un año de guerra

Más de 240.000 muertos y heridos en un país reducido a escombros

El aniversario de la invasión revela «cuanto peor puede ser todo», con Rusia y Ucrania atascados

El cuerpo de Iryna Filkina, fallecida tras el ataque ruso en Bucha.
El cuerpo de Iryna Filkina, fallecida tras el ataque ruso en Bucha.
ZOHRA BENSEMRA

La invasión de Ucrania comenzó hace justo un año y no solo Vladímir Putin, sino también una notable parte del planeta, consideró que aquello terminaría con rapidez. El supremo poder de la maquinaria bélica rusa, la fiera determinación de su comandante en jefe para anexionar el máximo número de pedazos posibles de la extinta URSS en un sueño imperial y una exrepública soviética que nunca había despertado el interés de la OTAN y de la Unión Europea con un presidente impopular; en definitiva, todos los factores que apuntaban a Ucrania como el antílope rodeado por una manada de leones.

En la siguiente semana, el Ejército ruso llegó a las puertas de Kiev y la sensación de una derrota inminente se acrecentó. Ni Occidente ni Oriente daban un euro por la pervivencia del Gobierno. Pero el primero empezó a enviar armas. Y Volodímir Zelenski también emergió de su búnquer y empezó a grabarse en la calle, de noche, con mensajes de aliento. Doce meses después "Ucrania resiste", exclamó ayer el mandatario ucraniano en un mensaje previo a la rueda de prensa que este viernes ofrecerá para conmemorar el "año de la indomabilidad".

"No nos hemos venido abajo, hemos superado muchos calvarios y prevaleceremos" (Volodímir Zelenski, presidente de Ucrania)

Como sucede en la vida de este antiguo actor de comedias desde la ofensiva rusa, todo es secreto. Los periodistas seleccionados solo se enterarán del lugar y la hora unos minutos antes mediante un mensaje. "No nos hemos venido abajo, hemos superado muchos calvarios y prevaleceremos", continuó Zelenski en su mensaje. Arremetió contra Rusia por haber "elegido la senda del asesino" y lamentó las "profundas cicatrices" dejadas en su país por un largo año en el infierno.

Las cicatrices están hechas de huesos y sangre. Aunque la desinformación hace imposible determinar el número de bajas exactas, un cruce de datos entre los institutos de estudios de la guerra y los servicios de Inteligencia de EE. UU. y el Reino Unido apunta a que al menos 240.000 personas –entre soldados de ambos bandos y civiles– habrían fallecido o resultado heridas desde febrero de 2022. El Ejército noruego, en un informe publicado el pasado domingo, elevaba esa cifra hasta las 320.000 bajas. La ONU solo ha conseguido certificar con certeza que 8.000 ciudadanos han perdido la vida –casi 500 de ellos, niños– y 13.287 han sufrido lesiones, aunque sus propios analistas advierten que la cifra real es muy superior. Hay personas volatilizadas por las explosiones –como los clientes del centro comercial que un cohete reventó en abril en Kremenchuk– y restos nunca recuperados de las montañas de escombros. EE. UU. cree que los civiles fallecidos llegan a 40.000. El 90% de las víctimas se deben al impacto de misiles y obuses. Esta es una guerra de artillería.

Defensa numantina

Hace un año, ningún Gobierno de los ahora testigos de la última conflagración bélica en Europa pensó que la devastación seguiría en marcha y, lo que resulta más increíble, atascada en un choque entre dos ejércitos que no dan muestra de ser capaces de imponerse al rival. EE. UU. ha llamado a Kiev a dejar de concentrarse en la defensa numantina de enclaves moralmente importantes para la tropa pero estériles de cara a la invasión, y reorientarse a la planificación de la contraofensiva de primavera y el ahorro de municiones que ahora gasta sin freno en Bajmut y su entorno.

El Pentágono, igual que la OTAN y la propia Ucrania, barajan que Moscú organiza ya un gran ataque de cara a los próximos meses para romper el impasse actual. El secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, declaró ayer que la ocupación ha llegado a un nivel «extremo» y representa "un hito nefasto". Los daños son enormes, pero sobre todo, el Donbás se ha convertido en una región liquidada, un yermo cuajado de colinas de escombros. En este año han sido asistidos ocho millones de refugiados, lo que convierte a esta crisis en "la más grande desde la Segunda Guerra Mundial".

Los aliados se mantienen en vilo sobre el devenir más inmediato de la batalla, después de las insistentes alertas relativas a que el Kremlin podría ordenar este viernes un ataque simbólico de alta intensidad. Kiev y las ciudades más importantes del país han sido reforzadas con baterías antiaéreas, que en las últimas semanas han demostrado una notable efectividad como escudo contra los bombardeos rusos. De todos modos, las autoridades consideraron ayer poco probable la ofensiva. El general Oleksi Gromov, perteneciente al alto mando ucraniano, informó que el "número de personas, las armas entregadas y el equipamiento desplegado por parte de Rusia son insuficientes para llevar a cabo una ofensiva desde el otro lado de la frontera".

Según Gromov, sí es cierto que unidades invasoras diezmadas por "fuertes pérdidas" han sido nuevamente rearmadas en Bielorrusia con el fin de regresar al frente del Donbás y participar en "actos hostiles". Pero incluso la Inteligencia británica coincide en la "improbabilidad" de que posean en estos momentos capacidad militar ni siquiera para tomar Vuhledar, junto con Bajmut una localidad que el Kremlin quiere conquistar para presentar como una victoria militar pese a su discutible importancia estratégica.

Los misiles de Satán

Vladímir Putin evitó ayer referencias a lo inmediato. Conmemoró en Moscú el Día del Defensor de la Patria y aludió a la «sagrada» atención que merecen los militares. También escaló en sus veladas amenazas en el terreno nuclear. Una estratagema que no es nueva en él. Después de anunciar el lunes la congelación por parte de su país del tratado de no proliferación de armas atómicas suscrito con Estados Unidos, aprovechó la jornada patriótica para comunicar su intención de desplegar los temidos misiles balísticos intercontinentales Satán II, un sofisticado proyectil muy difícil de interceptar, capaz de recorrer enormes distancias y preparado para albergar una decena de cabezas nucleares. El brazo del armagedón. Aunque el presidente estadounidense,Joe Biden, ha destacado la ausencia de indicios de que Moscú esté considerando realmente usar un arma atómica, Putin subrayó que quiere fortalecer la "triada nuclear" –el despliegue de arsenales en tierra, mar y aire– en el marco de la invasión de Ucrania y se verá acompañada de un mayor número de misiles hipersónicos y submarinos atómicos; un anuncio que el secretario general de la ONU consideró como un ejemplo de "cuánto peor podría llegar a ser todo". "Es hora de dar un paso atrás desde el borde", pidió Guterres.

En medio de tanta oscuridad, el único brillo de esperanza radicó en la declaración de Zelenski favorable a reunirse con el Gobierno chino para analizar su propuesta de paz. "Nos gustaría reunirnos con China", dijo el presidente, quien sugirió que ya se han establecido contactos diplomáticos con Pekín.

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