Zahara trufa su ‘rave’ de sentimiento al abrigo del Jardín de Invierno
La de Úbeda cantó, tocó la guitarra y el teclado, aulló con desafuero y recordó que bailar estimula las neuronas.
En marzo del año pasado, Zahara sacó al mercado su disco ‘Puta’. Muchas vestiduras se rasgaron por el término en letras grandes -facilón, grosero, fíjate tú- antes de que la artista de Úbeda explicase que el vocablo había marcado episodios de maltrato verbal y físico en su infancia y adolescencia. Volcadas en palabras y notas, ha ido expurgando aquellas cuitas: primero en solitario, luego en dúos y finalmente, en clave ‘rave’, con las máquinas marcando el paso. Este jueves por la noche, en el Jardín de Invierno, Zahara removió conciencias y despeinó literal y espiritualmente a una audiencia encantada con el reto.
La noche comenzó con Santoral, dúo zaragozano compuesto por Alberto Solobera y Elvira Vallés. Guitarra, secuencias, teclados, voces: la de Elvira, por cierto, sublime en el canto y el recitado. Nadan en el surrealismo, de Breton a Buñuel, de la cajita de música al muro de ruido. Asaz anárquicos, delicadamente melódicos, le piden un poco más de lo habitual a la vida y a la música. La autoexigencia deja rédito, aunque a alguno le choquen de primeras. ‘Noche de insomnio’ y el adiós con ‘Loco medieval’ dejaron alto el pabellón ése al que siempre se alude.
Zahara comenzó con ‘Taylor’; luces rojas sobre fondo negro, imágenes pelín apocalípticas en la pantalla, Martí Perarnau y Manuel Cabezalí (vaya dos escuderos-socios-fieras) a los lados. La ‘rave’ de Zahara no es ‘non-stop’; la electrónica es su aliada, no una tirana o un colchón en el que apalancarse. La andaluza maneja el ritmo de la velada con temple, y cuando el cuerpo le pide parar un poco, para. Anoche estaba a gusto, y se le notó. "Qué felices estamos de volver a esta tierra que tan bien nos trata, espero que os sintáis superbien y disfrutéis de esta ‘rave’ como os apetezca; y siempre que sea consentido, besaros y tocaros mucho".
Los versos lacerantes de ‘Camino a L.A.’ recordaban a los presentes que esta fiesta llevaba cargas de profundidad; acompañado el terceto de músicos por dos bailarinas a las que también se sumaba puntualmente Zahara en coreografía combinada, la canción fue cimentando una atmósfera tan inquietante como magnética, en la que el público pareció sentirse a refugio. En ese ambiente de confianza entre artista y audiencia, Zahara decidió seguir moviendo el timón a diestro y siniestro, y quiso que la noche tuviera todos los elementos previstos.
El acelerón final fue exactamente eso, una nueva subida de revoluciones; ya no aminoró la marcha. Como adiós, un ‘no bis’: música al viento y Zahara entregada al baile. Un broche de luz.