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Carlos Escalona, pizzero en Tarazona: “Ha pasado un año y seguimos igual, sin ayudas y sin interés”

La pizzería Vaticano abrió hace tres años, con pizzas artesanas y reparto a domicilio. La buena gestión económica ha hecho que la situación no sea tan difícil.

La pizzería Vaticano está en la avenida de Navarra, 3 de Tarazona
La pizzería Vaticano está en la avenida de Navarra, 3 de Tarazona
Heraldo

Sin apenas ayudas pero siempre con una sonrisa. Así es como afronta Carlos Escalona la crisis que atraviesa su negocio en Tarazona a causa de la covid. Hace tres años abrió la pizzería Vaticano, la única de la localidad con pizzas artesanas y reparto a domicilio.

Esta combinación exclusiva es, en gran medida, la que le ha salvado en el peor momento de la corta vida de este negocio. Eso y que Carlos, como buena hormiguita que es, ha ido ahorrando y pagando todo lo que podía durante los primeros años de bonanza. “Gracias a lo que he ido acumulando la situación no es tan dramática ahora”, reconoce.

Una situación en la que, en su opinión, no se está viendo nada respaldado por las autoridades. “No hemos sentido el calor del Ayuntamiento ni creemos que haya habido interés personal por cómo estábamos capeando todo esto”, asegura. Junto a esa falta de cercanía, Carlos también echa en falta más ayudas económicas. “Sacaron una subvención de 1.000 euros pero, aunque mi negocio está en Tarazona y doy trabajo a personas de la localidad, como yo no estoy empadronado en ella, no he podido optar a la ayuda”, dice, indignado.

Mientras tanto, Carlos se centra en seguir ofreciendo el mejor servicio a sus clientes. La materia prima de kilómetro cero es la clave de su éxito, y unas pizzas cuya masa es artesana, elaborada con una harina italiana especial. Prácticamente todos los ingredientes que emplea para su aderezo son de proximidad, comprados en proveedores de la zona.

Aunque su especialidad es esa, en la carta de Vaticano también se pueden encontrar postres caseros, hamburguesas, ensaladas y hasta cócteles. El local tampoco es tradicional. Era una antigua tienda muebles que Carlos acondicionó para este nuevo uso. En la parte de abajo se sirven las copas y en la de arriba está el restaurante. También cuenta con una pequeña terraza, con dos o tres mesas, y unas jardineras municipales que Carlos se ha encargado de cuidar para que luzcan más bonitas.

En una época normal, mientras los clientes cenan puede haber música en directo o alguna actuación y si es Halloween, todo está decorado con esa temática. “No tengo televisión, no es un bar al uso”, explica Carlos.

El equipo de la pizzería con la directora de cine Paula Ortiz, en el verano de 2019. Ha
El equipo de la pizzería con la directora de cine Paula Ortiz, en el verano de 2019. Ha
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También como innovación, Vaticano es el único establecimiento de Tarazona, junto con un kebab, que ofrecía el servicio de reparto a domicilio antes de la pandemia. “Empecé a hacerlo los domingos, sin coste alguno, porque vi que podría funcionar en un día que apetece más quedarse en casa”, comenta. Para ello, acondicionó una moto que tenía y se puso a repartir.

De hecho, cuando se instauró el estado de alarma Carlos continuó ofreciendo su servicio con la mayor normalidad posible ya que los encargos para casa se convirtieron en su trabajo diario. “La pandemia me pilló volviendo de unas vacaciones. La pizzería había estado casi un mes cerrada y cuando la quise abrir, lo tuve que hacer adaptándome a las nuevas circunstancias”, recuerda.

"Ha habido días que he sacado solo dos pizzas o semanas trabajando sin parar de jueves a domingo para hacer 200 euros de caja"

Pero este no fue el único cambio que tuvo que hacer. Su plantilla, que de normal estaba compuesta por ocho personas, quedó reducida a dos: un cocinero y él. Incluso con este recorte y manteniendo un mínimo de ingresos con los pedidos a domicilio, Carlos confiesa que ha pasado por “muchas penurias”. “Ha habido días que he sacado solo dos pizzas o semanas trabajando sin parar de jueves a domingo para hacer 200 euros de caja”, explica.

Y eso que el público responde. Sus pizzas son las únicas artesanas de la localidad y Carlos ha apostado desde siempre por el producto de calidad a precios asequibles. A pesar de ello, Vaticano nota en sus ventas cuándo los habitantes de Zaragoza no pueden salir de la ciudad o el miedo a hacer vida social que tienen muchas personas. “Un sábado normal sin covid vendía más de cien pizzas y ahora, un día bueno, saco unas 40”, resume. Esto supone que Carlos tiene que hacer frente a casi los mismos pagos de siempre con la mitad de los ingresos.

En los últimos meses, ha visto cómo se equilibraba la balanza entre los pedidos para llevar y los servidos en el local. “Hasta ahora, los de domicilio eran menos pero con la covid están casi por igual. Y esto se nota en la cuenta, que sin las bebidas que se van tomando en el restaurante es de menor importe”, asegura.

"Después de mucho tiempo empleado para otros y sin obtener lo que yo creía que merecía, decidí lanzarme con mi propio negocio"

En lo personal, la crisis de la covid ha llegado a la vida de Carlos cuando él ya estaba pensando en retirarse a algún sitio de playa. “Aquí estoy muy feliz, tengo mi casa en Lituénigo con ocho hectáreas de terreno, vivo con mis perritos y vistas al Moncayo. Pero me duelen los huesos y me quiero volver al mar”, reconoce.

Y es que, aunque Carlos es madrileño, durante gran parte de su vida ha vivido en Sitges, trabajando siempre en el sector de la hostelería. “Después de mucho tiempo empleado para otros y sin obtener a cambio lo que yo creía que merecía, decidí lanzarme con mi propio negocio”, explica. Así es como a los 44 años (ahora tiene 47) decidió abrir la pizzería Vaticano.

Aunque sus gestores auguraban que tardaría cinco años en dar rentabilidad, 2020 iba a ser su año de beneficios y su negocio estaba valorado en 120.000 euros. Pero ninguno de estos cálculos tienen sentido desde que la pandemia llegó para acabar con cualquier previsión. “Con la que está cayendo, ahora no es momento de vender”, asume, resignado, consciente de que sus planes de descanso tendrán que esperar.

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