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Pilar Clau: "Leí a escondidas 'Cien años de soledad'"

Escritora y periodista. Nació en Laluenga (Huesca), estudió Filología Hispánica y ha escrito dos novelas: ‘La sobrina’ y ‘Pétalos de luna’. Es columnista en HERALDO y profesora de  Comunicación en la CEU de Protocolo de la Universidad de Zaragoza. Acaba de publicar el poemario ‘Mujer de otoño’.

Pilar Clau, la primera a la derecha, con sus hermanos Joaquín y Eva en Laluenga.
Pilar Clau, la primera a la derecha, con sus hermanos Joaquín y Eva en Laluenga.
P. C.

¿Recuerda su infancia como una época feliz?

Mi infancia transcurrió en el regazo de una familia maravillosa; con el mejor de los regalos, mis dos hermanos, y en un pueblo: aire libre, naturaleza, relaciones sencillas y confiadas con todas las personas, libertad para salir y entrar, ¡y sin llaves!, todas las puertas estaban abiertas. La infancia es un tiempo más despreocupado, pero eso no la deja desnuda de amarguras, de decepciones ni de miedos. ¡Eso querrían los padres! Pero ser feliz no es tener una vida perfecta.

¿Qué le hizo reír por primera vez?

Todo me hacía reír. En casa nos reíamos a todas horas con mis hermanos, y mi abuela se sumaba al coro. Recuerdo grandes carcajadas, sobre todo las que nos esforzábamos por contener: cuando mi padre quería silencio para escuchar el telediario…

¿Qué le hizo llorar?

Tenía dos años cuando nació mi hermano y me llevaron a conocerlo. Al ver a mi madre en una cama, creí que estaba enferma y lloré. Quise disimular: «Me duelen los ojitos», dije. Vi a mi hermano y me brotó un amor, una complicidad íntima e incondicional que enjugó mis lágrimas.

¿Se sentía rara, especial?

Me gustaba acabar las historias que consideraba inacabadas: lecturas, canciones, anécdotas… Todos las daban por terminadas, pero yo les daba un final mejor en mi imaginación. Al principio lo contaba, pero dejé de hacerlo porque algunas veces se reían de mí.

¿Qué es lo que más le gustaba hacer cuando no estudiaba?

Jugar en la calle, pescar en las balsas, salir al campo a descubrir campamentos. Caminábamos hasta encontrar un paraje ideal: una balsa, un pequeño bosque…, le poníamos un nombre y volvíamos allí cada tarde.

¿Cuál fue la calle de su infancia?

La calle Mayor de Laluenga. Allí bullía la vida a todas horas.

¿Tenía mucha conciencia política?

Tenía muchos ideales. Era soñadora y discurría un mundo perfecto. La monarquía fue mi primera decepción. Vi en la tele la coronación del ahora emérito. ¿Dónde estaba la corona? ¿Y la barba? ¿Y la capa de armiño? ¡Pero qué clase de rey iba a ser ese!

¿Era religiosa?

No era difícil que la religión calara en mí: me atraía la metafísica; desde muy niña me recuerdo cavilando sobre cuestiones existenciales. Una idea que me invadía con frecuencia era que estaba sola en el mundo y que las personas que me rodeaban eran fruto de mi imaginación. La religión era una forma de trascender el mundo material. Además, vivía las emociones con mucha intensidad y las que me procuraba la vida de Jesús, sus enseñanzas, sus milagros, su muerte… eran hondas.

¿Vivió algún episodio que retrate el clima moral de la época?

Los maestros pegaban en la escuela, algunos con saña y con crueldad. Las niñas quedábamos excluidas de juegos por ser niñas, se nos prohibían cosas que a ellos les estaban permitidas. Tampoco ellos salían bien parados: se les ponía en ridículo si expresaban sentimientos como miedo, tristeza…

¿Influía en su conducta el peso del ‘qué dirán’?

Fui una niña rebelde y me sublevaba contra las normas que no tenían más sentido ni razón que el ‘qué dirán’. Pero mi indignación y mis protestas no servían de nada. El ‘qué dirán’ era un precepto que abarcaba todas las áreas de la vida exterior hasta el punto de confundirse con la buena educación. Influía en la vida en general y, de manera callada, acababa contaminando mi conducta. Aún hoy procuro estar atenta para no confundir lo que quiero con lo que los demás esperan de mí.

¿Pensaba a menudo en la muerte?

Tenía cinco años y cuando me acostaba tenía miedo a quedarme dormida y no despertar. La llegada de la noche era para mí un tormento. Nunca se lo dije a nadie. Mi primer contacto con la muerte fue la mañana que supe que mi abuelo materno iba a morir. Fuimos a verlo con mis hermanos. Nadie nos dijo que era una despedida, pero lo supe. Al salir de su casa, me escondí en un portal y lloré. Tenía siete años. Mis hermanos me siguieron. Los miré y les dije: "Prometedme que no diréis a nadie que he llorado". Ellos asintieron con la cabeza. Muchas noches y aún años después, me dormía deseando que al despertar mi abuelo estuviera vivo todavía.

¿Cómo ganó su primer dinero?

Dando clases particulares a niños de mi pueblo.

¿Cuál fue el primer poema que memorizó?

‘Novia del campo, amapola’, de Juan Ramón Jiménez.

¿Qué libros o películas le deslumbraron?

A los once años leí a escondidas ‘Cien años de soledad’. No lo entendía y, sin embargo, disfrutaba leyéndolo. El primer libro que me deslumbró fue ‘La regenta’. Me fascinaban las películas de juicios.

De todo lo que le enseñaron sus padres, ¿qué caló en usted con más fuerza?

"Haced todo el bien que podáis, que nunca os penará", decía mi padre. Y lo decía también con su ejemplo. Mis padres me enseñaron humildad, respeto, honestidad, a tratar igual a todas las personas, a ser amable y generosa con todas sin distinción y a dar siempre lo mejor que se tiene. Además, mi madre me inculcó valentía, y mi padre, la importancia de no molestar a los demás: no quitarles tiempo, espacio, tranquilidad; no interrumpir su trabajo ni su descanso. El no molestar de mi padre era un respeto profundo a la vida y a la paz de los demás; era sensibilidad, delicadeza y saber estar.

¿Por qué estudió Filología Hispánica?

Quise matricularme en Derecho, pero mi tutor y profesor de Literatura de COU insistió en que estudiara Filología Hispánica. Se reunió con mis padres y ellos vieron otra ventaja: podría hacer los tres primeros cursos en Huesca, donde vivía con mi hermana.

Si pudiera regresar a sus primeros años durante un día, ¿a qué día volvería?

A cualquier tarde con mi padres, mis hermanos y mi abuela jugando junto al hogar.

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