Del petimetre al 'cupcake', una historia de la cursilería española

Una exposición explora las manifestaciones del mal gusto sensiblero, que nació en el XVIII con la moda francesa y llega con los 'smoothies' en tonos pastel hasta la actualidad.

‘Maria Teresa con una tórtola’, de Luis Madrazo, es una de los cuadros de la exposición.
‘María Teresa con una tórtola’, de Luis Madrazo (izquierda), es una de los cuadros de la exposición.
Colección Madrazo/Comunidad de Madrid

¿Asistimos a una reivindicación del imperio de lo cursi? Al margen de la profusión de gatitos en actitudes relamidas y empalagosas en las redes sociales, lo cursi es objeto de debate y discusión. Lo afectado, lo pretencioso, lo feo en definitiva, está en las figuritas de cerámica de amantes acompañados de angelotes y pavos reales; en las portadas de las novelas de Corín Tellado; en las fotos decimonónicas coloreadas de enamorados: ellas con las mejillas sonrosadas y recostadas en actitud lánguida, mientras ellos, perfectamente atildados, flor en el ojal y mirada de almíbar, ofreciendo un ramillete de flores a la prometida.

Para moverse sin errores en el intricado mundo de lo sentimentaloide, conviene aclarar conceptos que mueven a confusión. No es lo mismo lo cursi, lo 'kitsch' y lo 'camp'. Nada mejor que un ejemplo para desenvolverse en la maraña de términos. Las muñecas flamencas que adornaban los televisores de los años 50 y 60 son un perfectas para hacer una taxonomía. «Si es de plástico y los volantes están unidos con pegamento es 'kitsch'. Esa misma figura de porcelana y de colores pastelito y aspecto frágil es cursi; y si fuera una Barbie vestida de sevillana sería 'camp'».

Quien así habla es Sergio Rubira, historiador del arte y comisario de la exposición 'Elogio de lo cursi', que se exhibe en el espacio Centro de Madrid y que permanecerá abierta hasta el 8 de octubre. La exhibición muestra más de un centenar de piezas entre mobiliario, objetos decorativos, libros, carteles, fotos y otros documentos que hablan bien de la idiosincrasia del mal gusto.

Hermanas Tessi-Court

La palabra cursi, que no tiene equivalente en otros idiomas, se acuñó por primera vez en un diccionario en 1869. Lo que no está claro es su etimología. Una versión habla de dos hermanas gaditanas de ascendencia francesa que se exhibían por la ciudad con unos trajes ya algo mustios que copiaban la moda parisina. Para ocultar las manchas y los desgarrones recurrían a todo tipo de adornos. Sus vecinos las llamaban a las hermanas a voz en cuello «Sicur», deformación de su apellido Tessi-Court. Con la repetición acelerada y sin pausas de «Sicur», «Sicur», «Sicur», se llegaría al término 'cursi'.

Gato con ramo de rosas.
Gato con ramo de rosas.
Museo de Historia de Madrid

Otra teoría, atribuible a Enrique Tierno Galván, adjudica la etimología a la abreviatura de la palabra cursiva. «La cursiva era un tipo de caligrafía que se puso de moda por influencia de Inglaterra a finales del siglo XVII y que era difícil de imitar. Si no se hacen bien los floreos de la cursiva, termina siendo cursi. Para mí tiene más sentido y es más creíble la propuesta de Tierno».

Los orígenes de esa estética estomagante se remontan al siglo XVIII, cuando se pavoneaban por los salones los petimetres, currutacos y lechuguinos, ejemplos de protocursis. Los jóvenes de la época adoptaron con entusiasmo la moda opulenta de la corte francesa y más tarde la de la de esa aristocracia de París nacida con la Revolución y el Imperio napoleónico. Una moda que exageró los cuellos de las camisas y el corte de las levitas, abultó el nudo de la corbata, estrechó los pantalones y sustituyó el miriñaque por las túnicas griegas.

«La moda francesa no era muy bien vista entonces y se enfrentaba a la de los majos, aunque estos también acabaron siendo cursis. De hecho, el filósofo Xavier Rubert de Ventós decía que la duquesa de Alba era cursi», argumenta el comisario de la exposición.

Ramón Gómez de la Serna se interesó por el asunto y escribió 'Ensayo sobre lo cursi'. El inventor de la greguería creía que lo cursi era un fenómeno de caras. Por un lado, sostenía que lo sensiblero «coacciona, adormece, inmoviliza, recarga, suprime vuelo al espíritu, se aprovecha de la gangosidad de la ternura y de la debilitación de lo blandengue». Pero por otro lado, consideraba que las vanguardias tenían un efecto deshumanizador. «De ahí que reivindicara esa capacidad que tiene lo cursi de subrayar lo humano, lo entrañable, que a la postre es un lugar seguro», aduce Rubira.

En el despacho de Ramón Gómez de la Serna, recreado en el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid, entre el sinfín de cachivaches que atestan la estancia, hay una pieza de cerámica que es toda una apoteosis del mal gusto y que ha sido rescatada para la exposición. «Es un jarrón de cerámica en el que aparece una mujer vestida de azul celeste que porta un canastillo y alimenta una palomita. De fondo, un ramo de flores. Lo tiene todo: las figuras son en relieve y tienen un tono mate, a diferencia de la superficie del jarrón, que sí brilla. Se podría encontrar en un bazar de todo a un euro», bromea Rubira.

Galdós introdujo el concepto en la novela 'La de Bringas'. Uno de los personajes, Francisco Bringas, se queda ciego temporalmente por su empeño de confeccionar, cabello a cabello, un cenotafio que representa un jardín exuberante.

Hasta en cuestión de cursis hay colores. Los adeptos a los perifollos cursis se decantaron siempre en el XIX por el azul. Fue en el XX cuando el rosa empieza a desplazar al azul en la paleta de los cursis y se institucionaliza este color para los niños y el rosa para las niñas. Ya en la época actual, los tonos pastel campan a sus anchas en la repostería, con esos empalagosos 'macarons', 'cupcakes' y 'smoothies' que parece sacados del repertorio de 'Mary Poppins'.

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