Las doce puertas que guardaron Zaragoza

Una traza en latón recuerda desde esta semana sobre el pavimento de la plaza de la Magdalena dónde se ubicaba el arco de Valencia. Zaragoza llegó a tener doce puertas, de las que solo una queda en pie.

Algunos de los murales y grabados que recuerdan los accesos a la ciudad.
Algunos de los murales y grabados que recuerdan los accesos a la ciudad.
Heraldo

Ya existían otros recuerdos (un mural y un friso escultórico), pero desde hace unos días una traza de latón señala sobre el pavimento de la zaragozana plaza de la Magdalena por dónde discurrió el antiguo arco de Valencia. «Existen vestigios en un sótano del Coso de lo que fue la base de la torre sur en la que se sostenía la puerta. También tenemos constancia de que la torre norte se desmontó en 1867, cuando desapareció por completo la construcción», explica el arqueólogo municipal José Juan Domingo. 

La de Valencia era una de las cuatro antiguas puertas romanas que guardaban Cesaraugusta. Sin embargo, con el paso de los siglos la ciudad incorporó muchas otras (medievales, renacentistas o modernistas) que daban paso a través de las murallas. De aquel legado ya solo queda una en pie, la del Carmen, pero sí se conservan restos arqueológicos, litografías e incluso fotografías de finales del siglo XIX del varios de los accesos. Durante siglos las doce puertas salvaguardaron a la ciudad de las epidemias y de los ataques enemigos, pero también fueron muy útiles para ejercer un control de paso e, incluso, para llevar cierto orden en el cobro de impuestos a los labradores, comerciantes, aguadores o viajeros que, por miles, las cruzaban a diario.

La marca en latón en el suelo de la plaza de la Magdalena.
La marca en latón en el suelo de la plaza de la Magdalena.
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«Si tuviera que mostrar preferencia por alguna –cuenta la doctora en Historia Raquel Cuartero–, igual me inclinaría por la Puerta de Toledo, que es donde se encontraba la antigua cárcel de la ciudad». Cuartero es autora junto a Chusé Bolea del libro ‘Antiguas puertas de Zaragoza’, editado en 2014 por la Institución Fernando el Católico, que es una suerte de ‘biblia’ en lo que a este trocito de historia zaragozana se refiere. «En mi tesis doctoral me especialicé sobre marginalidad y delincuencia en los siglos XVI y XVII y quizás la puerta de Toledo, junto con la contigua plaza del Mercado, sean escenarios emblemáticos en mis investigaciones», añade la profesora. Sobre la publicación, de 188 páginas con recreaciones y todo tipo de detalles de portillos, postigos y trenques, Cuartero recuerda que su primera idea «era hacer una publicación simple, con el objetivo de que fuera muy didáctica, ya que, como profesora de secundaria, muchas veces echo en falta materiales sobre la historia de Zaragoza para compartir con mi alumnado». Sin embargo, el historiador Álvaro Capalvo les animó a engrosar el primer boceto del libro con más información y acabó publicándose bajo el paraguas de la DPZ un libro que hoy está agotado y del que «se llegaron a hacer tres o cuatro ediciones».

Aunque las coplas populares hablan de 8, se han documentado hasta 12 puertas entre las murallas.
Aunque las coplas populares hablan de 8, se han documentado hasta 12 puertas entre las murallas.
Heraldo

En aquella publicación se explica también las causas de desaparición de este patrimonio del que hoy apenas queda recuerdo salvo por trampantojos o sillares en el subsuelo. Si bien es cierto que algunas cayeron por los destrozos de las guerras (como fue el caso de puerta Cinegia), otras se derribaron en favor del desarrollo de la ciudad (las del Duque o de San Ildefonso fueron víctimas del aumento del tráfico rodado). Sin embargo, quizá la principal causa por la que apenas han quedado puertas en la ciudad de Zaragoza se debe a la revolución de la Gloriosa, en 1868, cuando se derribaron muchas de estas entradas por ser símbolo del cobro de impuestos al pueblo. «Las bombas no fueron las principales causantes de la pérdida del patrimonio, también la desidia y la falta de estima por parte de los propios zaragozanos y de sus gobernantes hacia el legado urbano serían responsables de que la picota acabase, desde el siglo XIX y hasta hoy, con una incalculable cantidad de edificios insustituibles», explican.

