REAL ZARAGOZA

La visita del Elche, señal exacta del inicio de la decadencia del último cuatrienio zaragocista

El proximo rival del Real Zaragoza pisó La Romareda por última vez en 2020 en la última promoción que perdió el cuadro aragonés.

Zaragocistas e ilicitanos, en agosto de 2020, antes del partido de la promoción, sin público.
Zaragocistas e ilicitanos, en agosto de 2020, antes del partido de la promoción, sin público.
Francisco Jose Gimenez Vidal

El duelo Real Zaragoza-Elche CF del próximo domingo trae consigo, inexorablemente, un halo de lecturas anejas y entre líneas que ubican con exactitud el presente de la entidad zaragocista dentro de los ya 11 años consecutivos en Segunda División, hecho insólito en sus 92 años de vida como club y SAD. El rival, el viejo e histórico club ilicitano, es el causante de este efecto que mezcla lo temporal, lo societario, lo deportivo y lo anímico dentro de la burbuja del Real Zaragoza más decrépito desde su nacimiento en 1932, trayectoria reciente en mano.

El Elche hace cuatro temporadas que no pisa La Romareda. Y volverá a hacerlo el próximo domingo, 14 de abril, a las 18.30. La última vez tuvo lugar en el partido de vuelta de la semifinal de la promoción de ascenso de la liga 19-20. En una noche negra de agosto de 2020, en aquel terrorífico fútbol de pandemia, con las gradas mudas, vacías de público y envueltas en un desolador eco impropio del fútbol profesional; con las calles, plazas y avenidas de la ciudad desiertas; y con la población recluida en sus casas bajo la impactante fórmula legal del toque de queda en un estado de alarma. Aquel Real Zaragoza, como ahora, estaba entrenado por Víctor Fernández. De repente, tres años y ocho meses después de aquello, el Elche hace de hilván perfecto para explicarle a los más despistados u olvidadizos lo que significó aquel curso 19-20, el del último viaje a Zaragoza de los franjiverdes.

En la antesala de este enfrentamiento de solera entre dos clásicos de Primera División desde los años 50 del siglo pasado, es inevitable rememorar todo lo que se ha vivido en torno al equipo blanquillo desde, exactamente, aquella noche de un verano triste, lleno de miedos y desorientación en la sociedad española. Fue un partido de fútbol de máxima trascendencia que se jugó en un escenario inusual, anormal, sin precedentes e irrepetible. Todo mientras la población de todo el orbe permanecía aislada, limitada, oculta tras mascarillas y uniformes de seguridad en esas profesiones llamadas esenciales (entre ellas, los periodistas) que eran las únicas que se podían llevar a cabo fuera de casa con permisos especiales y un control policial férreo.

Aquel Real Zaragoza-Elche se vio por parte del 99,9 por ciento de la afición desde casa, por televisión, en lo que fue la eclosión superlativa del fútbol como espectáculo de máxima audiencia para las plataformas audiovisuales y, con ello, la devaluación definitiva del peso específico ancestral del público presencial en los campos. La Liga aprovechó para autoconvencerse de que este negocio se puede llevar adelante incluso sin un solo espectador de las tribunas. La globalidad de lo que en esos meses de 2020 sucedió a consecuencia de la extraordinaria e histórica situación sanitaria ocasionó enormes daños directa e indirectamente a las personas, a los colectivos, a las empresas, a los proyectos, a los estudiantes, a los trabajadores... a todos los humanos de bien. La vida cambió y las consecuencias de aquello son de gran calado.

El mejor año, sin ascenso

El Real Zaragoza había perdido el ascenso directo al acabar la liga regular en julio. Antes, el 12 de marzo, cuando los gobiernos del mundo, entre ellos el de España, pararon el corazón de la vida social con la explosión de la pandemia de covid-19 (así denominado aquel coronavirus, cuyo origen se señaló en un lugar de China) y la liga, como todo lo demás, se detuvo en seco, aquel Zaragoza, con Víctor Fernández al frente, era 2º en la tabla, a rebufo del líder, el Cádiz. Y tenía 5 puntos de distancia con el 3º, que era el Huesca. Iba lanzado. Su racha, su fútbol y solvencia, hacían presagiar que, por fin, se iba a volver a Primera siete años después del descenso de 2013. Es la mejor temporada, el mejor proyecto vivido en estos 11 años seguidos en Segunda.

Pero el parón, la pérdida del norte de infinidad de gente tras varios meses sin pisar la calle, el daño físico y mental que capilarizó a muchos jugadores de aquel Zaragoza que fue sacado del carril victorioso por una catástrofe mundial sin precedentes, arruinó el final de la liga, que se jugó a matacaballo desde junio, con partidos cada 48 o 72 horas, sin poder entrenar juntos, viajando en dos autocares y viviendo en un régimen inapropiado para los deportistas. Cierto es que aquello fue para todos, pero al Zaragoza, por cuestiones diversas, le afectó de peor manera que a muchos de sus rivales. Y el equipo de los campos vacíos acabó 3º, superado por el Cádiz y el Huesca. Se hundió dolorosamente. La Romareda callada era igual que los demás lugares, impersonal, deprimente, cuando antes de la pandemia el ambiente se asemejaba al de los mejores tiempos, todo era fetén.

Y ese Zaragoza abatido debió jugar la promoción con este Elche que ahora va a volver a La Romareda. Se tardó dos semanas largas en definirse la eliminatoria por el caso Fuenlabrada. Otro daño añadido para un equipo aragonés que, por esa demora, perdió a sus dos estrellas goleadoras, Luis Suárez por extinguirse su contrato de cesión del Watford y Puado porque se infectó de covid. El club se vio cautivo y desarmado legalmente ante tanto perjuicio. Víctor habló de un «fútbol corrompido». Razones para bramar tal cosa hubo varias y de profundidad. Todas se difuminaron desde los puestos de poder.

En la ida, en Elche, 0-0 escaso para un Zaragoza que jugó una hora en superioridad por la expulsión del brasileño local Jonatas. En la vuelta, el Elche ganó 0-1 con un gol del incombustible Nino en la penumbra de una Romareda huérfana de su ambiente, de su idiosincrasia. El ahora portero zaragocista, Badía, le paró un penalti a Javi Ros, tirado a lo ‘Panenka’, que pudo haber dado esperanzas en los últimos minutos.

Y ahí empezó la decadencia que hoy prosigue. El Zaragoza ha sido en estos tres últimos años, en los que el Elche (que le ganó la final de aquella promoción al Girona) militó en Primera, el 15º, 10º y 13º en Segunda. Esta vez, el curso es parejo. Son ya cuatro ligas de declive. Desde aquel truncado año de Víctor Fernández en la pandemia a manos del Elche, nadie más ha sabido aplicarle al proyecto un aire de éxito. Ahí está varada la SAD. Sin hallar salida.

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