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Víctor Fernández y Fernando Vázquez: cuando el fútbol nunca se acaba

El Real Zaragoza-Deportivo reúne a dos de los entrenadores con más partidos dirigidos en el fútbol español y con una trayectoria con varios puntos en común. 

Fernando Vázquez, durante su etapa en el Deportivo de La Coruña.
Fernando Vázquez, durante su etapa en el Deportivo de La Coruña.
Cabalar/Efe

El Deportivo de La Coruña se ha levantado de la tumba en cuanto Fernando Vázquez (Castrofeito, 1954) le ha puesto una mano sobre la frente, revivido por una dinámica de seis victorias y un empate a la que el Real Zaragoza tratará este domingo de ponerle las esposas y reducirla a derrota. En apenas un mes y medio, el conjunto gallego se ha transformado mediante una catarsis imponente, uno de esos prodigios en los que intervienen un reparador relevo de entrenador con nuevos métodos, cambios tácticos o la reactivación de futbolistas -muy buenos los que ya tenía y los que ha pagado en enero para tener-; pero que son, en gran medida, también posibles en una competición salvaje e incierta que siempre concede segundas y terceras oportunidades como la Segunda División.

El Deportivo solicitó socorro a Fernando Vázquez, un grito en plena descomposición general, con el equipo camino de Segunda B, la grada en fuego vivo y su Consejo de Administración batido en luchas internas, que retrotrae, salvando distancias y lugares, al que hace unos meses efectuó el Real Zaragoza con Víctor Fernández o, antes, Osasuna con Enrique Martín: viejos sabuesos, de poder carismático, con conocimiento estrecho del medio social, el entorno y sus claves, de profundo entendimiento del fútbol y sus resortes, con horas de vuelo en vestuarios de todo tipo y en toda situación… Una fórmula de emergencia basada en el sentimiento de pertenencia y en la experiencia en situaciones críticas.

Así ha resucitado el Deportivo de La Coruña camino de La Romareda, en un partido que pondrá delante a dos vestigios del fútbol español, dos entrenadores nacidos en otra época, en tiempos en los que este negocio y deporte se movía en otras coordenadas. Víctor Fernández se enfrentó a Fernando Vázquez por primera vez en la temporada 1995-1996, cuando el Zaragoza de Alfonso Soláns saboreaba la Recopa y el Compostela de José María Caneda se rebelaba en Primera División. Desde entonces, ambos técnicos reúnen un saco imponente de partidos dirigidos, 1.031 entre ambos en Primera y Segunda.

Situados en las antípodas en su filosofía de fútbol y en su talante, Vázquez y Fernández coinciden en el impacto de su carisma en sus actuales ciudades, en La Coruña y Zaragoza. El fútbol, curiosamente, les ha conducido por varias estaciones compartidas en su largo viaje: Celta, Deportivo, Real Betis… Y muy poco faltó para que el Zaragoza no se agregara a esa lista de mismos equipos entrenados: Fernando Vázquez fue la primera opción de Narciso Juliá para sustituir a Ranko Popovic en diciembre de 2015, pero las negociaciones se rompieron en su último empujón y el Zaragoza incorporó a Lluis Carreras.

Sí que se rozaron en la puerta de Riazor, cuando Víctor Fernández le reemplazó en 2014, justo después de que a Fernando Vázquez se le invitara a irse tras haber subido al Deportivo con una receta semejante con la que ahora lo quiere impulsar: organización y densidad defensiva, pocos goles encajados, paciencia y eficacia… Nunca ha engañado a nadie el técnico de Castrofeito y sabe bien cómo funciona la Segunda División y cómo se sobrevive en ella en casos de necesidad.

De la mirada angelical de Fernando Vázquez está casi todo escrito, de cómo se hizo entrenador sin haber jugado al fútbol, de sus años en el seminario de Santiago adonde lo mandó el cura del pueblo, de cómo se refugió en los libros y se formó en Filología Inglesa, de sus años de profesor de inglés en Lalín, de la escuela de fútbol que allí fundó y donde comenzó a entrenar, de sus carreras por el tartán del Multiusos de San Lázaro, de su agitada relación con los árbitros (es el entrenador más veces expulsado del fútbol español), de sus ascensos a Primera (Celta y Deportivo) y sus participaciones en descensos a Segunda (siete), del recio temperamento que palpita bajo la inocencia de su figura, de la franqueza de su discurso… Quizá, con él, Roma se perdió un Papa gallego. O quizá aún no, puede que aún dependa de un milagro en Riazor.

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