refugiados en zaragoza

Max cumple un año a más de 3.000 kilómetros de su país

El pequeño salió de Ucrania con apenas un mes junto a sus padres y dos hermanos mayores. La familia se reúne con la conductora que los trajo a la capital aragonesa en furgoneta en 2022.

Ucranianos en Zaragoza, Alexander, Marianna, Max y Adriana.
El pequeño Max con sus padres, Alexander y Marianna y en el carro su hermana Adriana, nacida hace dos meses en Zaragoza.
Oliver Duch

Max juega con las hojas de los árboles en Zaragoza, sin saber que las que le vieron nacer se encuentran a más de 3.000 kilómetros de aquí, en la ciudad de Jarkov, en Ucrania. Vino al mundo el 15 de enero de 2022, apenas un mes antes de que Rusia invadiera su país. Sus padres, Alexander y Marianna, como tantos millones de compatriotas tomaron la decisión de abandonar su casa y ponerlo a salvo junto a su hermana de 19 años, su hermano de 15 y su abuela. A la capital aragonesa les trajo uno de los grupos de voluntarios aragoneses que se echaron a la carretera en busca de refugiados. Un año después se vuelven a juntar con la conductora de aquella furgoneta en la que cruzaron Europa y recuerdan un viaje que unió sus vidas. En Zaragoza ha nacido su cuarta hija, Adriana, hace dos meses.

Al volante durante ese viaje se encontraba Oksana Jantya, ucraniana casada con un zaragozano que lleva veinte años viviendo en la capital aragonesa. Desde que al estallar la guerra recibió una llamada de su madre llorando cuenta que "sentía mucha impotencia de estar aquí bien y la gente allí sufriendo. Viendo bombardeos, gente que necesitaba ayuda, refugiados en Polonia y toda Europa. Quería ayudar y no sabía cómo", relata sobre los primeros días de angustia.

Oksana con la familia ucraniana que trajo en furgoneta desde Polonia.
Oksana con la familia que trajo en furgoneta desde Polonia en marzo de 2022.
Oliver Duch

Convoy de voluntarios a Zaragoza

Su madre vivía en una zona alejada de los bombardeos, que ha seguido estándolo, y nunca ha querido dejar su casa ni a su familia. El 5 marzo del año pasado conoció a una chica que le dijo que tenía un amigo que salía de viaje con varias furgonetas hacia Polonia. No se lo pensó, alquiló una y se marchó con el convoy el 10 de marzo de 2022.

Alexander y Marianna recuerdan que al principio no pensaban dejar su país. "Estuvimos en casa dos días más porque pensábamos que la guerra pasaría pronto, pero un cohete cayó cerca de casa y decidimos salir de la ciudad", cuenta, sentado ahora en el bar de Oksana en el barrio zaragozano del Actur. Para huir del país tuvieron que viajar 18 horas en un tren con sus tres hijos hasta llegar a un centro de acogida en Polonia.

Ucrania, salida masiva de ciudadanos en la estación de Leópolis, en marzo de 2022.
Ucrania, salida masiva de ciudadanos en la estación de Leópolis, en marzo de 2022.
HA

El trayecto solo tenía que haber sido de seis horas, de Jarkov a Leópolis, pero el tren paraba continuamente para apagar las luces y evitar ser vistos. Pasaron miedo en la estación ante la avalancha de gente "por si la bombardeaban". Luego estuvieron tres días en un centro de acogida. El único contacto en Europa era una tía que vivía en Zaragoza y ella fue la que les habló del convoy de furgonetas, como los muchos que se lanzaron de forma impulsiva esos días en busca de refugiados.

Oksana Jantya, en el centro de la imagen, junto a las familias ucranianas que ya están en Maella.
Oksana Jantya, en el centro de la imagen, con Goyo, otro de los conductores, que viajó con su furgoneta, y el resto de la familia de Marianna, Alexander, sus  hijos y la madre de ella durante el viaje de 2022.
O. J.

En él viajaban cinco furgonetas, con dos personas cada una para hacer relevos al volante y trajeron a unos 36 refugiados. Ninguno se conocía de nada. El promotor había sido un autónomo zaragozano, Egoitz Aguirre, que alquiló el resto de vehículos y recogió ayuda humanitaria en su empresa en Miralbueno. "Estas caras no las tenían cuando los recogimos, sonreían poco", cuenta Jesús Martín, otro de los conductores, que acude al bar de Oksana. Él se enteró de la iniciativa por su amistad con Egoitz.

Jesús recuerda que eran las 3.00 cuando se encontraron con ellos en Polonia. Le impactó que los niños que viajaban con las familias no se quejaban ni pedían nada y la vista del pabellón deportivo polaco lleno de refugiados polacos, pese a la buena organización. "Se te cae el alma al suelo al ver así a la gente", recuerda.

No se arrepiente de nada. "Yo soy muy decidido y aguanto bien. Ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida", explica, por haber podido ayudar. 

Oksana Jantya y su marido Vicente García, en el bar que regentan en el Actur.
Oksana Jantya y su marido Vicente García, en el bar que regentan en el Actur.
Oliver Duch

"Este viaje ha sido maravilloso, una experiencia inolvidable", coincide Oksana. Durante el camino "sentía mucho apoyo porque siempre estuvimos comunicándonos, ayudándonos uno a otro, esperándonos". En su casa, su marido Vicente García y sus dos hijos seguían su odisea a través de la geolocalización del móvil. Su marido tenía claro que ella acabaría embarcándose en algún viaje así. "Viéndola como estaba, cómo un animal encerrado, vi que era una válvula de escape para ella, como una terapia", afirma, cuando le dijo que alquilaba una furgoneta y se iba. "Volvió con mejor estado anímico", reconoce. Ello no quita para que se preocupara durante el trayecto, porque "era un viaje largo aunque sabía que no era a una zona de guerra", apunta.

La familia de refugiados no tiene palabras para agradecer la ayuda que han tenido en Zaragoza. Tratan de repasar a todas las personas que les prestaron su apoyo desde que dejaron su hogar con apenas lo puesto. "Quiero dar gracias al Gobierno de España, a la Cruz Roja, a Oksana y Jesús y toda la gente que nos ayudó, a mi tía Tatiana que fue la primera persona que nos dijo 'no os preocupéis'", enumera Alexander. Marianna añade el trato que ha recibido en la sanidad pública, especialmente en el Hospital Clínico Lozano Blesa donde nació su hija pequeña. "Esta es como nuestra segunda casa", reconoce porque entre todos han hecho que no se sientan "extraños".

Sin embargo, no a todos les quedó el mismo sabor de boca. El impulsor de viaje, estos días en Polonia y Holanda por trabajo, contesta por teléfono al preguntar si se arrepiente del impulso que le llevó a poner su dinero y tiempo en pagar buena parte de los gastos del convoy, incluidas tres furgonetas y la gasolina. "Tengo la conciencia muy tranquila y los deberes cumplidos, pero no lo volvería a hacer", confiesa. En su caso, cree que "no mereció la pena el esfuerzo que hicimos, los equipos humanos, perder trabajo, quitarnos horas de sueño y el dinero que nos costó", señala sobre el viaje en su conjunto, en el que trajeron una treintena de personas, con las que contactaron previamente. Cree que se sumó también "gente que lo que quería era vivir en España, no huir de una guerra".

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