DIÁLOGOS. HOY DOMINGO

Luis María Garriga: "Huyo del rencor del que fracasa y de la arrogancia del vencedor"

El exatleta olímpico de salto de altura en Tokio-1964 y en México-1968 habla de atletismo, de sus años como alcalde de Borja y otras actividades

LUIS MARIA GARRIGA ( EXATLETA Y EXALCALDE DE BORJA ) / PLAZA DE SANTA CRUZ ( ZARAGOZA ) / 25/02/2021 / FOTO : OLIVER DUCH[[[FOTOGRAFOS]]]
Luis María Garriga ha tenido una intensa vida: fue campeón de salto de altura y atleta Olímpico, presidente de la Federación Aragonesa de Atletismo, alcalde de Borja en varias legislaturas, concejal del Ayuntamiento de Zaragoza. Parecen varias vidas en una.
Oliver Duch.

Luis María Garriga (Borja, 1945) es, ante todo, alguien que cree firmemente en los valores olímpicos y sostiene que siempre, allá donde estuviese, en las pequeñas cosas de día, en la presidencia de la Federación Aragonesa de Atletismo o en la alcaldía de su pueblo, intentó transmitir esos valores porque considera que son “de aplicación a cualquiera de las facetas de la vida; perseverancia, fuerza mental, concentración, espíritu de camaradería y esfuerzo. La educación deportiva es un complemento de la educación intelectual y mejora la aptitud y la actitud del individuo en la sociedad”. 

Agrega: “Todo lo que soy se lo debo el deporte. Me siento un hombre feliz que ha huido del rencor del que fracasa, de la envidia, y de la soberbia o arrogancia del vencedor. Vivir para mí ha sido un abrirse camino hacia la felicidad con los demás”. El seis veces campeón de España de salto de altura, atleta olímpico en Tokio-1964 y México-1968, es un pozo de secretos: lo mismo recita a Lorca que a Campoamor, revela que está leyendo las ‘Memorias de Adriano’ de Marguerite Yourcenar, que le regalaron hace poco en un bar, o recuerda que le gusta cantar tangos, boleros y baladas acompañado de la guitarra. Y evoca a su tía abuela Felisa que tocaba el piano y le cedió, cuando empezaba a saltar en las eras de Borja con poco más de 14 años, un colchón para que no se destrozase los pies.

Ha empezado como si persiguiese su mejor marca.

Ja, ja. Nací en una familia más o menos acomodada. Y tuve una infancia absolutamente dichosa. La vida, en mi época, era otra cosa, ahora le daría miedo a nuestros padres: jugábamos a tirarnos lanzas de cañaveral en el castillo, peleábamos con espadas, no tardaríamos en descubrir las películas del oeste. Era una vida al aire libre.

¿Cómo se le dio por el salto de altura?

Fue como un flechazo. Como una inspiración. Yo no creo en la suerte pero sí en el destino. Y luego en los méritos, en las circunstancias, en el deseo de hacer las cosas. Mi padre me dijo que lo esperase en el bar Mi Casa, donde estaría con algunos amigos tomando una copa de González Byass. Tardó un poco o se entretuvo y yo le dije a Pepe, el dueño, si podía poner la tele, que no llevaba mucho tiempo en el pueblo. Emitían imágenes de las Olimpiadas de Roma-1960, del salto de altura en concreto. Y aquello me encantó.

"El salto de altura fue como un flechazo. Como una inspiración. Yo no creo en la suerte pero sí en el destino. Yo le dije a Pepe, el dueño, si podía poner la tele que no llevaba mucho tiempo en el pueblo. Emitían imágenes de las Olimpiadas de Roma-1960, del salto de altura en concreto. Y aquello me encantó".

¿Qué le encantó?

Todo: la técnica, la carrera, la elegancia, el vuelo. Y no tardé en practicar en las eras de Patrón, donde estaban las trilladoras, en las de Sayón, cerca de la fábrica de yeso, y en el Campo de Remolachas. Creo que aquella afición se la contagié a otros chavales. Y un poco a mi padre.

¿También? ¿Cómo eran sus padres?