Para tratar de revertir esta tendencia, desde el área de arqueología del Consistorio se lleva un tiempo trabajando en la colocación de hitos, en poder recorrer con visitas virtuales aquellos restos que no son accesibles y en trazar –como se ha hecho ahora– el perímetro que debieron ocupar las puertas. «De las cuatro romanas, están bien estudiadas y delimitadas las de Toledo y Valencia. La puerta norte se sabe que debió quedar en la zona del puente de Piedra(la entrada principal de la ciudad, que muchos siglos después se denominaría ‘del Ángel’), mientras que es la sur, donde tiempo después se alzó Cinegia, la que aún resulta más desconocida», comenta José Juan Domingo. Para definir el trazado del acceso en el este recién marcado en el granito, «se han modulado las dimensiones gracias a los vestigios hallados y teniendo como referencia algunos elementos que se aprecian en dos fotografías antiguas de finales del siglo XIX, poco antes de que se demoliera». Así, y aún a falta de planos y cartografía, se ha comprobado que la puerta debió ocupar sobre la plaza unos 4 metros de anchura, lo que la haría algo más pequeña que la de Toledo. Según explican los arqueólogos, en el subsuelo de la Magdalena se conserva parte del pavimento del decumano máximo y es en la fachada de la calle Mayor 71 donde mejor pueden verse los restos de una jamba. En los sótanos del Coso 147 están los restos (media docena de alturas de sillares) de la torre meridional.

Los sillares descubiertos en 2017 en el Coso 147, fundamento de la puerta de Valencia.
Los sillares descubiertos en 2017 en el Coso, fundamento de la puerta de Valencia.
Oliver Duch

El arco de Valencia fue fundamental en los Sitios, pues desde esta atalaya se repelió con fuego a los franceses cuando ya habían ocupado San Agustín y se dirigían al Coso y la Magdalena. Cuentan que «fue tal la resistencia aragonesa, que conquistar los escasos metros que separan el convento de San Agustín del Coso costó a las tropas napoleónicas diez días, debiendo ocupar casa por casa». Además de la puerta de Valencia, también fue fundamental en la defensa de la ciudad la llamada puerta Quemada, en el vecino barrio de San Miguel, y la cercana puerta del Sol, que dejaba extramuros al barrio de las Tenerías. De la primera, en pie hasta 1868, se dice que debe su nombre (cremada/quemada) al humo del carbón que ardía a las afueras. También allí se quemaban los herejes y el parque adyacente se llama De la Leña por esa razón. De la puerta del Sol, por su parte, está documentado que 1.400 zaragozanos murieron en los Sitios defendiéndola. De origen medieval, se remodeló en 1745 y se decoró con el relieve de un sol labrado en piedra caliza de Calatorao, que aún conserva en el patio del Museo de Zaragoza. En el mismo espacio también se pueden contemplar dos inscripciones latinas de la puerta de Valencia, que emergieron entre los escombros cuando fue derribada en 1867. En la piedra se comprueba cómo en origen se llamaba ‘Porta Romana’, pues era la que había que franquear para dirigirse a la capital del imperio, y se leen también inscripciones relacionadas con el culto al César.

Con este somerísimo repaso, queda claro que Zaragoza contó con más puertas de las que contabilizaba una famosa coplilla que aún hoy resuena en forma de jota: «Adiós Zaragoza antigua/ la de los ocho portales/ Tripería, la de Sancho/ el Portillo, la del Carmen/ Santa Engracia, la Quemada/ la del Sol y la del Ángel». El recuerdo, no obstante, no puede ser en exceso edulcorado, dado que –por ejemplo– de la última mentada se colgaron durante muchos años a los reos ejecutados. La de Toledo, en pie hasta 1842, también sirvió para parecidos fines, pues sus torres adyacentes fueron cárcel real (allí estuvo preso el Justicia Juan de Lanuza), y junto a ella se ejecutaban a los herejes durante la Inquisición. Como curiosidad, puede añadirse que durante años se conoció como la puerta ‘del Castillo’ porque por ella se iba a la Aljafería.

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