La Eurocopa sin vanidades

Las grandes figuras de Francia y Portugal han acabado fagocitadas en el torneo por las selecciones que se distinguen por la fuerza del bloque.

Kylian Mbappé lamenta su fallo en el penalti definitivo de la tanda de Francia ante Suiza.
Kylian Mbappé lamenta su fallo en el penalti definitivo de la tanda de Francia ante Suiza.
MARKO DJURICA

La Eurocopa de múltiples sedes se ha convertido en una hoguera de las vanidades. Tom Wolfe acaricia un gatito cada vez que ve desfilar hacia sus aposentos a las grandes figuras que alumbraban el torneo. Cristiano Ronaldo y Kylian Mbappé por encima de todos. El pasado y ¿el futuro? del Real Madrid. El poderío físico, el trabajo, la solidaridad y las ganas se han impuesto frente a las individualidades, que han quedado retratadas. Muchos equipos sin pedigrí avanzan en la competición después de partidos movidos por la pasión. Las apuestas de café están resultando funestas. Todos apuntaban a que el momento decisivo se lo jugarían Francia, Portugal y Alemania, junto a Bélgica, y un paso por detrás selecciones en formación como España, Italia o Inglaterra. Pues las tres del grupo de la muerte ya están tomando aviones para disfrutar de sus vacaciones y a las aspirantes se les han unido austeros conjuntos como Suiza, Ucrania, República Checa o Dinamarca.

La modernidad del MVP afiliaba directamente a Kylian Mbappé, el nuevo mesías del fútbol mundial. El escurridizo francés que se sentaba ya directamente en la cabecera de la mesa que compartían hasta la fecha Cristiano Ronaldo y Messi. Tenía que ser su Eurocopa. Llegaba en su mejor momento tras una temporada realmente más efectista que efectiva porque no ha conseguido llevar a su equipo a ningún trono. El único título del PSG en la temporada ha sido la Copa de Francia. Pero Deschamps había rodeado al atacante junto al mejor Benzema y con Griezmann, más oscurecido en el Barça pero siempre destacado con Francia. Con Kanté y Pogba por detrás nada podía salir mal. Pero nadie contaba con una defensa de plastilina, con ese Lenglet timorato. 

Y llegó el momento decisivo, el penalti concluyente, y ahí el único que erró fue el crack. Mbappé lo tenía escrito en la cara. La decepción ha sido mayúscula porque Francia presumía del mejor equipo con el mejor futbolista. Dicen que la indefinición del delantero con su futuro personal en su actual club ha influido demasiado. La eliminación ante la modesta Suiza desató incluso una guerra de familias. En la grada se produjo un lío morrocotudo entre la madre de Rabiot y las familias del propio Mbappé y Pogba, con reproches varios tras la pena máxima fallada que dejaba a Francia apeada en cuartos.

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Y de la campeona del mundo, a la todavía campeona de Europa. El otro conjunto con un líder que sobresalía sobre el resto de los mortales. El último gran torneo para Cristiano Ronaldo, el devorador de récords. El portugués se compró el líbro Guinnes y va recortando cada hoja que supera. Pero no contaba con que en solitario ya poco tiene que hacer, que necesita la fraternidad de sus compañeros. Y eso que Fernando Santos lo había envuelto con Bernardo Silva y Bruno Fernandes, dos de los futbolistas más destacados de la Premier League. Pero ni con esas. Portugal también cayó en octavos, en este caso ante un bicho como Bélgica, y nada más pitar el final del encuentro se produjeron las imágenes que definen al personaje. Abatido en el campo, tirando con rabia el brazalete de capitán, y cuando se marchaba hacia el vestuario le dio tiempo a patear un botellín de agua y a volver a arrojar el brazalete.

El presente es de los bloques, de los equipos con todas las letras. Muchos de ellos con expectativas recortadas, como le pasó a España. La confección de la lista desató la ira contra Luis Enrique, pero el fútbol le ha dado la razón, hasta ahora. Una conjunción de veteranía con nuevas realidades. Todos a correr, todos a luchar, todos a una. En el espejo de La Roja aparece la Azul. La nueva Italia de Roberto Mancini adobada por los centrales de toda la vida y por Inmobile arriba. Los demás, gente con hambre criada en las categorías inferiores. Ningún crack deslumbrante, ni falta que les hace, ni a España ni a Italia. Porque la fuerza de todos les hace más robustos.

Bélgica lo ha comprobado. Sin llegar al nivel mediático de Cristiano o Mbappé, la formación de Roberto Martínez lucía con Eden Hazard y Kevin de Bruyne. Pues justamente ha progresado hasta cuartos de final sin la participación activa de sus dos figuras, aquejados de una temporada interminable, aunque el madridista vive lesionado. Pero los actores secundarios se han unido para convertirse en la gran favorita del torneo, con un Lukaku descomunal y un portero enorme. 

Inglaterra también tendrá sus opciones. En el conjunto de Southgate todos apuntaban con rotulador a Harry Kane, que por fin marcó. Pero el cazagoles no ha sobresalido sobre el resto. Como el resto de selecciones que han progresado, esa Suiza, Ucrania, República Checa o Dinamarca donde no hay nadie que se atreva a subir un peldaño más que el resto. Todos a una. Una sinfonía de camaradería, de esfuerzo global, de hambre. Aquí nadie se arruga ante nadie. Ni ante las figuras. El nuevo fútbol se ha impuesto.

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