gastronomía
El obrador de Zaragoza que vendía 5.000 'bolas de Berlín' en un día
Una pastelería de la calle Mayor de Zaragoza comenzó a elaborar este dulce en los años 30.
'Krapfen’ es como se denomina en Alemania las berlinesas, un dulce que en los años 30 se consideraba un "verdadero pastel nacional". En el país germano se vendía en cafés, bares y cervecerías, además de en puestos ambulantes. Y en el verano de 1934 llegaron a tierras aragonesas y sorprendieron a los zaragozanos bajo el nombre de "bolas de Berlín".
"Es una especie de buñuelo de viento, de esos que se consumen en España para Todos los Santos, pero mucho más gordo y abultado", lo definieron en las páginas de HERALDO. En cualquier caso, unas "exquisitas bolas" que se vendían a 10 céntimos.
Pronto se hicieron populares en Zaragoza, de hecho, las crónicas relatan que era habitual ver a viandantes con "cajones llenos de 'krapfen'" y que eran saboreados por todo tipo público, en especial por los niños. Se preferían estos novedosos bocados antes que las tortas tradicionales.
"Nada menos que cinco mil unidades salen disparadas todas las mañanas de la fabriquita de la calle Mayor y 'bombardean' todas las calles zaragozanas!, leyeron los lectores de este periódico. Así es, el obrador -con cierto aire a churrería- estaba en el número 59 de la calle Mayor, de camino a la plaza de la Magdalena. No obstante, además de comprarlas en el local ofrecían servicio a domicilio.
¿Pero cómo se llegaron a elaborar estos dulces en Zaragoza? Fue gracias a José Malumbres, un zaragozano que las fabricaba en el horno barcelonés del pastelero italiano Mazzolini Vittorio.
Los ingredientes eran básicos: azúcar, harina, manteca y distintas esencias, y todos de procedencia aragonesa, destacó su impulsor en Zaragoza. "Cada día tienen un gusto diverso las bolas; unas veces saben a limón, otras a anís, a naranja...", reflejó el periodista Emilio Colás en su reportaje.
Precisamente, el secreto estaba en la masa, que tenía que estar al punto. La mezcla se reservaba unas horas en una artesa y, después, se dividían y se moldeaban. El plumilla contó que un hombre introducía las ‘bolas’ en una caldera para freírlas en aceite refinado hasta dejarlas "doraditas". En las imágenes del fotógrafo Marín Chivite se aprecia cómo les daban forma una a una y se exponían en grandes tablas en las que se resaltaba que eran de "elaboración diaria".
A pesar del "éxito", una parte de la ciudad acusó este postre de ‘hitleriano’, aspecto que Mazzolini Vittorio negó. Dicen que esa "fobia" pronto se disipó cuando las probaron los zaragozanos más lamineros.