patrimonio

Una sociedad dividida entre "turrófilos" y "turricidas"

Se cumplen 130 años de la firma de la ‘sentencia de muerte’ de la Torre Nueva. Erigida en 1504 en la actual plaza de San Felipe se consideraba una maravilla del mudéjar.

La Torre Nueva. En el centro, allá por 1877, en una fotografía de Joaquín Ruiz Vernacci.
La Torre Nueva. En el centro, allá por 1877, en una fotografía de Joaquín Ruiz Vernacci.
Heraldo

Fueron discusiones tan encendidas que, incluso, se dijo que los zaragozanos se estaban dividiendo entre ‘turrófilos’ y ‘turricidas’. Los primeros querían salvar la Torre Nueva contra viento y marea, y los segundos apostaban por su derribo porque su alto grado de inclinación la hacía muy peligrosa. En las sesiones plenarias fueron constantes las "referencias apocalípticas", según recoge en la prensa de la época, y en aras de la conciliación hubo quienes llegaron a proponer que se desmantelase solo la parte que corría peligro: habría que desmochar la atalaya derribando únicamente el segmento hasta la esfera del reloj.

Finalmente, en sesión plenaria del 24 de mayo de 1892, se firmó su sentencia de muerte, en una decisión que 130 años después aún se recuerda con tristeza y con vergüenza. La Torre Nueva, levantada en 1504 cuando en Zaragoza vivían unas 20.000 almas y ni siquiera el Coso estaba pavimentado, se convirtió rápidamente en un símbolo de la ciudad que no pasó desapercibido para los viajeros que recalaban a orillas del Ebro. Hay referencias de 1585 de Enrique Cock (acompañante de Felipe II), el viajero Edmundo de Amicis la llamó «el balcón de Aragón» y los románticos la plasmaron en innumerables grabado exagerando siempre su inclinación. Abundan también las alusiones en los ‘Episodios nacionales’ de Galdós, donde se lee:«La torre se asemeja a un gigante, que se inclina para mirar quién anda a sus pies (...). Corren las nubes por encima de su aguja y el espectador que mira desde abajo se estremece de espanto (...)». El pueblo llano también le dedicó coplas, poemas y canciones y hasta hace no tanto tiempo los chavales en corro cantaban aquello de: «En Zaragoza, ¿qué ha sucedido? La Torre Nueva, que se ha caído. Si se ha caído, que la levanten con su dinero los estudiantes».

Dicen que se construyó deprisa, sin tiempo para que fraguase, y el mortero de agarre del lado sur se fue erosionando con rapidez. Aunque su función primera era la de albergar el reloj de la ciudad, gracias a sus 80,6 metros de altura se podía divisar buena parte del valle del Ebro. Con el paso de los años su inclinación se fue haciendo patente: en 1741 se llegó a medir una desviación de 2,67 metros de la vertical, ‘atrofia’ que resultaba muy llamativa para las miradas, pero que –hoy continúa la duda– no es seguro que pusiera en jaque la construcción. De hecho, la torre ni siquiera se vio afectada por el gran terremoto de 1755 y es probable que, de haber asegurado correctamente su cimentación –pocos años después de su demolición se popularizó el hormigón armado–, seguiría siendo un faro en nuestros días.

Una desafortunada intervención en su chapitel allá por 1878 contribuyó a que se intensificaran los indeseables empujes y se extendió la inquietud y alarma social, azuzada también por algunos influyentes vecinos de la zona. Los especialistas de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando informaron en 1892 de que «la torre se halla en estado de verdadera ruina progresiva» y la corporación municipal tomó la nefasta decisión de destruirla. Con lo que no se ha acabado, 130 años después, es con su recuerdo, su leyenda y lo que el escritor Ángel Serrano Dolader califica de «magnetismo popular».

Planos para la intervención en la base ideada por José de Yarza.
Planos para la intervención en la base ideada por José de Yarza.
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Intento baldío

En 1849 los arquitectos José de Yarza y Joaquín Gironza advierten que el tercio inferior de la torre está «quebrantado y resentido». En 1858 se construye un gran zócalo de piedra en forma de estrella alrededor de la base octogonal para fortificarla.

Las propuestas de Ricardo Magdalena y Félix Navarro.
Las propuestas de Ricardo Magdalena y Félix Navarro.
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Alegóricos proyecto de restitución

Cuando se aproximaba la celebración del centenario de los Sitios, intelectuales como Mariano de Pano creyeron llegado el momento de reconstruir la Torre Nueva tal y como era y en el mismo emplazamiento. El arquitecto Ricardo Magdalena sugirió que se podría hacer otra atalaya en su recuerdo (sobre estas líneas, a la derecha), mientras que Félix Navarro también lanzó su propio diseño (a la izquierda) que llamó Torre de los Sitios para integrar ambas efemérides. Ninguno de estos proyectos se convirtieron en realidad, si bien a lo largo de los años (sobre todo, en la década de 1920) se ha insistido en una hipotética reconstrucción. En 2015, el candidato a la alcaldía por el PAR, Xavier de Pedro, volvió a recoger la idea.

El memorial poco antes de ser retirado.
El memorial poco antes de ser retirado.
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Un memorial que también sucumbió

Cuando se cumplían cien años del derribo de la Torre Nueva, el Ayuntamiento de Zaragoza procedió a remodelar la plaza de San Felipe. En 1991 el Consistorio acordó levantar un memorial arquitectónico, ajustado al perímetro de la torre original, que no duró más de una década: tras un largo contencioso entre el Ayuntamiento y el Gobierno de Aragón, sin cuyo permiso se había construido, se decidió su derribo en marzo de 2002. Lo único que queda en la actualidad es la estatua sedente en bronce de un niño que mira hacia lo alto donde se ubicó el antiguo campanario. En un tapial del número 17 de la calle de Torre Nueva hay una mural, una suerte de trampantojo, con su dibujo.

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