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"Perdí mi trabajo y tendré que buscar otra casa"

El comedor de la parroquia del Carmen reparte cada día en medio de un fuerte protocolo de seguridad 245 menús, tantos como en las peores semanas de la pandemia.

Juani Palomo, en el comedor de la parroquia del Carmen, del que es usuaria y voluntaria.
Oliver Duch

Juani Palomo, usuaria y voluntaria del comedor de la parroquia del Carmen, en Zaragoza, perdió su puesto de trabajo durante los peores meses de la pandemia, y en apenas unos días se verá forzada a abandonar el piso que comparte con otra compañera, ya que el dueño quiere ponerlo a la venta. "Aquí me siento bien. Ayudo en lo que haga falta y no me falta nada de comida", explica. Con más de 20 años cotizados, Juani sobrevive ahora con 430 euros al mes, subsidio que recibe por superar los 55 años. "Por más anuncios que contesto, no sale nada", lamenta.

Aunque se le ha ofrecido la opción de ir al albergue, donde no ha estado nunca, no tiene claro qué hará en las próximas semanas, una vez que tenga que dejar la vivienda. "Yo estoy sola, pero hay muchas familias con niños que necesitan ayuda", recuerda.

Ella misma ha constatado que cada vez hay más gente que se acerca hasta la parroquia del Carmen a la hora de comer. "Aquí no nos falta absolutamente nada", dice mientras se pone a ayudar al resto de voluntarios.

A pocos metros, Juan Bautista Hernández termina un plato mientras cuenta que desde junio de 2018 come gracias a esta obra social. Entonces salió del Clínico tras más de 80 días ingresado por una operación que le cambió la vida. Para él, la covid es "una preocupación añadida", de ahí que se cuide mucho para no contagiarse ni infectar al resto.

Solo en este comedor se reparten cada día entre 240 y 245 comidas, las mismas que durante las peores semanas de la pandemia y unas 60 más que hace un año. Las cifras disminuyeron en verano, pero han vuelto a subir. "Es como si lloviera sobre mojado. Esta crisis ha hecho que las intervenciones sean mucho más complicadas, y también la inserción. En muchos casos, nos tenemos que limitar a cubrir necesidades básicas", señala Lucía Capilla, trabajadora social.

Para servir tantos menús ha sido necesario contratar a dos cocineros extra y reorganizar a los voluntarios. Quienes antes iban una vez por semana ahora acuden hasta cuatro días. La covid también ha obligado a extremar la seguridad dentro del comedor. Ahora solo se quedan quienes menos tienen, y al resto se les da comida para llevársela fuera.

Para garantizar la distancia de seguridad, cada persona come en una mesa, y los voluntarios se encargan de limpiar cada pocos minutos. "Al entrar, pasan al baño, se lavan y se les da gel hidroalcohólico", indica Capilla.

En este caso, la mayor parte de los usuarios son hombres de entre 50 y 60 años. Los hay que perciben pequeñas prestaciones, aunque también gente que lo ha perdido absolutamente todo.

Aunque hay un grupo fijo, el número de beneficiarios cambia prácticamente cada semana. Varía, sobre todo, en función de si es o no temporada de recogida de la fruta o de la estación del año. Con la inminente llegada del frío, todo apunta a que el número de usuarios aumentará. "Es un tema que nos preocupa mucho. Cada vez estamos detectando más gente que duerme en la calle. Quizá para entonces haya que hacer dos turnos de comidas", añade esta trabajadora social.