Mi padre, Emilio, era un hombre severo, con su propia educación, exigente; su voz prevalecía en casa. Mi madre, María, navarra, era todo bondad y dulzura. Uno de los seres más excepcionales que he conocido jamás y que me quería con locura. Se compenetraban bien. Fuimos cuatro hermanos; el mayor se murió pronto, al año y medio; el segundo, se moriría a los 49 años; luego vine yo, fui el tercero, y después mi hermana. Mi padre quería tener tres hijos varones, y cuando nació Juana, pareció tener una leve decepción: luego, fue la niña de sus ojos.

¿Qué pensaba su padre de su nueva afición?

Fue clave por muchas razones. En los saltos en las eras las cañas hacían de listón… Y luego conseguimos mejores piezas, más profesionales. Un día fue a Zaragoza y contactó con el periodista de ‘El Noticiero’, Paco Ruiz, y le habló de mí. Y este lo puso en contacto con el presidente de la Federación de Atletismo de Zaragoza, José Luis Barrachina, y con el campeón de entonces, que era Pedro Savirón. Vinieron a verme a Borja. Y ahí empezó mi carrera. Pronto tuve a mi primer entrenador, José Luis Cuartero.

Iba lanzado.

Luis María Garriga.
El hombre que vio saltar a Dick Fosbury a su lado.
Oliver Duch.

Él me mandaba unos dibujos explicándome la técnica. Y los movimientos, qué hacer con los brazos, cómo se adelantaba la pierna, etc. Dibujos muy esquemáticos  pero claros. Y no solo eso, también iba a Zaragoza y me entrenaba con él en el campo de la Academia General Militar. No tardaron en llegar los primeros títulos: fui campeón de España juvenil en 1962, campeón de España junior en 1963. Y un día, en una competición en Vallehermoso en Madrid, se fijó en mí el director de la Residencia Blume de Barcelona y me dijo si querría ir a entrenarme allí con una beca. Le dijo que tenía que consultarlo con mi padre.

¿Qué le dijo?

Yo pensaba que diría que no, la verdad, pero dijo que sí. Y allá me fui, a Barcelona, recuerdo la mesa que me asignaron y la habitación; yo dormía en la litera de arriba. Empecé a salir a competir a distintos países europeos. Italia, Bélgica, Grecia. En París, tras competir, y con poco más 18 años, salimos a Pigalle y vi el primer ‘striptease’ de mi vida. Imagínese, qué emoción y qué sorpresa. Era otro mundo y una revelación. Le escribí a mi madre: “Tengo muchas cosas que contarte”.

¿Se las contó?

Sí. Mi madre era muy especial. Yo estaba volcado con el deporte, que era mi vida, mi pasión, el centro de mi existencia, pero siempre he admirado la belleza femenina. Y ella un día, ella me dijo: “Hijo mío, tienes que aprender a mirar a las mujeres con ojos de artista”. Jamás se me ha olvidado esa frase.

"Yo estaba volcado con el deporte, que era mi vida, mi pasión, el centro de mi existencia, pero siempre he admirado la belleza femenina. Y ella un día, ella me dijo: 'Hijo mío, tienes que aprender a mirar a las mujeres con ojos de artista'. Jamás se me ha olvidado esa frase!.

1964 fue un año inolvidable, ¿no?

Por completo. No podemos contarlo todo. Logré el récord absoluto de España. En La Coruña salté 2.02; en Bilbao, 2.04. Vine a casa, estuve unos días y me fui a Madrid a competir por el título nacional. Yo tenía una Ducatti y marché en ella. A la altura de Almazán, tuve un accidente y sufrí magulladuras, rasguños, heridas en los glúteos, y sentí un terrible dolor en el culo. Me pareció una fatalidad. Llamé a casa, y mi padre me mandó al taxista Nino, que me llevó a Madrid, a la fonda Numancia donde yo solía hospedarme. Pensé que se venía abajo la posibilidad de ir a las Olimpiadas.

¿Que sucedió?

Me dolía todo. No podía dormir. Tenía un malestar anímico tan grande como el físico. “Al menos -me dije-, tengo que ser campeón”. Pronto me quedé solo en la competición en medio de muchos dolores. Hubo un momento en que me sentí como ingrávido o algo así. Poseído por una misteriosa fuerza interior. Pedí el listón en 2.06, que era la marca que se exigía para ir a Tokio. No sé bien cómo lo hice, pero salté a la tercera. Fue un momento absolutamente mágico. Imagínese, qué felicidad.

