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Javier Moracho: "Desde muy joven me di cuenta que el atletismo no era para siempre"

Campeón de España y Europa en vallas, el formidable atleta defendió los derechos de los corredores y supo labrarse un futuro lejos de la pista

Javier Moracho fue un atleta excepcional en una prueba tan exigente como los 110 metros vallas.
Javier Moracho fue un atleta excepcional en una prueba tan exigente como los 110 metros vallas.
A. C. /Heraldo.

Javier Moracho (Monzón, Huesca, 1957) es un portento genético. Podría haber triunfado en distintos deportes por su condición física, su audacia y su inteligencia. Podría haber sido célebre en varias modalidades del atletismo, aunque sea famoso por una especialidad muy concreta y exigente: los 60 y 110 metros vallas, donde obtuvo galardones nacionales, europeos y mundiales. Esas pruebas tienen la dificultad de un soneto. Exigen buena salida, precisión en cada valla, que se logra con técnica, potencia y convicción, y una velocidad final más que considerable. Un día, de joven, se dejó el bigote, se miró al espejo y se gustó: era rubio, espigado, poderoso, tenía algo de galán italiano. Acaba de pasar por Zaragoza y es un arsenal de recuerdos, de amigos, de hechos, y no tanto por engreimiento o necesidad de exhibir su pasado sino porque es cierto. Aparece el gran campeón finlandés Arto Bryggare –al que venció en Madrid en 1986, lesionado y todo, en el último suspiro– en la conversación y acaba de recibir una llamada suya; ya de paso cuenta que vive una historia de amor con la gran campeona de velocidad y longitud Heike Dreschler. O de repente surge el nombre de un rival y plata olímpica: Greg Foster, que acaba de morir y eso le lleva a recordar otros nombres de amigos con tiene fotos, ‘wasaps’ y muchas vivencias compartidas: ahí están Carl Lewis, y su hermana Carol, Edwin Mooses, Henry Rono, Javier Sotomayor o Evelyn Ashford. Y con ellos españoles como José Manuel Abascal, José Luis González, Carlos Sala, Jordi Llopart, Josep Marín, Carmen Valero…

¿Empezamos por Greg Foster?

Me da mucha pena. Tenía un problema serio de corazón y no pudo superarlo por lo que se ve. Era un gran campeón. El que más me ha impresionado ha sido Carl Lewis; en vallas, Renaldo Nehemiah fue mi gran ídolo. Carl Lewis estuvo en la Olimpiada de Los Ángeles: fue prodigioso, logró cuatro oros. He estado en su casa y conozco a su familia. ¿Se acuerda de Evelyn Ashford?

Sí, claro. Negra, menuda y eléctrica. Campeona olímpica de 100 lisos en Los Ángeles y segunda en Seúl…

Sí. Y tres medallas olímpicas de oro en 4 x 100: en Los Ángeles, Seúl y Barcelona. La conocí. Estuve en su casa. No tenía ni un solo recuerdo de sus años de atletismo. Recuerdo que me llevó al garaje y me mostró un cuadro suyo de sus buenos días que recibía el humo del tubo de escape de su coche. «Esa foto me la dio Ronald Reagan y es lo único que tengo», me dijo.

No sé si puedo creerlo.

Hágalo. Lo mismo le pasaba a Josep Marín, el marchador. Somos buenos amigos, y me decía: «Todo eso pertenece al pasado. Solo miro hacia adelante».

¿Y usted?

La vida es rica y hay que mirar en todas las direcciones. Sigo compitiendo en veteranos, monto en bici, pero no puedo ser ingrato. El atletismo me ha dado muchas cosas: vivencias, amistades, amigos, premios, dinero. Cuando yo corría logramos que nos pagasen y muy bien. En algún mitin, los mediofondistas Abascal y González cobraban hasta 15.000 por competir; eso hoy no es nada fácil. A veces, a través de las redes sociales, me reencuentro con amigos o rivales del pasado. A partir de un momento de mi existencia me di cuenta de que atletismo no era para siempre. Y he intentado hacer otras cosas: compaginar la gestión y la organización de eventos con mi propia carrera. Y eso lo empecé a hacer desde muy pronto.

"El atletismo me ha dado muchas cosas: vivencias, amistades, amigos, premios, dinero. Cuando yo corría logramos que nos pagasen y muy bien"
El gesto característico de Javier Moracho: un maestro de la salida, de la depurada técnica y de vehemencia en carrera.
El gesto característico de Javier Moracho: un maestro de la salida, de la depurada técnica y de vehemencia en carrera.
Luis Sol.

Vayamos hacia atrás. ¿A qué es debido el éxito de Monzón en el atletismo?

En los pueblos donde el fútbol fracasa un poco, emergen otros deportes. Y aquí surgió con una gran fuerza el Club Atlético Monzón, que tiene más de 75 años, donde desde siempre todos han ido a una. Sin riñas. Solidarios. Sin celos. El fútbol suele ejercer un poco o mucho de vampiro, y aquí no sucedió así; y tampoco se han escatimado esfuerzos. Monzón es una localidad industrial, que ha recibido mucha gente de fuera y se han integrado cultural y deportivamente en el atletismo. Se desarrollan con orgullo.

