaba al pintor bohemio, al pintor de barrio, era el paseante de la ciudad que iba todos los días a su estudio. Lo conocí a finales de los años 60, vivía en la calle Tarragona, y lo veía pasear con su aire de creador existencialista, esbelto y afilado, siempre de negro, con jersey de cuello de cisne».

Se conocieron poco después en una de las bienales de arte de Zaragoza, en el Museo de Bellas Artes. «Allí nos saludamos por primera vez. Hacia 1970 o 1971. Mariano Viejo era un maestro de la pintura del natural. Eso le encantaba: disfrutaba, y ganó muchos premios. Perteneció al Colectivo Plástico de Zaragoza, con Abraín, Cano, Enciso, Larroy, Tomás, Carmen Estella y Eduardo Salavera, y acabó haciendo una obra particular, abstracta y depurada, vinculada a la pintura primitiva, al arte rupestre y a un código personal de signos, aunque yo siempre he sospechado que lo que le apasionaba era la figuración», agrega Eduardo Laborda.

Hizo su primera exposición en la sala Bayeu en 1973 y desde entonces no dejó de trabajar y de evolucionar, y de ocupar su propio espacio en la noche artística zaragozana. «Mariano Viejo fue uno de los primeros artistas del Bonanza. Manuel García Maya, su dueño y camarero, lo recordaba muy bien. Mariano tuvo varios estudios: uno en una buhardilla del Mercado Central, otro en la plaza de Santa Cruz, que compartía con Alejandro Molina, y el último, en San Pablo, que era una maravilla.n. Él y Alejandro Molina empezaron a frecuentar el Bonanza», evoca Laborda, que hizo un documental sobre ese espacio.

Mariano Viejo, más bien sigiloso, pasó de la pintura del paisaje a un arte muy elaborado, en el que predominaba el color ocre y las formas simbólicas: desde el mundo prehistórico o rupestre, con sus inscripciones, hasta el universo lunar y el páramo; usaba los tonos ocres, el impacto telúrico de la tierra. Incorporaba círculos, pájaros, manchas , como si ensayase un rasgo oriental y africano a la vez, un designio casi caligráfico. Admiraba a Goya, Picasso, Tàpies, el grupo Pórtico y Miró, especialmente. 

Eugenio Mateo, que le expuso en el Espacio Adolfo Domínguez, decía: «Para mí era como el hombre tranquilo del arte. No se inmutaba por nada, era tranquilo y prudente. Jamás dejó de pintar y que halló su mejor expresión en la abstracción».

Para el citado Paco Rallo fue «un referente de la vanguardia de los 70 en Zaragoza. Uno de los últimos artistas de buhardilla y bohemia. Pintor auténtico y apasionado por la vida, poseía una sobria paleta de color y sus cuadros rozaban la sutileza. Mariano Viejo era un gran artista y mejor persona». Los tres, Rallo, Laborda y Mateo, coinciden en una cosa: la importancia de su mujer Amparo Ezquerra, que fue su agente, su animadora, todo para él. 

Eduardo Laborda señala: “Quien haya estado en su estudio lo recordará. Era una maravilla. Un estudio de pintor pintor, como los de antaño en Montmartre. Era un coleccionista de piezas de cerámica aragonesa y era todo un personaje del Rastro. Le encantaba. Siempre encontraba cosas, y su estudio era el mejor ejemplo. Apasionado de los vinos de pueblo, mimaba su pequeña bodeguilla”. 

El funeral será el jueves 4 de julio, a las 12.30, en la capilla 3 del cementerio de Torrero.

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