La vida en tiempos de pandemia: Un fondo común en La Jota

El periodista Gervasio Sánchez se adentra en la rutina del centro de salud de La Jota, donde se aplicaron medidas de protección desde el minuto uno para frenar el coronavirus.

Las enfermeras del centro de salud de La Jota se preparan para una visita a domicilio.
Las enfermeras del centro de salud de La Jota se preparan para una visita a domicilio.
Gervasio Sánchez

Pilar, de 62 años, e Irene, de 28 años son enfermeras y se apellidan Catalán, pero no son familiares. Ambas forman parte de uno de los equipos de atención a domicilio del centro de salud de La Jota de Zaragoza, situado en la margen izquierda del Ebro. Arrastrando una maleta mediana de ruedas y con varias bolsas verdes en las manos se dirigen andando a casa de Víctor Garrido, que sufre un linfedema y hay que tratarle una úlcera.

Desde hace días Irene tiene que entrar en la casa con un Equipo de Protección Individual (EPI), porque Víctor es un sospechoso de estar infectado por coronavirus. "Tanto su mujer como él comenzaron a tener una tos seca, fiebre y dolor de garganta y hemos tenido que aplicar el protocolo escrupuloso de la pandemia", explica la joven enfermera.

Las enfermeras del centro de salud de La Jota se preparan para una visita a domicilio.
Las enfermeras del centro de salud de La Jota se preparan para una visita a domicilio.
Gervasio Sánchez
"Tanto su mujer como él comenzaron a tener una tos seca, fiebre y dolor de garganta y hemos tenido que aplicar el protocolo escrupuloso de la pandemia"

En el rellano del séptimo piso, su compañera Pilar estira un tapete verde en el suelo y ayuda a Irene en la laboriosa tarea de vestirse. Se desinfecta las manos con un gel, se pone primero el buzo blanco que le tapa desde la cabeza hasta los pies. Luego se coloca unos protectores sobre los zapatos hechos de plástico con gomas elásticas que sujetan a la altura de los tobillos. A continuación se coloca una mascarilla FFP2 y una segunda mascarilla encima y dos pares de guantes. Segundos antes de llamar al timbre, se ajusta el protector ocular.

Entra en la habitación ventilada del paciente con la ventana abierta de par en par. Víctor, cuyo rostro está oculto por una mascarilla de oxígeno, ya tiene a su lado la almohada a la que se abrazará para mitigar el dolor en cuanto Irene empiece a restregar desinfectante por la herida.

"¿Estás preparado?", le pregunta Irene. El cuerpo de Víctor, que supera los cien kilos, se estremece por los pinchazos de dolor y tiembla como si fuera una pluma. "Ahora me duele mucho menos. Hace un par de meses veía las estrellas y era insoportable", comenta al finalizar la cura.

Unos 15 minutos después Irene se despide de Víctor hasta la semana que viene. Pilar la espera fuera para desinfectarle la bata con lejía rebajada con agua. La joven enfermera se pone en cruz mientras su compañera riega el buzo de arriba abajo por delante y por detrás. Después pasa una solución de alcohol por la careta ocular. Se quita toda la ropa, que se guarda en las bolsas verdes, y tira la mascarilla y los guantes externos a otra bolsa desechable.

Ya en el centro de salud se dirigen a una habitación acondicionada, vuelven a desinfectar el traje que ha utilizado y lo cuelgan en un perchero. El protocolo del Ministerio de Sanidad dice que la bata utilizada en la cura hay que eliminarla en un contenedor de residuos igual que la mascarilla FFP2. También recuerda que el protector ocular puede ser reprocesado ("si su ficha técnica lo permite"). Los protocolos se cumplirían si hubiera material de sobra, pero al centro de salud de La Jota, que atiende a 33.500 personas, apenas han llegado algunas mascarillas y guantes durante toda la pandemia.

Begoña Arcada (1966), coordinadora de un equipo de 21 enfermeras, describe el equipamiento de protección que tenían al principio de la crisis: "Dos EPI caducados desde 2017 y una máscara que recibimos durante la epidemia de ébola de 2014".

