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Una joya "modernísima y desconocida" en la carretera de Cogullada

Entrar al Instituto Municipal de Salud Pública es como viajar en el túnel del tiempo hasta la arquitectura de los años 70.

Instituto Municipal de Salud Pública de Zaragoza
Instituto Municipal de Salud Pública de Zaragoza
Heraldo

Fascinan sus amplísimos techos acuartelados. Enamora el laminado de sus ventanales. Sus decenas de lámparas originales son lo más ‘instagrameable’ que puede haber… El hoy Instituto Municipal de Salud Pública es un edificio moderno, en todas sus acepciones, que ha sabido conservar el encanto y la estética con el que los hermanos José y Regino Borobio lo diseñaron allá por 1976. En la carretera de Cogullada este inmueble, que no cuenta con ningún grado de protección patrimonial, constituye toda una singular rareza del paisaje urbano de Zaragoza.

El edificio se proyectó en 1976 pero no sería una realidad hasta ocho años después cuando se construyó y se inauguró. Ocupa una extensión de unos 12.000 metros cuadrados y consta de tres cuerpos, con una superficie construida de 5.535 metros cuadrados. Se ideó en origen como 'Instituto de Higiene', más o menos los mismos fines con los que funciona hoy, pues es aquí donde se lleva a cabo el control de plagas, se hacen estudios microbiológicos o se promueven inspecciones sanitarias. Entre sus estancias hay numerosos laboratorios, pero también salones e, incluso, una suerte de auditorio, que conserva sus sillas de formica, un púlpito acristalado como zona de mandos e, incluso, un micrófono de mesa que cuenta con varias décadas de servicio.

"El mayor mérito es que el edificio ha sabido adaptarse a la funcionalidad de cada época. Con el paso de los tiempos no ha perdido su espíritu inicial y ha seguido siendo útil: los usuarios han sabido interpretarlo", decía ayer el arquitecto Regino Borobio Navarro, que a sus 83 años recordaba parte del proceso constructivo. "No sé decirte qué influencias tiene, pero sí que estudié un buen montón de manuales de cómo debían ser los laboratorios, pensando -sobre todo- en su utilidad", decía el autor de este tesoro arquitectónico. "En 40 años se han hecho modificaciones,  se han movido despachos y laboratorios de sitio, pero la esencia se ha mantenido", decía Borobio sin dar excesiva importancia a los lucernarios tan conseguidos. 

"Es uno de los edificios más alucinantes y a la vez más desconocidos de la ciudad. Uno de los ejemplos mejor conservados de la Zaragoza moderna", explica Sergio Sevilla, responsable del perfil de Instagram de mismo título (@zaragozamoderna), que gustan de posar su mirada en "el muralismo cerámico, el vitralismo y los entornos decorativos y arquitectónicos asociados". En el caso del instituto destaca los "espectaculares espacios como la zona acristalada de doble altura que sirve de área de espera y acceso al salón de actos". "El juego de volúmenes que hacen los arquitectos es magnífico, con grandes bloques funcionales junto con grandes espacios vacíos", apunta.

Una familia talentosa

Los arquitectos José y Regino Borobio fueron los diseñadores de estos espacios, que pueden evocar lejanamente otras de sus numerosas obras en Zaragoza. A sus escalímetros se deben también, por ejemplo, el edificio de viviendas de la plaza de Aragón nº 4 (levantado en la misma época, en 1979) o en el paseo Reyes de Aragón nº 18. Al arte y la maestría de su padre, el arquitecto Regino Borobio Ojeda, se deben -por ejemplo-  muchas de las facultades del campus de San Francisco, que también parecen enclaustradas en el tiempo. Sir más lejos, el pabellón de Geografía de la Universidad es obra de los finales de los 50 y emerge como un tesoro arquitectónico prácticamente intacto. Conserva los muebles de Loscertales y detalles como las barandillas y escaleras que hacen las delicias de los amantes de la estética de series como ‘Velvet’ o ‘Mad Men’.

