ATLETISMO. HOY DOMINGO

Blanca Miret: "Correr me ha dado la plenitud y el amor; era como una liberación"

Blanca Miret (Zaragoza, 1944) fue una pionera del atletismo: hacía velocidad, longitud y altura, y fue tres veces internacional. 

Blanca Miret.
Blanca Miret.
Sergio Muro

Blanca Miret (Zaragoza, 1944) fue una pionera del atletismo: hacía velocidad, longitud y altura, y fue tres veces internacional. Logró muchos títulos en competiciones universitarias y dos en campeonatos nacionales y ganó carreras, incluso de cross. Obtuvo el título de ATS y luego, merced a su experiencia en el atletismo, fue profesora del INEF durante 33 años y entrenó a grandes figuras del atletismo español como Sandra Myers. Algunos la llamaban ‘la gacela blanca’. Acaba de regresar a Zaragoza. Y ahora, como antaño, se le ve una mujer decidida, con determinación y sinceridad. Su hermano Juan revela que su padre la llamaba en privado ‘La sota’.

¡Vaya mote!

Es muy aragonés, sí. Descubrí pronto, casi por casualidad, que tenía buenas condiciones para el atletismo. Y pronto empecé a destacar: era alta, fuerte y muy rápida. Rapidísima, y eso me llevó a llamar la atención en las competiciones que iba. En Barcelona, en una prueba del campeonato de España de 1963, me ganó la campeona por lo que hoy sería la ‘foto finish’. Quedé subcampeona de 100 metros lisos, ese año, y volvería a repetir posición en 1965 y 1967.

¿Quién la entrenaba?

Paulino Savirón, que tenía una novia que también corría, Conchita. Empecé a ganarle antes de los dos meses y ella me miraba con recelo. Era lógico: compartíamos entrenador y, además, era su novio...

Entró con fuerza.

Creo que sí. Pertenecía al Club San Fernando, que era un equipo humilde. Pero luego, cuando ya empezaba a ser conocida. Tuve una tendinitis y tuve una parón de un año. Hoy eso no sería nada, un poco de cuidados, hielo, y seguimos, pero entonces era un drama. Y lo fue para mí.

¿Cómo se preparaba?

Casi siempre en solitario. En la Ciudad Universitaria, que entonces tenía una pista de ceniza de 300 metros de longitud, y en el Parque Grande, actual José Antonio Labordeta. Hacía pruebas de resistencia y de fortaleza, y también iba a un gimnasio que había en el Salduba.

¿Cómo fue su progresión tras la lesión?

Difícil. José María Ballesteros, el seleccionador nacional, me llamó a una concentración para un enfrentamiento con Portugal y me dijo: «Tras este año en paro, vamos a probarte en relevos». Respondí bien.

Y tan bien. Volvería a llamarla.

Sí. He sido internacional en tres ocasiones y soñé, como todo el mundo con ir a las Olimpiadas de 1964, pero entonces nosotras aún no íbamos. Iría en 1976, a Montreal, la turolense Carmen Valero. Yo notaba que Ballesteros me mimaba y un día me dijo: «Si quieres, te entreno yo». Acepté.

¿Aceptó? ¿Cómo lo hacían?

Él me mandaba cartas y dibujos donde me explicaba los ejercicios que tenía que hacer. A veces me hablaba por teléfono y solíamos vernos en Zaragoza una vez cada mes y medio o dos meses. En una cita en Madrid me llevó a un restaurante estupendo y luego a una discoteca de Aravaca. Y yo me decía: «¡Qué entrenamientos más raros hacemos!». Me di cuenta de que se había enamorado de mí.

¿Y usted de él?

No, todavía no. Yo tenía en Zaragoza un novio, más bien intelectual, apasionado de los toros y del Real Zaragoza. Yo vivía en Zurita e íbamos mucho de bares como El Circo. Era una persona encantadora, pero para mí un poco aburrido. Y luego sucedió lo de Brasil.

