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Imanes, esos trozos de metal

Por si no lo sabías, los imanes son conocidos desde la Antigüedad. Y, de hecho, el nombre de su efecto, el magnetismo, se lo pusieron ya los griegos.

Los imanes nos sirven para muchísimas cosas
Los imanes nos sirven para muchísimas cosas
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Aunque nos parezca que esos trozos de metal que atraen el hierro son algo moderno, lo cierto es que los imanes son conocidos desde la Antigüedad. Y, de hecho, el nombre de su efecto, el magnetismo, se lo pusieron los griegos. Y es que existen imanes naturales, minerales compuestos de un óxido de hierro (la magnetita), que asombraron a los antiguos, pues atraían al hierro pero no a otros metales, lo que para ellos era misterioso, casi mágico. Hoy sabemos fabricar imanes más potentes, usando aleaciones de metales (pero no de plástico: los imanes de nevera flexibles son plásticos normales en los que se han introducido diminutos imanes metálicos). Nos sirven para muchísimas cosas, aparte de su uso recreativo. Grandes imanes forman parte de los aparatos de resonancia en los hospitales o dirigen la trayectoria de las partículas subatómicas en sofisticados experimentos de física. Imanes microscópicos se han usado durante muchos años para las memorias de nuestros ordenadores. En el futuro, se espera que imanes del tamaño de una molécula puedan utilizarse para fabricar ordenadores cuánticos, y otros tan grandes como un edificio confinarán la materia para obtener energía limpia y barata a partir de la fusión.

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