Los hermanos Ramo, a por todas en Argente: hostal, bar-restaurante y, en verano, piscinas

Montse y Ana, con la ayuda de Juan, llevan desde hace 20 años este establecimiento, que es el único que presta el servicio de restauración en el pueblo.

Montse, a la izquierda, y Ana Ramo son dos de los tres hermanos que llevan el negocio de Argente.
Montse, a la izquierda, y Ana Ramo son dos de los tres hermanos que llevan el negocio de Argente.
Laura Uranga

Hace 20 años, justo cuando Ana Ramo estaba terminando sus estudios en la Escuela de Hostelería de Teruel, uno de sus profesores dijo en clase que el hostal de Argente, que pertenece al Ayuntamiento, había salido en alquiler para su gestión. Esta turolense, natural de la vecina localidad de Fuentes Calientes, no se lo pensó dos veces y decidió coger el negocio.

Entonces tenía apenas 23 años y, aunque anteriormente había trabajado en este mismo sector en Cuenca o en el Pirineo, fueron períodos cortos. Así, esta iba a ser su primera y, hasta la fecha, única experiencia laboral estable.

En esta aventura que comenzó hace ya dos décadas la acompañan sus hermanos. Montse está con ella en todo momento y entre las dos se ocupan del bar-restaurante del establecimiento, que no solo tiene habitaciones. 

De hecho, el servicio de restauración es lo que mueve buena parte de los ingresos de este negocio. Los almuerzos son el momento fuerte del día en temporada baja. Los platos de huevos fritos, longaniza y lo que se tercie no paran de salir de la cocina para que los agricultores, ganaderos y otros vecinos de Argente llenen el buche. 

Cuando llega el verano, no se para en todo el día y, además de los menús a la hora de comer, también se preparan platos combinados o bocadillos, según la preferencia del cliente.

Piscinas municipales de Argente

En esos meses estivales, además, la familia Ramo también se ocupa de las piscinas municipales, que están en el mismo recinto que el hostal. Su hermano Juan, que es, dice Ana, “el manitas”, se ocupa de llevar el mantenimiento de la piscina y una personas que contratan es quien se encarga de cobrar las entradas, controlar los accesos y vender chucherías y otros productos típicos de bar de piscina.

El edificio es propiedad del Ayuntamiento y lo tiene alquilado a estas hermanas que reconocen haber tenido siempre muchas facilidades. “Durante el tiempo que tuvimos que cerrar en la pandemia, no pagamos alquiler“, recuerdan. 

Además, cuando volvieron a abrir las puertas se encontraron con unos vecinos entregados. “Los diez o doce de siempre venían todos los días y estaban hasta el final. Aunque hiciera frío, aguantaban en la terraza con sus consumiciones el tiempo que hiciera falta”, asegura Ana.

El local está a pie de carretera por lo que, además de los del pueblo, que son sus clientes más fieles, también se deja caer gente que está de paso. En el caso del hostal, muchas de las habitaciones las ocupan trabajadores, sobre todo en los meses de invierno, que trabajan en Argente de forma temporal. 

A partir de la primavera, el público cambia y se vuelve más heterogéneo ya que allí se alojan desde grupos de cazadores que practican esta afición en la zona y que reservan casi de un año para otro, hasta visitantes de Castellón y de Valencia, sobre todo en verano.

En el Hostal Argente la actividad casi nunca cesa y solo cierran los miércoles por la tarde. “Antes nos turnábamos entre mi hermana y yo para tener una semana de vacaciones al año, pero cuando la otra se quedaba sola era demasiado trabajo así que desde el año pasado cerramos una semana y así podemos descansar las dos”, explica Ana. 

Comedor social para 13 mayores del pueblo

Como este es el único bar del pueblo, desde hace años, en su cocina se prepara, además del menú del día con tres platos a elegir, la comida para 13 vecinos mayores del pueblo. Las hermanas Ramo cumplen así la función de comedor social por encargo del Ayuntamiento y no solo preparando la comida, sino que también la llevan a los domicilios. “Son gente muy mayor que apenas puede caminar y no pueden venir a buscarlo”, explica Ana.

Si algo caracteriza a esta familia son sus ganas de trabajar y el no decir prácticamente que no a nada. Así, en 2018, el pabellón que hay junto a su establecimiento se habilitó como campo de fútbol sala y el equipo local empezó a jugar en una liga contra otros conjuntos de la zona. 

Las instalaciones cuentan con un pequeño bar que los hermanos Ramo abren para dar servicio durante estos encuentros, que son cada 15 días, siempre que los locales juegan en casa. Además, aunque el pabellón tiene vestuarios, no son suficientes y, si es preciso, los jugadores o los árbitros pueden usar las duchas de las piscinas. 

“Se ha montado un grupo de chavales muy majo. Durante la pandemia, cuando se volvió a jugar pero no podía asistir público, mi hermano empezó a grabar los partidos y a compartirlos en redes sociales”, recuerda Ana.

Tanto a ella, que ahora tiene 43 años, como a sus hermanos (Montse tiene 51 y Juan 48) les quedan todavía unos cuantos años por delante de trabajo. Algo a los Ramo ni les asusta ni les desmotiva. “Trabajaremos todo lo que podamos y si seguimos como ha ido hasta ahora, continuaremos aquí”, dicen, con determinación. 

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