investigación

¿Qué conecta a Tarazona con la ciencia china y un vino de hace dos mil años?

Científicos asiáticos se hacen eco de las investigaciones del Centro de Estudios Turiasonenses en torno a los marcadores orgánicos de las cerámicas arqueológicas.

Excavación en el lagar durante el verano de 2017.
Excavación en el lagar turiasonense durante el verano de 2017.
N.B.

Podría decirse que una investigación, nacida al abrigo del Centro de Estudios Turiasoneses, está dando la vuelta al mundo. Al menos, ha llegado hasta Pekín, donde científicos que analizan la fermentación de microorganismos se han hecho eco de los trabajos realizados en el yacimiento arqueológico Dehesa Cintruénigo III, a pocos kilómetros de la capital del Queiles.

Hace unos años, el área de Arqueología del Centro de Estudios Turiasonenses (CET), en colaboración con investigadores de la Universidad de Zaragoza y de la del País Vasco, confirmaron la presencia de un lagar de vino en el yacimiento. Desde entonces, los expertos se han afanado en recuperar marcadores orgánicos relacionados con el vino en restos de cerámicas, vasijas y ánforas. ¿Es posible conocer así cómo era el vino de hace más de dos mil años? Lo es, al menos, se están consiguiendo indicios suficientes. Consecuencia de aquellos trabajos surgió la publicación 'Marcadores de vino en cerámicas arqueológicas' -presentada incluso en un simposio en México-, que es la que ahora citan investigadores chinos para ahondar en un nuevo estudio sobre la adaptación y evolución de los microorganismos aplicando técnicas de ADN.

"No son muchos los ejemplos con los que contamos para documentar la elaboración de vino en la Celtiberia. El yacimiento Dehesa Cintruénigo III nos ofrece la oportunidad de conocer mejor este proceso porque ahí hallamos un lagar completo: el lacus, el apoyo para la prensa y la cella vinaria", explican los responsables del CET.

Un dibujo de Lucía Gómez Serra que recrea el yacimiento turiasonense.
Un dibujo de Lucía Gómez Serra que recrea los trabajos en el hoy yacimiento turiasonense.
L. Gómez Serra

Tras las excavaciones y una vez identificados los restos, se pudo establecer la secuencia completa del proceso de pisado y prensado de las uvas, y se documentó también la existencia de espacios de almacenaje y de un ‘trullo’, un sistema que se ha mantenido en uso hasta nuestros días en algunos lugares. Dehesa Cintruénigo III es un enclave celtíbero romano, cuya cronología se ubica entre la segunda mitad del s. II a. C. y el primer cuarto del s. I a. C.

"Los resultados de las excavaciones arrojaron un balance muy positivo y se pudieron documentar tres actividades económicas poco usuales como son la pesca fluvial, el reciclaje del plomo y la elaboración de vino", explicó en su día Carlos García Benito, responsable del área arqueológica del CET. En pasadas campañas de excavación, que se remontan a 2015, se analizaron restos cerámicos a través de cromatografía de gases y espectometría de masas y se pudo confirmar la presencia de biomarcadores de ácidos del vino tinto en esos restos. "Arqueológicamente nos parecía un lagar destinado para el vino, pero queríamos analizar los posibles contenidos de esas cerámicas, lo que confirma nuestros resultados", cuentan en una publicación, en la que también han participado Laura Blanco-Zubiaguirre, Maitane Olivares, Kepa Castro, Jose Antonio Carrero, José Ángel García-Serrano, Julián Pérez-Pérez y Josefina Pérez-Arantegui.

La detección de residuos orgánicos que quedan absorbidos en los poros de los objetos cerámicos constituye una importante fuente de información, si bien hay que tener en cuenta que muchas piezas de vasijas y ánforas se encuentran en mal estado de conservación y esconden pocos trazadores orgánicos. Además, la detección de estos biomarcadores "sigue siendo un desafío analítico". Con lo estudiado en Tarazona, se pone sobre la mesa "una metodología analítica mejorada para maximizar la recuperación de marcadores orgánicos relacionados con el vino en cerámicas arqueológicas", según se lee en el estudio. El método desarrollado consiste en la extracción de compuestos orgánicos relacionados con el vino (incluyendo numerosos ácidos) mediante una sonda ultrasónica y un análisis químico  posterior.

Una de las recreaciones de cómo se hacía el vino en el lagar de Segeda.
Una de las recreaciones de cómo se hacía el vino en el lagar de Segeda.
Heraldo

¿Cómo era el vino de la antigüedad?

"Por mucho que analicemos vasijas y restos es realmente difícil hacernos una idea de a lo que sabían aquellos vinos o los de cualquier otra civilización antigua", explica el experto Borja Insa, que ha investigado sobre el sabor de las bebidas en diferentes épocas. "Nos podemos hacer una pequeña idea, pero no disponemos de los productos ni sabemos exactamente la técnica", insiste el coctelero del Moonlight (E)xperimental, que explica que "en la antigua Roma endulzaban muchos vinos con miel". Siempre eran vinos blancos, bastante densos, casi sin filtrar y muy alcohólicos". También cita el ejemplo del garum romano, cuya receta se rescató de escritos y del análisis de vasijas con restos. Hoy se elaboran brebajes semejantes a lo que debieron beber los romanos en Cádiz, pero "es un supuesto, realmente no hay una documentación detallada", dice Insa.

Hace unos años ya se hicieron pruebas para comprobar cómo podría ser el vino de la época de los celtíberos, a través de otro importante yacimiento como es la acrópolis de Segeda. El descubrimiento de un lagar en la planta inferior de una vivienda abandonada en el año 153 a. C. demostró que los celtíberos producían vino con anterioridad a la llegada de los romanos en este territorio del Jalón. Este lagar de 2.000 litros de capacidad se identificó como el más antiguo en España al norte del Tajo. El sumillier aragonés Raúl Igual cató entonces un vino "elaborado según los métodos celtibéricos del siglo III a. C.", para el que se emplearon uvas de garnacha vieja de una viña situada en la misma Segeda. Se cuenta que el vino, de 18 grados, tenía una entrada seca, algo cortante, "con un final largo e intenso". También se estudiaron costumbres de la época como el hecho de que los segedenses usaban copas de barniz negro procedentes de Italia para beber el vino "a la itálica". A los de esta zona aragonesa se les llamaba 'vinos ahumados', pues donde se hacía la vendimia se encendía fuego y, al estar junto a las hogueras, el humo se disolvía en el vino.

El hecho de que un estudio con origen en Tarazona haya llegado hasta China “demuestra que la repercusión científica de nuestros ámbitos de investigación, centrados en la cultura y patrimonio de la comarca de Tarazona y el Moncayo, no se limita al ámbito nacional ni regional, sino que -gracias a internet- llega a los más variados lugares y entidades internacionales”, se felicitan desde el CET.

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