gastronomía

La fruta "de verdadero lujo" hace 100 años en Zaragoza que ahora se come a diario

Hace un siglo, los plátanos se podían adquirir solo en los "ultramarinos de postín" de la ciudad y en quince años se popularizaron con los vendedores ambulantes.

Almacén de plátanos de la plaza del Justicia de Zaragoza.
Almacén de plátanos de la plaza del Justicia de Zaragoza.
Colección Clavero Agustín

Nota de color en cualquier frutero y almuerzo o merienda para paladares de todas las edades, los plátanos son un básico de la alimentación en la actualidad. Las primeras plataneras llegaron a las Islas Canarias a principios del siglo XV, procedentes del sudeste asiático, referencian desde Plátano de Canarias, y en pocos años se convirtieron en un alimento para los marinos que viajaban a América, ya que los cargaban verdes en los barcos.

Sin embargo, no siempre fue así de conocido, al menos en regiones como Aragón. A finales del siglo XIX se anunciaban como una venta extraordinaria, algo que se alargó durante varias décadas. "Hasta hace unos quince años, el plátano era considerado en Zaragoza, y en muchas otras poblaciones del interior de España, como una fruta de verdadero lujo", señaló Emilio Colás en un artículo de HERALDO en enero de 1934.

"Era entonces el plátano un manjar que no estaba al alcance de todas las fortunas"

"Recordamos perfectamente que los racimos de plátanos se exponían a la admiración de las gentes en los escaparates", añadió el plumilla. Se expendían en los "ultramarinos de más postín" de la ciudad. "Era entonces el plátano un manjar que no estaba al alcance de todas las fortunas -insistió Colás-. Un bocado exquisito que se saboreaba con delectación y que rara vez se veía en los hogares más humildes".

En tres lustros la historia cambió: ese fruto exótico se democratizó y se hizo "más popular que todas las frutas juntas". Las crónicas cuentan que se vendían tres mil docenas cada día en la capital aragonesa, a un precio de cuatro o cinco pesetas. Este giro de la historia fue, en parte, gracias a un grupo de "industriales callejeros". Se calcula que en los años 30 eran unos 60 vendedores ambulantes en la capital aragonesa.

"Ellos, saliendo todos los días a la calle, con su carretillo o con su cesto simplemente, desafiando la lluvia y el viento, el calor y las moscas, han hecho más por la introducción del plátano en nuestra tierra que todas las propagandas habidas y por haber", se aseguró en este periódico.

Dibujos de Guillermo Pérez, en la página de HERALDO.
Dibujos de Guillermo Pérez, en la página de HERALDO.
Archivo Heraldo de Aragón
Los vendedores no se podían prodigar por la calle de la Manifestación, Torre Nueva o de Cerdán

A pesar de la fama que adquirieron, el Ayuntamiento de Zaragoza reguló su venta ambulante. HERALDO relató que los agentes impedían que estacionaran en un lugar determinado ni en las proximidades del Mercado, lo que se consideró una "consigna especial", ya que también se vendían en el interior de la lonja zaragozana. Los vendedores no se podían prodigar por la calle de la Manifestación, de Torre Nueva o de Cerdán.

Esta costumbre de la venta en la calle se desarrollaba en paralelo a los almacenes de plátanos que se encontraban en locales del barrio de San Pablo y de la zona de la plaza del Justicia. También en bodegas, "convenientemente preparados para la mejor conservación de la mercancía". En 1934, tal y como se recoge en el reportaje, eran seis o siete almacenistas. A Zaragoza llegaban en cajas, con tres o cuatro docenas, desde las islas Canarias a través del puerto de Barcelona

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