¿Lo de Brasil?

Sí. José María Ballesteros, entrenador de la selección nacional, nos invitó a tres campeonas a una gira por Brasil. Y allí sucedió lo que tenía suceder. Era ocho años mayor que yo, pero era elegante, educado, muy buena persona. Me colmaba de atenciones y caí. Y un día nos metimos en una cabina y allí me dio un beso que me supo a gloria, y yo también me enamoré. El también tenía novia. Al volver, llamé a mi novio y le dije que lo nuestro había acabado. Al día siguiente, estaba ante la puerta de la residencia La Paz con su coche. Era romántico. Me pidió que no lo dejara, que se tiraría al tren. «Pues, tírate», le dije. No lo hizo, claro, y en 1971 me casé con Ballesteros.

Estampa de una campeona de vida breve en las carreras.
Estampa de una campeona de vida breve en las carreras.
Archivo Blanca Miret.

Él también cuenta algo en sus memorias.

Sí. Dice que le llamé la atención por mi personalidad especial.

Algo se intuye.

Luego me trasladé a Madrid, que es una ciudad que no me gustó. Allí pasaban cosas extrañas: las chicas tenían que entrenarse en interiores porque si no las insultaban por la calle. Eso me contaban, incluso me lo decía el propio José María. En Zaragoza jamás me pasó eso. Salía mucho en los periódicos. Casi todos los días: que si Blanca Miret esto, que si ha logrado tal marca, que si irá a un encuentro internacional… Había un periodista, Fermín Moros, que hablaba de mí como un enamorado.

¿Y Antonio Belío de HERALDO?

Era un sabio de atletismo pero solía fustigarme más bien. Como era amigo de mi exnovio, no me perdonaba mi desaire. En cambio, en la ciudad todo era generosidad y cariño. Lo recuerdo bien: cuando pasaba ante los comercios, muchas veces la gente salía a decirme: «Campeona, campeona». Como se lo digo.

Que era conocida está claro: fichó por el Real Zaragoza.

Sí, fui la primera atleta profesional del Real Zaragoza, y llevaba su camiseta blanca y su escudo. Firmé un contrato y me pagaron 25.000 pesetas. Competí durante casi tres años. En 1963, había ganado el título absoluto de salto de longitud, fui la primera mujer que superó los cinco metros y dejé mi mejor marca en 5.22.

¿Cuáles eran sus pruebas favoritas?

Sobre todo la velocidad. Mejor los 100 que los 200, también hacía relevos, y el salto de altura y el de longitud. Sin ánimo alguno de presunción, era rápida y tenía poderío. Y, además, era muy competitiva y tenía confianza en mí. Siempre quería ganar. Y tuve muchas rivales duras: Nela Santos, María Luisa Orobia...

Sin embargo, logró buenas clasificaciones y acabaría haciendo pentatlón.

Sí. Fui subcampeona en 1967 y campeona en 1968, ya estaba instalada en Madrid y trabajaba de enfermera en La Paz. Sufrí una insuficiencia hepática y los médicos me dijeron: «Por lo menos en un año no puedes hacer nada». Debí haber vuelto, no lo hice, y luego ya me casé, en 1971. Fui ayudante de mi marido y luego profesora. Estuve en un campeonato del mundo en Hannover, de veteranos, quedé quinta y tardé muchos años en volver . Ahora he regresado y con mis 78 años volví a ganar. Casi no me lo creía.

¿Qué le ha dado el atletismo?

Todo o casi todo. Hasta el amor. He disfrutado mucho en la máxima competición. Cuando tienes cualidades y luchas por estar arriba, por ganar, y a veces ganas, hallas la felicidad total, disfrutas, te sientes en plenitud. Y esa era mi sensación, como ve muy placentera. Correr era también como una liberación.

¿Cómo le sienta volver a Zaragoza?

De maravilla. Esta ciudad me gusta mucho, la llevo muy dentro de mí y tengo un montón de imborralbes recuerdos.

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