¿Cómo vivió la Olimpiada de Tokio-1964?

Pasar 23 días en Tokio, en unas casitas bajas, donde las geishas te entregaban la flor del almendro todos los días, y estar en el estadio, eso es increíble. Vi al emperador Hiro Hito a 50 metros, saludé a Valeri Brummel, que fue el campeón olímpico con 2.18. Y un día nos llevaron a una sala de fiestas, donde bailé con una atleta canadiense. Todo fue precioso. Una Olimpiada es el embrujo total del deporte, la magnificación de la competición. Y yo iba todos los días a las pistas. A mí me encantaba el atletismo, que es un deporte que concentra valores eternos.

Luis María Garriga.
Luis María Garriga, apasionado del tango y del bolero, coge la guitarra y anima la expedición de la selección española de atletismo.
Archivo Garriga.

¿No fue allí donde cantó y tocó la guitarra?

Sí. No solo eso. Canté y toqué una guitarra Yamaha, que me regalaron. Siempre me ha gustado. A veces, con una guitarra, un tango o un bolero, dejas de ser el atleta, el presidente, el alcalde, y eres simplemente tú, Luis, el amigo, el vecino. La música me gustó siempre. Mi tía abuela Felisa, que vivió con nosotros hasta su muerte, tenía una gran pasión por la música y tocaba el piano. Le encantaba hacerlo.

Cuatro años después fue a México. En su disciplina se pasó del rodillo ventral al estilo de Dick Fosbury, de espaldas.

Hubo un gran debate. Si se aceptaba o no su forma de saltar. Se aceptó y se proclamó campeón olímpico con 2.24. Yo no pude superar los 2.12 y me quedé undécimo con la misma altura que el noveno. Fueron unos juegos maravillosos: los de Bob Beamon, el saltador de longitud; los del ‘black power’; los de Fosbury. Yo pasé a la final y hablé con él. Tengo varias fotos. Me preguntó de dónde era, y me dijo que no conocía Zaragoza. Era cortés, como un poco distraído, pero amable y su salto resultaba extravagante. Los mexicanos le decían: “Ándele, gringo. Ándele”. Lo que son las cosas, en 1972 yo estaba mejor que nunca, a mis 27 años. Pero tuve una lesión terrible en el escafoides del astrágalo y no pude competir. Aproveché para casarme con Elena, mi única novia. Venía con sus padres a Borja de vez en cuando. La conocí en un guateque en 1969  y experimenté el flechazo becqueriano: "Hoy la tierra y los cielos me sonríen, / hoy llega al fondo de mi alma el sol, / hoy la he visto..., la he visto y me ha mirado...,/ ¡hoy creo en Dios!". Nos casamos en 1972. Y ahí seguimos: 49 años de amor y compañía.

"He querido ser un alcalde para todos. De proximidad. Para los vecinos. Y con mirada amplia. Siempre. Borja es mi patria chica, no sé lo que es, pero tiene algo que me encanta. Siento un vínculo del que ni he sabido ni he podido separarme".

¿Qué tipo de alcalde quiso ser? Lo fue en dos ocasiones, primero como independiente y luego con el PAR.

Un alcalde para todos. De proximidad. Para los vecinos. Preocupado por los servicios, la vivienda, el trabajo, las instalaciones sociales y deportivas. Y con mirada amplia. Siempre. No fui lo que se dice un hombre de partido: un alcalde tiene que hacer cosas de todos los colores, se debe al bienestar de sus vecinos. Borja es mi patria chica, no sé lo que es, pero tiene algo que me encanta. Siento un vínculo del que ni he sabido ni he podido separarme.

Ya no le tocó el ‘Ecce Homo’.

No. Soy muy amigo de Cecilia. Tengo un cuadro suyo en casa. Retocaba a menudo la obra, con suavidad y oficio, pero la última vez se le fue un poco de las manos. Ella pasó una época de auténtica angustia, hasta que todo dio la vuelta. Acaban de hacer unas zapatillas Reebok. Por el cariño que le tengo y el más elemental respeto, casi prefiero ahorrarme lo que pienso. La reacción de la masa, a veces, es un absoluto misterio.

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