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El arroz en Aragón, un cultivo ¿en extinción?

Los arrozales se retiran de las tierras aragonesas. En los últimos años este cultivo no ha dejado de perder superficie hasta ocupar apenas unas 4.500 hectáreas frente a las más de 15.000 en las que se extendía en 2004.

Un momento de la recolección de la cosecha de arroz en una explotación de la Comunidad aragonesa.
Un momento de la recolección de la cosecha de arroz en una explotación de la Comunidad aragonesa.
Arrocera del Pirineo

Llegó en los años 30 a la ribera del Ebro. En la década de los 90 se extendió por otras comarcas de la provincia de Zaragoza y Huesca, instalándose en tierras cuyas duras características impedían otro tipo de cultivos, pero a las que ayuda a evitar la desertización. Y paso a paso en los primeros años del siglo XIX el cultivo del arroz vivió sus momentos más dulces hasta llegar a ocupar más de 15.400 hectáreas.

Pero fue entonces cuando comenzó un retroceso que no se ha conseguido revertir. En dos décadas los arrozales han perdido el 70% de la superficie, según los datos recogidos en un informe realizado por Cooperativas Agroalimentarias, que cifra en 4.445 las hectáreas ocupadas por este cereal. Con el descenso de las tierras se ha producido la inevitable pérdida de la producción, y si en 2004 -fecha en la que se alcanzó la mayor superficie- Aragón consiguió una producción superior a las 90.000 toneladas, en la pasada campaña apenas se recogieron 21.490, lo que supone un descenso cercano al 75%.

La situación contrasta con lo que sucede en el resto de las zonas productoras. Porque es cierto, y así lo evidencian los datos recogidos en dicho análisis, que en todas las regiones el cultivo del arroz ha perdido presencia a lo largo de los años, pero en la mayoría de ellas -Valencia, Cataluña, Andalucía y Navarra- se ha ido recuperando hasta alcanzar el número de hectáreas que lucía en el año 2000. Solo Extremadura tiene actualmente menos superficie que hace 20 años, pero su descenso no es ni mucho menos tan acusado como el aragonés.

La actual Política Agraria Común (PAC), que continúa repartiendo las ayudas directas en función de unos derechos históricos (aunque ya no se cultive), el envejecimiento del sector y el escaso atractivo -por sus elevados costes de producción, su falta de rentabilidad y su exigente dedicación- que tiene entre los profesionales más jóvenes o los que se incorporan al campo, la entrada masiva de importaciones de terceros países a precios muy bajos y que presionan a la baja las cotizaciones españolas y la transformación en regadío por aspersión de muchas de las tierras ocupadas por este cultivo explican el declive de estas producciones en la Comunidad.

Hay preocupación en el sector. Los productores reconocen que si no se toman medidas y se actúa para recuperar, al menos, lo perdido, la tendencia no lleva al optimismo y el cultivo podría convertirse en una producción residual en Aragón, e incluso, en el peor de los casos, desaparecer.

Pero eso sí, a pesar de sus dificultades, el arroz aragonés no ha perdido sus virtudes. Cultivadas en el interior, en altura -en ocasiones en su límite biológico, lo que favorece una menor incidencia de plagas y enfermedades- y regadas con las puras aguas del Pirineo, las exclusivas variedades que nacen en Aragón -guadiamar y maratelli- son conocidas y reconocidas por su gran calidad. Y son precisamente estas cualidades las que impulsan a las empresas de transformación como Arrocera del Pirineo o la cooperativa de Valareña a trabajar en la diferenciación, marca y venta del producto en formatos con mayor valor añadido, aunque reconocen que es necesario incrementar los esfuerzos (también por parte de la administración) en campañas de promoción que inviten al consumo de la producción aragonesa y le permitan acceder a nuevos mercados.

Un cultivo "muy exigente"

En 2012 la sequía hizo que el cultivo del arroz cayera en picado. Su superficie en Aragón, que había conseguido remontar un año antes tras la pérdida continuada de hectáreas, apenas alcanzó ese ejercicio las 6.761. Pero una campaña después la producción ganó terreno y el cultivo sumó de nuevo otras mil hectáreas. Parecía que todo había pasado, que había sido un tropiezo provocado por la falta de agua, pero en realidad solo fue un espejismo. Desde 2014 hasta ahora, este cereal ha ido abandonando superficie hasta ocupar solamente 4.445 hectáreas, como recoge el informe realizado por Cooperativas Agroalimentarias. Y con menos superficie, una menor producción. La Comunidad llegó a alcanzar en los mejores momentos del cultivo más de 93.000 toneladas. En la campaña de 2020, la cosecha apenas ha rozado las 21.500 toneladas.

