125 historias heraldo de aragón

Las posadas de Zaragoza

Emilio Colás Laguía escribía el día del Pilar de hace 91 años una crónica con fotos de Marín Chivite donde con un punto de nostalgia lamentaba la desaparición paulatina de las tradicionales posadas.

Págiona del artículo 'Las posadas de Zaragoza', publicado el 12 de octubre de 1928 en el extra del Día del Pilar
Págiona del artículo 'Las posadas de Zaragoza', publicado el 12 de octubre de 1928 en el extra del Día del Pilar
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Octubre de 1928. Emilio Colás Laguía alude primero al usuario habitual de la posada. "Salió de Alcañiz, o de Ejea, a la caída de la tarde -escribe-, con su carga de aceite o de trigo y ha pasado la noche por esos caminos en cuyos recodos puede acechar la tentación de cualquier desalmado. Cruzó una y dos veces con alguna diligencia que ponía en la serenidad del espacio la nota clara y alegre de las campanillitas de sus mulas". 

"El arriero -prosigue- ha llegado a Zaragoza, ha entrado en la ciudad. Y se dirige a cualquiera de las posadas que hay en la ribera. La de los Milaneses, la de la Sal, la de los Reyes...". Más adelante, el redactor señala que "...quedan todavía bastantes resistiendo ese empuje que la civilización y el progreso han dado a todo lo clásico". Lamenta Colás que en su visita a algunas posadas, "nuestra ilusión ha sufrido un rudo desencanto". "Apenas media docena de trajinantes en el ancho patio, por lo general vacío de carros, y el posadero y el cebadero departiendo amigablemente, mano a mano, y discutiendo la última faena de Cagancho". 

Pasa a recordar entonces posadas que ya son historia, como la de Plasencia. "Esta última -recuerda- ocupó el lugar donde hoy triunfan las estridencias de un jazz-band. ¡Caprichos del destino!". "Y en lo que hoy es pasaje del Pilar -abunda- estuvo instalada la antiquísima posada de los Huevos, de gran fama y crédito en muchas leguas a la redonda por las sabrosísimas sopas que servían con el aditamento que daba nombre a la casa". 

Pasa a describir después el devenir del hospedaje en Zaragoza. "Pocas son -indica- las que siguen conservando la fisonomía típica que les dio carácter de tales". "Además de las ya nombradas -cuenta- quedan hoy la antigua de Policeto, en Montemolín; las de las Almas y San Blas, en la calle de San Pablo; la del Blanco en la calle de Antonio Pérez, las de San Benito y San Gerónimo, en la Democracia, y las de Santo Domingo y San Juan, en la calle de Pignatelli".

 "Su propietario, Joaquín Ceresuela, que es un enamorado de lo típico y tradicional -dice sobre la posada de las Almas-, aun ha sabido, para dar gusto a los que lo piden, remedar un comedor con visos de clasicismo y vestir a las muchachas con atavíos de baturras si la ocasión es menester, servir una comida con servilletas de lino, serias y tiesas como cartones, cucharas y tenedores de madera, y el vino en jarras de Muel o en porrones de azulado vidrio". 

"Pero aparte de esto -añade- imperan... las modas del comedor con mesitas sueltas, habitaciones con timbre y hasta ¡cuarto de baño! ¡Cuarto de baño en una posada! ¡Si levantasen la cabeza los parroquianos de antaño!". Colás repasa el papel de quienes vivían de los encargos de viaje y explica el declive de las posadas. "Docenas de autobuses cruzan por todos los caminos llegando a los más apartados lugarejos. Y el servicio que efectuaban los ordinarios los suplen los coches con más ventaja en cuanto a facilidad y prontitud". "Hoy se viene y se va en el día, del pueblo a la capital. Y los lugareños cuyos viajes tiene por objeto despachar alguna diligencia o evacuar un asunto, comen en cualquier parte, en la primera taberna o casa de comida que les sale al paso".

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