El día en que el cierzo sopló con más fuerza en Zaragoza

El viento del valle del Ebro es una seña de identidad que acompaña -y despeina- alrededor de 150 días al año. En ocasiones, su velocidad supera los 100 km/h.

Vendaval en Zaragoza, en 1956
Vendaval en Zaragoza, en 1956
Heraldo

El cierzo lleva unos días soplando más de lo normal -aunque este miércoles ya no tanto-. En la capital aragonesa es algo que ocurre con frecuencia, unos 150 días al año, y con fuerza: en ocasiones con rachas que pueden superar los 100 km/h.

El valle del Ebro está afectado por un viento que, en la mayor parte de las ocasiones, describe una trayectoria noroeste-sureste (cierzo) o al contrario (bochorno). No entiende de estaciones y acompaña -y despeina- a los aragoneses casi la mitad del año. Causa varias molestias y estragos, derriba árboles, patinetes, bicicletas, contenedores y provoca daños en edificios en más de una ocasión, aunque tiene su parte positiva: barre la contaminación y, en verano, refresca el ambiente.

A partir de este jueves el viento se detendrá y esto traerá consigo un aumento de las temperaturas que “podrán superar los 30 grados. Cuando se registran rachas de viento entre 70 y 90 km/h se activa el aviso de nivel amarillo, como ocurre estos días; y si pasa de 90, el naranja. Además, a lo largo del año el cierzo alcanza varias veces más de 100 km/h y es cuando causa más problemas y se multiplican las salidas de los bomberos”, explica Rafael Requena, delegado de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) en Aragón.

El cierzo es un viento característico de Zaragoza “en cualquier época del año, lo cual no quiere decir que haya cierzo siempre. Cuando aparece en verano o cerca de la estación, las temperaturas son más suaves pero en el momento que se nos para el ventilador superamos los 30 grados, como está sucediendo en el sur de la Península. Si no alcanzamos esas temperaturas ahora es gracias a nuestro ventilador natural, que es el cierzo. Tras el fin de semana todo apunta a que, probablemente, volverá a soplar de nuevo”, añade.

Históricamente, en Zaragoza, la velocidad máxima de viento se registró en 1954 (135 km/h), aunque entonces los sistemas de medición eran distintos a los actuales. No obstante, “las rachas máximas se alcanzan con tormenta”, señala Requena.

Así, la tormenta que pasó por Zaragoza el 1 de julio del año pasado provocó rachas que batieron el récord de los últimos 60 años. En una de las cabeceras de pista del aeropuerto de Zaragoza se registró una velocidad de 157 km/h, aunque oficialmente la que consta en el banco nacional de datos climatológicos es de 135 km/h, la misma que en 1954. con medición diferente. Con la actual, que funciona desde 1986, no hay ninguna cifra parecida. “Anteriormente, el anemómetro estaba situado en la torre de control, no a diez metros del suelo como ahora”, matiza.

Caos en Zaragoza

Diez días después, el 11 de julio, se produjo un caos en Zaragoza por una tormenta torrencial. Los bomberos recibieron 150 llamadas en apenas 15 minutos y la caída de más de 50 árboles colapsó el tráfico. La tromba de granizo cegó decenas de desagües y en Las Delicias los coches flotaban por el agua acumulada.

Sobre este episodio, Requena recuerda que fue “un ‘downburst’, un reventón seco -fuerte corriente descendente convectiva que ocasiona vientos destructores- que se desplomó justamente sobre Zaragoza”.

"Te llena la boca al hablar, derriba a un hombre armado y a una carreta cargada”

De cuando en cuando, el viento hace de las suyas en la capital aragonesa y a lo largo del tiempo ha dejado algunas capítulos que recuerdan el efecto devastador que en ocasiones produce el cierzo. Entre los apuntes históricos, se recoge que en época romana el censor Catón abandonó horrorizado Zaragoza a causa de su viento y anotó: “Cuando sopla el cercio te llena la boca al hablar, derriba a un hombre armado y a una carreta cargada”. Más tarde, en el siglo XIV, el príncipe Alfonso, en viaje de Barcelona a Zaragoza, tendría que esperar dos días junto al río Ebro en Pina porque el viento impedía cruzar en balsa al otro lado.

En 1923, el fuerte viento llegó a arrastrar en la estación del Norte seis vagones durante tres kilómetros, según la información recopilada por Alfonso Ascaso Liria, quien fue director del Centro del Ebro del Servicio Meteorológico Nacional. El cierzo derribó diez metros de una tapia del colegio del Salvador, que estaba situado entre los paseos de Constitución, Sagasta y Damas -donde hoy se encuentra la sede central de Ibercaja-. Fue el 10 de febrero de 1956, cuando un violento vendaval derribó  parte de la pared del colegio que daba al paseo de Sagasta (entonces General Mola).

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