Las enfermeras del centro de salud de La Jota durante una visita a domicilio.
Las enfermeras del centro de salud de La Jota durante una visita a domicilio.
Gervasio Sánchez

El resto del material se ha ido pagando con el fondo común de 20 euros por persona que crearon los 80 trabajadores de uno de los principales centros de salud de Aragón. También ha habido donaciones. "La empresa del marido de una compañera nos donó 23 monos de trabajo. Las costureras del barrio nos han regalado mascarillas. Las monjitas de las Carmelitas nos han donado 30 batas hechas con bolsas de basura que tienen mangas, cinturón y son de usar y tirar", explica la enfermera. Además, tuvieron que comprar 10 termómetros en un supermercado con el fondo común y recibieron un pulsímetro del Colegio de Enfermería que había sobrado de la campaña de regalos de Navidad.

Hace 48 horas recibieron 23 EPI del Colegio de Médicos. "Somos ricos", dice la coordinadora con ánimo de ironizar. A mediados de esta semana han llegado algunas mascarillas FFP2 y FFP3. "Con cuentagotas", dice mientras las saca de un armario y las cuenta una a una: "Nos queda una docena".

La coordinadora explica que "la empresa nos ha dado tres gafas de protección ocular y nosotros hemos comprados otras dos de bucear". ¿Qué empresa? La respuesta es clara y escueta: "La consejería de Sanidad del Gobierno de Aragón y el Servicio Aragonés de Salud".

Y matiza a continuación: "En otros centros están mucho peor que nosotros. Por suerte entre nuestro personal hay antiguos responsables de gestión sanitaria a nivel internacional, nacional y autonómico y responsables de prevención de riesgos laborales que tomaron decisiones cruciales para evitar los contagios entre nuestro personal sanitario".

Es milagroso que solo se haya infectado una doctora con estas condiciones laborales. "El paciente 0 del sector 1 (una amplia área sanitaria de la capital aragonesa que suma barrios rurales y localidades cercanas como Bujaraloz, Alfajarín o Zuera) se conoció el 10 de marzo en La Jota. La doctora llegó al domicilio con guantes y mascarilla y se contagió de coronavirus. Le afectó levemente, pero sigue de baja por estrés", cuenta el coordinador médico José Antonio Bernad, de 51 años, con cuatro años de experiencia en el centro y con 28 médicos a sus órdenes.

La clave está en "habernos protegidos desde el minuto uno de la pandemia"

Afirma que la clave está en "habernos protegidos desde el minuto uno de la pandemia". Antes de decretarse el estado de alarma, se tomó la decisión de hacer un control exhaustivo de todos los pacientes a la entrada del centro. "Cualquier sospechoso de infección respiratoria, aunque fuera por alergia o por bronquitis, los trasladábamos a La Jotilla, un edificio situado al cruzar la calle", explica el coordinador médico mientras muestra la máscara protectora que se compró de su bolsillo y por la que pagó 10,5 euros.

Este segundo espacio para derivar los sospechosos de coronavirus fue una gran ventaja, además de tener cinco médicos de atención continuada (encargados de hacer las guardias los fines de semana). Se formó a todo el personal sanitario en el uso de los EPI y se les obligó a llevar mascarillas desde el principio. También se creó un grupo de Facebook llamado Joteros Salud Zaragoza. Cada día se transmite diariamente información actualizada con cuidada infografía a la población beneficiaria y se agradecen las donaciones.

"No ha habido información ni formación ni material para prevenir el contagio en el sistema primario de salud"

Los protocolos de prevención de daños no se han cumplido. "No ha habido información ni formación ni material para prevenir el contagio en el sistema primario de salud", resume uno de los doctores entrevistados para este reportaje. Otro médico cree que la clave para evitar errores como los ocurridos sería "potenciar la atención primaria porque es el primer lugar donde se detectan los casos sospechosos durante una pandemia, se valora la gravedad de cada paciente, se puede controlar su aislamiento o pedir su ingreso hospitalario".

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