aragón es extraordinario

Sidrería, castillo, gran pozo y mirador: el póquer de Grisel

A apenas cuatro kilómetros de Tarazona, este pueblo ofrece varias razones de peso para la visita

Estos dos últimos años y medio, el Txoko de Jon ha sido sujeto de un boca-oreja considerable. Cuando se empezó a saber que en Grisel existía la posibilidad de comer menú de sidrería a diario (bueno, casi: el lugar descansa los lunes) la cosa empezó a moverse; en 80 kilómetros a la redonda no hay ese tipo de oferta, exceptuando el Bornax de Valtierra, en Arguedas. Grisel puede presumir de ello... y ojo, no es una sidrería cualquiera. Los devotos dan su aprobación en la primera visita, y es que el cuidado del género y las formas es impecable.

Jon Acordagoitia, que da nombre propio (el apellido ya lo haría muy largo) al establecimiento y lleva el día a día del negocio, matiza un poco la marcha de El Txoko de Jon. “Hemos tenido nuestros altibajos, pero cuando abrimos en mayo del año pasado tras el confinamiento en casa, enseguida cogimos el paso. El verano de 2020 fue bueno aquí, luego llegó el bajón normal de noviembre, el nuevo confinamiento perimetral… curiosamente, en los últimos tiempos de cierre de fronteras autonómicas volvimos a trabajar de cine, y ahora andamos expectantes, como todo el mundo en el negocio; la gente se dispersa para las playas, pero va funcionando”.

Todo es susceptible de mejorar en estos momentos para un negocio hostelero. El fin de semana, además, donde Jon hay barra de pintxos a la donostiarra, vermú de lujo… y dos turnos de comida, a las 13.30 y 15.30, los que van más rápido temprano y los que prefieren sobremesa, a segunda hora. “Existe un medidor de CO2, se aplica buena ventilación todo el día, hay rigor con las precauciones sanitarias… estar cómodos no choca con ser responsables”.

Un reloj con los colores de la Real Sociedad habla bien a las claras del sentir txuriurdiñ de la plaza, aunque Jon (que reside a cuatro kilómetros, en Tarazona, donde ya trabajó en hostelería) le ha cogido un cariño absoluto a Aragón. Y Aragón a él, con el adendo de unas cuantas caras conocidas que acaban entrando por la puerta del local de Grisel. “Hace poco, en la cadena SER, Ángeles Caso habló desde el monasterio de Veruela en unas mesas sobre la España, y estuvo cenando aquí la víspera. Estuvimos charlando un buen rato y no tomó notas, ni grabó nada, pero al día siguiente la escuché y reprodujo lo que hablamos fielmente, de memoria. Increíble. Encima nos hizo una mención muy cariñosa. Estuvo García Sanjuán, campeón de la Recopa con el Zaragoza, majísimo también. Los medios nos habéis tratado con cariño. Y viene gente de propio a Grisel, que era el objetivo. Con el castillo, sinergia total y absoluta, además.

El castillo

Sí, en Grisel hay un castillo, y no hablamos de ruinas, sino de una edificación hecha y derecha, operativa y lozana, que funciona como establecimiento hotelero. El borjano Luis Zueco es su máximo responsable; escritor de éxito, hoy ha accedido a hablar sobre todo de su castillo, el mundo al revés si se toma como baremo aquella recordada frase televisiva de Francisco Umbral.

“Llevamos funcionado siete años, desde 2014; primero fue una apertura parcial en cuanto al hospedaje, y desde 2016, completa. Esto comenzó porque mi tío Manuel Giménez compró el castillo cuando yo tenía ocho años, a finales de los 80. He visto paso a paso la rehabilitación; de hecho, solía venir aquí con él los fines de semana. Él trabajaba en Zaragoza, me recogía en Borja y pasábamos el sábado aquí; por cierto, me enseñó a jugar al ajedrez, que me encanta. Cuando crecí empecé a colaborar en todo lo que podía, mi hermano también; organizamos exposiciones y otras actividades”.

La restauración seguía los pasos previstos, pero Giménez no había decidido aún el uso que quería darle al castillo. “Él quería salvar el edificio, pero entendió que dándole un sentido de negocio –explica Luis– sería más sencillo acabar las obras. Cuando entré en el asunto pensamos en varias opciones y nos decidimos por el hospedaje; ahora mismo tenemos gente contratada y mi mujer, Elena, se involucra más que yo en la gestión. También estamos pendientes de otro proyecto iniciado por mi tío en Bulbuente, con la recuperación del antiguo torreón de los Abades de Veruela, también orientada a la hostelería”.

Toda una experiencia

El castillo de Grisel se puede alquilar por habitaciones, hay nueve en total, de diferentes tamaños y precios. “Una tiene 70 metros cuadrados y 40 más de terraza, imagínate; otra posibilidad es alquilar el castillo entero para un grupo grande, y eso cuesta 650 euros la noche. Hay tres salones, dos patios, dos terrazas comunes de gran tamaño, el adarve exterior... la verdad es que tenemos bastante mercado, es un punto de encuentro muy bueno para reuniones de amigos o familiares que viven entre Aragón, Cataluña, Navarra, País Vasco o incluso Madrid, por ejemplo. Y a la gente le encanta dormir en un castillo, muchas veces es ya un destino en sí mismo; no hay fantasma, pero no descarto inventarlo o, quien sabe, podría aparecer en cualquier momento –ríe– para unirse a la oferta”.

Zueco ha escrito aquí ‘El castillo’, ‘La ciudad’ y ‘El monasterio’, tres de sus novelas más exitosas;el año pasado presentó ‘El mercader de libros’. “Ahora estoy escribiendo bastante, la verdad. Este lugar es inspirador. Y ye, que tengamos una sidrería a las puertas del castillo... referimos a nuestros clientes allá, claro, para completar la experiencia. Solamente se hacen cenas medievales de vez en cuando en el castillo, Jon ya cuida de maravilla el paladar de la clientela. La gente se sorprende; a ver, la recomendamos, pero porque Jon es muy bueno, si no lo hiciera bien no lo recomendaríamos solamente por estar en el pueblo, seguiríamos con nuestra oferta. La experiencia, al final, es todo: los Aines, la Diezma, Tarazona, una palabra amable al cruzarte por la calle... todo lo que sea bueno para Grisel es una buena noticia para nosotros”.

La Diezma, una señora loma

El anillo más próximo al Moncayo y el área de Tarazona tiene un atajo en cuesta, con Grisel como paso ineludible; el monte de la Diezma, de 800 metros de altura. En la cima hay un imponente parque eólico, pero lo más destacado es el Mirador que permite una observación de prácticamente 360 grados diáfanos; en dirección Tarazona permite divisar incluso unos cuantos pueblos navarros.

Se trata en realidad de dos balconadas de piedra que permiten escudriñar a distancia la montaña mágica del cierzo y la depresión del Ebro. En su día perteneció al Cabildo de la Catedral de Tarazona, y tiene un elemento llamativo: las llamadas ‘casillas de pico’, cabañas circulares de piedra que usaron en su día labradores y pastores.

Al norte se divisa el río Queiles, el Pirineo navarro y el aragonés y la Sierra de Guara, además de localidades como Torrellas, Malón, Vierlas, El Buste, Cascante y la mentada Tudela. Al sur se divisa todo el Somontano del Moncayo, y los caseríos de Añón, Trasmoz, Alcalá de Moncayo, San Martín del Moncayo, Litago y Lituénigo. El paseo sirve para despejar la mente y, en caso de que la hubiera, toda duda acerca de la idoneidad de la visita.

Artículo incluido en la serie 'Aragón es extraordinario'.

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