coronavirus

"Cuando el compañero de piso vuelve a casa, no sabes qué ha tocado, qué ha hecho ni con quién ha estado"

Vivir el confinamiento en un piso compartido con personas problemáticas puede llegar a ser muy complicado. Pepe Fernández, vecino del Gancho, lo sabe bien.

Pepe Fernández sube la compra al piso que comparte con cuatro personas más en el Gancho.
Pepe Fernández sube la compra al piso que comparte con cuatro personas más en el Gancho.
Heraldo

Pepe Fernández, vecino del Gancho, vive con otras cuatro personas en un piso compartido. No se conocían de antes, pero la vida les llevó -a menudo por caminos complicados- hasta este punto del Casco Histórico. Cuando todo era normal, la convivencia no era fácil. Ahora, en plena expansión del coronavirus y teniendo que compartir un confinamiento casi 24 horas, todo es aún más complicado.

Especialmente porque uno de los inquilinos es una persona problemática, según afirma Pepe. “Se salta todas las normas y protocolos. Se ha llegado a escapar del hospital para venir a casa. Sale tres o cuatro veces a comprar y no sabes qué ha tocado, qué ha hecho ni con quién ha estado”, relata. Según apunta, él y el resto de compañeros le insisten en que use guantes y mascarilla, pero no quiere. “Tenemos miedo por nosotros y por él, porque encima es una persona de riesgo y quién sabe si al final podemos ser nosotros los que le infectemos”, explica.

Han tratado de buscar una solución a través de los servicios sociales, pero de momento no ha habido manera. “No queremos dejarlo en la calle, y más en esta situación, pero alguna solución hay que encontrar”, afirma.

La convivencia estos días, añade, es “muy difícil”. El piso en el que viven está “bastante dejado”. Él llegó hace casi cuatro años, pero de los inquilinos que había entonces solo queda uno. El resto han ido entrando, sin que él los conociera de nada previamente. Cada uno tiene su habitación, y las zonas comunes se reducen al baño y la cocina, ya que lo que era el salón está empleado como un dormitorio más. Acostumbrados a hacer mucha vida en la calle, estar recluidos en la el cuarto es duro. “A veces nos pasamos a la habitación de otro aunque sea para hablar un poco”, cuenta.

La mayoría son personas en situación de vulnerabilidad. Los ingresos de tres de ellos se reducen a lo que cobran del IAI (no llega a 500 euros), mientras que los otros dos -incluido Pepe- tienen pensiones no demasiado altas, precisamente. Cada uno debe aportar al mes unos 150 euros para el alquiler del piso y la luz, por lo que no queda dinero para demasiadas alegrías.

De hecho, varios inquilinos comen en algún comedor social, también en estos tiempos de pandemia. Pepe, por su parte, se hace la comida en casa y, como no hay salón, se la mete a la habitación a comer. En cuanto a la limpieza, más importante que nunca estos días, tratan de turnarse para desinfectar los espacios comunes “con lejía”, aunque los hábitos de higiene de algunos lo hacen complicado.

Esta situación particular revela los problemas que se dan estos días en algunos pisos compartidos, o en las infraviviendas que hay repartidas por la ciudad. Pepe Fernández, además, pertenece al Colectivo Dignidad, que pretende visibilizar la situación de las personas en riesgo de exclusión social. “Tratamos de contar nuestra experiencia y que se sepa, para ayudar a otros y para poner el problema en la agenda política”, señala.

Una de sus acciones más llamativas es el programa ‘Con la casa en la mochila’, que se emite en Radio Topo. “Por allí pasa gente sin techo o con un techo precario”, cuenta Pepe, que es el coordinador del espacio en esa emisora “libre y autogestionada”, como destaca. Esas personas cuentan sus vivencias y sus problemas, que en estos tiempos de pandemia se hacen agravan más que nunca.

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