Vista de las escaleras del pabellón de Geografía de la Universidad.
Vista de las escaleras del pabellón de Geografía de la Universidad.
Guillermo Mestre

También en el Instituto de Salud Pública el gusto por el diseño integral de la familia Borobio evidencia que les llevó a colaborar con los mejores artesanos, creadores y fabricantes de la época. Los sillones, pupitres, mesas auxiliares y, sobre todo, las lámparas son tan bellas como en apariencia delicadas, y realzan el juego de volúmenes de las altísimas techumbres. En la zona más noble, se completa la decoración con un curiosos monolito piramidal dedicado a la explosión de Chernobyl, con decenas de inscripciones sobre las sustancias radioactivas que la explosión nuclear liberó en la atmósfera.

La audaz obra de los Borobio, a pesar de ser un edificio pensado para la investigación, causa admiración en muchos los arquitectos que encuentran algunos rasgos estéticos relacionados con la aún cercana Bauhaus en la época o con "el funcionalismo organicista escandinavo", que encarnaron figuras cruciales como Alvar Aalto. Su lenguaje funcional y moderno bien lo harían merecedor de algún grado de protección patrimonial, si bien esta es siempre una cuestión compleja...

"Habría que profundizar en el debate de la protección de arquitectura contemporánea", opina Alberto Sánchez, al tiempo que explica que en Estados Unidos los edificios que entra en el registro nacional "tienen que tener al menos 50 años de antigüedad para determinar si cumplen el test del paso del tiempo y se siguen manteniendo como obras de calidad". En tal caso, en España, sólo se podrían proteger edificios anteriores a 1973. Eso arruinaría, por ejemplo, las catalogaciones como BIC de los edificios de la Expo de Ranillas que se hicieron en su día de forma exprés, sobre todo, para que el Gobierno de Aragón pudiera ahorrarse el IBI. 

Un detalle de los sillones y las cristaleras del instituto municipal.
Un detalle de los sillones y las cristaleras del instituto municipal.
Heraldo

"Un edificio catalogado o inventariado para el propietario no supone ninguna ventaja: sólo son problemas. Únicamente la catalogación como BIC contiene medidas que puede ayudar a obtener exenciones como la supresión del IBI o el acceso a subvenciones del 1% cultural", explica Sánchez. Así, "la administración debería entender el BIC como una herramienta para ayudar a la conservación de estos edificios no tanto para ahorrar costes de edificios de dudoso criterio arquitectónico", opina el experto.

Desde el Ayuntamiento de Zaragoza, donde recuerdan que Regino Borobio Navarro también es el responsable de la Feria de Zaragoza de la  antigua carretera de Madrid, apuntan que el Instituto es "un servicio técnico del Consistorio dedicado al mantenimiento y mejora de la calidad sanitaria de nuestro entorno". Surgió en 1884 "como laboratorio químico municipal" y en origen se ubicó en la plaza de Santo Domingo. No sería hasta 1976 cuando se proyectó este nuevo edificio para "el Centro de Bromatología e Instituto de Higiene", que así se llamó antes de adquirir la presente denominación.

En la hemeroteca de HERALDO puede rastrearse cómo su adjudicación a comienzos de los años 80 fue bastante tortuosa y hasta 19 empresas se presentaron al concurso con -incluso- bajas temerarias sobre el precio inicial de licitación. En 1982 se fijó un precio de 313 millones de pesetas (unos 1,8 millones de euros), aunque después se pondría en pie por un presupuesto bastante más reducido. La tardanza en poner en marcha las nuevas instalaciones junto a Mercazaragoza se debió a las reticencias a ubicar el instituto "en un lugar tan a desmano". La concejal de Bienestar Social, María Jesús Arrondo, prefería una ubicación más céntrica, pero los servicios de arquitectura la convencieron de que las necesidades de espacio derivadas del proyecto de los Borobio requerían "unos terrenos de mayor amplitud".

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