¿No hay una figura, un nombre, alguien que sea el maestro, el coordinador, ese enlace que da coherencia a todo?

Sí, claro. Ernesto Bribián. Lo llaman el jefe. Lo que él dice va a misa. No es halagador, pero no le importa decirle a uno lo que hace mal. Conmigo fue severo para mi bien en ocasiones: “Ojo con la salida”, o te corregía otros aspectos.

¿Por qué se decidió por las vallas?

Probé en todo. Hasta en el fútbol, y he logrado títulos y muy buenos puestos en categorías inferiores en distintas disciplinas. Llegué a saltar, casi por azar, longitud, triple, altura y pértiga. Al final me incliné por las vallas, pero ya le digo que corrí cross, fui triplista, le gané una prueba de longitud al gran Rafael Blanquer, a veces aún nos reímos, etc. Sinceramente, he tenido muy buena genética.

¿Cómo fue avanzando?

Empecé a competir, logré buenos puestos, gané medallas. Y un día recibí una carta de la Fundación Blume: me daban una beca para ir a Madrid. Yo estaba flotando de felicidad. Se lo dije a mi padre y él, un mecánico ajustador un tanto severo, me dijo: «Te vas si me prometes que vas a estudiar. Si no, te quedas en casa y aprendes un oficio. No quiero que vuelvas a casa a los 30 y no sepas qué hacer con tu vida». Para entonces yo ya había trabajado en una fábrica de maletas de Monzón y en la industria química Monsanto. Y allá me fui, a Barcelona, no a Madrid.

Acabará siendo el séptimo corredor más rápido, y blanco, del planeta en vallas.

Esa composición se repitió en muchas carreras. No fue fácil llegar. Tuve que trabajar mucho, claro, y aprendí todo lo que estaba en mi mano. Jaime Enciso se convirtió en mi entrenador y desde 1978 puede decirse que arrasé en mi prueba. Luego apareció Carlos Sala.

Y vivieron una rivalidad impresionante.

Una mezcla alquímica de los dos habría dado el corredor perfecto. Yo tenía una salida muy buena, explosiva, y él un final muy poderoso. Éramos amigos y aún lo somos. Hemos compartido habitación en alguna concentración y creo que los dos sentíamos algo semejante: nuestra rivalidad nos hacía mejores a los dos. Él empezó con mucha fuerza, por supuesto, era magnífico, pero yo aún batí el récord de España en 1985 y 1987, y me retiré en 1990 con 32 años. Tenía la sensación de que tenía los deberes hechos.

Javier Moracho, entre Carl Lewis y su hermana Carol, también atleta.
Javier Moracho, entre Carl Lewis y su hermana Carol, también atleta.
Archivo Javier Moracho.

Fue diez años capitán de la selección, más de 60 veces internacional y olímpico en tres ocasiones. Debutó en Moscú 1980. ¿Cómo lo recuerda?

No podía dormir. Estaba Adolfo Suárez de presidente de Gobierno y se habló de que España no iba a ir. Hasta que me vi en el avión y que salí a la pista no estuve tranquilo. Estar en los Juegos Olímpicos es lo más grande. Quedé séptimo, pero pude hacer algo más. Miro hacia atrás, hacia ese instante, y entiendo que los Juegos Olímpicos son una experiencia inolvidable para cualquier atleta.

Hombre, también estuvo en Los Ángeles 1984 y luego en Seúl 1988.

Sí. En Seúl no logré pasar a la final por una centésima. Fueron unos Juegos a lo grande, como se hace todo en Estados Unidos. Con mucha fanfarria y opulencia. Creo que algunos volvieron más gordos de lo que habíamos ido; no nos faltó de nada. Y triunfó Carl Lewis, que repitió la gesta de Jesse Owens en Berlín. José Manuel Abascal fue bronce en 1.500. Él y José Luis González vivían una gran rivalidad; compartí habitación en alguna ocasión con González, que era una maravilla, pero al que destrozaban los nervios. En vísperas de las carreras importantes no podía dormir.

Decía que se retiró joven. ¿Por qué?

Sí, con 32 años. Fui a Seúl, pero fue más bien de modo casi testimonial. Ya llevaba años organizando eventos y contratando atletas, y tampoco me fue tan difícil. Me hicieron un gran homenaje en Madrid con la presencia de grandes campeones. Luego trabajé en Unipublic, para la Vuelta a España, y para Eurosport como comentarista. Nunca he estado alejado del deporte.

Usted parece haberlo tenido muy claro.

Soy un paleto de pueblo, por decirlo así, y aprendí de mi padre que esta vida es efímera. He visto a mucha gente que no supo tener una existencia fuera del atletismo, que no supo construir su futuro o que no se adaptó a los éxitos como Henry Rono, récord del mundo de 3.000, 5.000 y 10.000, que tenía que beber todas las noches para poder dormir; lo digo con cariño porque lo apreciaba mucho. Y he intentado aprender y sobreponerme siempre.

Javier Moracho con uno de los grandes campeones de las vallas: Edwin Mooses, el rey de los 400 metros vallas.
Javier Moracho con uno de los grandes campeones de las vallas: Edwin Mooses, el rey de los 400 metros vallas.
Archivo Moracho.
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