Estimación de la superficie de arroz con cáscara en hectáreas y toneladas.
Estimación de la superficie de arroz con cáscara en hectáreas y toneladas.
Heraldo

No hay dudas en el sector de los motivos que están precipitando el declive de este cultivo. Como sucede en todo el sector en general, el envejecimiento y la falta de relevo generacional llevan al abandono de la producción. "En el caso del arroz es mucho más evidente, porque este cultivo es muy exigente y hay que estar pendiente de él todos los días, por lo que no resulta muy atractivo para los jóvenes", señala Susana Hernández, directora de Arrocera del Pirineo. Tampoco ayudan los costes de producción. "Son demasiado elevados y los productores no tienen garantizada la cosecha porque además en Aragón se produce en unas zona muy límite para este cultivo", detalla Hernández.

Lo señala también el técnico de Cooperativas Agroalimentarias de Aragón, Fernando Cunchillos, que reconoce que la PAC y su sistema de derechos históricos, que mantiene las ayudas directas aunque no se esté pendiente del cultivo, y los elevados costes de producción han provocado un enorme desinterés entre los productores de menor edad, por lo que apenas existe el necesario relevo generacional.

Cunchillos añade a estos motivos la falta de rentabilidad del cultivo porque al importante desembolso que supone su manejo hay que añadir la presión (a la baja) que ejerce sobre sus cotizaciones la competencia de las importaciones de países asiáticos, que llegan al mercado español a bajos precios. Y ha sucedido también "en algunos años", detalla este técnico, que la escasez de recursos hídricos han derivado la siembra a cultivos con menos necesidades de agua o al barbecho en esas tierras que aseguran durante todo el año un recurso tan preciado. "Es una paradoja que en Aragón en algunos ejercicios hayamos sufrido restricciones de agua de riego cuando en otras comunidades no se han dado", lamenta Cunchillos.

Si la falta de agua es una razón, no lo es menos la llegada del riego a determinadas tierras antes ocupadas por este cereal. "En numerosas hectáreas se ha producido la transformación de regadío por aspersión y ahí ya no puede cultivarse arroz", explica la directora de Arrocera del Pirineo, que detalla que dichas tierras están ocupadas ahora por otros cereales o forrajes.

"Preocupación en mayúsculas"

El sector vive con inquietud la evolución de las cifras. "La tendencia es clara y si no somos capaces de revertir las causas citadas anteriormente, la evidencia es que el cultivo tiene un futuro muy complicado", advierte Cunchillos. Y señala que existen zonas en las que este cereal se ha producido durante 80 años y, sin embargo, durante esta campaña "han roto" su relación con este cultivo.

"Hay preocupación, sí, una preocupación con mayúsculas a que este cultivo pueda llegar a desaparecer", destaca Sonia Hernández. Porque la cooperativa que dirige ha sentido en propias carnes el retroceso de los arrozales aragoneses. De hecho, hace diez años, recuerda, Arrocera del Pirineo contaba con 200 socios. "Ahora tenemos 35", señala. Y todos ellos aglutinan una superficie de 1.200 hectáreas cuando en 2010 esta superficie se aproximaba a las 8.000 hectáreas.

Aunque muchas de las tierras abandonadas por el arroz se han convertido en regadío, hay un problema añadido al retroceso de este cultivo que, generalmente, ocupa tierras en las que resulta complicado ver crecer otras plantas. "Por cuestiones de salinidad estos suelos han de ser destinados al arroz o alternativas casi únicas como festucas, ya que cualquier otro cultivo puede verse afectado por las condiciones del suelo". Dicho de otra manera, si en ellas deja de cultivarse esta producción quedarán inutilizadas y en riesgo de desertización. De hecho el cultivo ha sido el mejor aliado para mantener en activo y en buenas condiciones ambientales unas tierras nada amables con otras actividades agrícolas.

¿Hay solución?

Aunque las expectativas no son halagüeñas, el sector no se da por vencido y ya ha comenzado a poner manos a la obra para revertir la situación. "De manera colectiva tratamos de trabajar por un cultivo y una producción perfectamente diferenciable de otros productos importados", explica Fernando Cunchillos. El técnico de Cooperativas Agroalimentarias insiste en que las cooperativas siempre han tenido claro que el valor añadido hay que buscarlo mediante el crecimiento en la cadena de comercialización. "Ya en su momento y también en la actualidad, las principales cooperativas del sector han abordado este problema iniciando un proceso de transformación y comercialización que consiga proveer al mercado local, nacional e internacional de un producto con una naturaleza propia", matiza.

Y prueba de ello es que aquella estrategia primera de venta a granel ha ido abriendo hueco a formatos más adaptados al consumo en el hogar. Las cooperativas están apostando también, puntualiza Cunchillos, por trasladar al cliente final los productos sin necesidad de utilizar intermediarios.

"Lo más importante es que este planteamiento no es único sino que hablamos de distintas iniciativas que tienen su origen en el cooperativismo y que dotan al mercado aragonés de productos de contrastada calidad", afirma el técnico.

Así lo piensan también en Arrocera del Pirineo, que comercializa en paquete tres de los siete millones de kilos que produce. "Nos gustaría que fuera más cantidad, pero para eso hace falta tener más demanda", señala su directora, que reconoce que para ganar mercado se hace imprescindible acentuar los esfuerzos en promoción. "Eso exige recursos económicos que no tenemos", matiza Hernández en un mensaje que parece dirigir a la administración pública.

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