salud y moda

Inestabilidad y mayor cansancio, dos de los problemas del calzado con plataformas

La plataforma cambia la forma natural de andar y aumenta las posibilidades de sufrir esguinces o fracturas de quinto metatarsiano por pisar lateralmente.

Rosalía, con las zapatillas de Balenciaga
Rosalía, con las zapatillas de Balenciaga.
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‘Ugly shoes’. Sí, sí, ‘zapatos feos’. Así se denominan a aquellos que se caracterizan por su gran anchura y sus múltiples centímetros de plataforma. Rihanna, Rosalía, J Balvin o Aitana han caído rendidos a esta moda, que popularizaron las Spice Girls a finales de los 90, y que ha vuelto para quedarse. ¿Los responsables? La firma de moda Balenciaga. Esta fue la que volvió a poner de moda estos zapatos de hechuras XXL, gracias al lanzamiento de su zapatilla Triple S, y desde principios de 2018 reinan tanto en las redes sociales como en la calle, sobre todo entre los más jóvenes.

¿El problema? Que una gran plataforma cambia nuestra forma natural de andar. “Nuestro patrón ideal de marcha es despegar del suelo sobre los dedos, como si fuésemos a ponernos de puntillas, levantando el talón. En este gesto interviene la articulación metatarsofalángica, que nos da impulso. Al hacer esta flexión del primer dedo se tensa la fascia plantar, que es el músculo que va por debajo de la planta de la pie, lo que genera que nuestro pie por un mecanismo, que se denomina de Windlass, se fortalezca y quede como más estructurado”, explica Rafael Navarro, presidente del Colegio de Podólogos de Aragón. “Esta es la biomecánica del paso, la forma más correcta y natural de dar el paso, con la que se consigue que el pie sea más fuerte y aporte una mayor estabilidad”, sentencia el mismo, antes de advertir: “El problema es que cuando utilizamos una plataforma prescindimos del movimiento de esta articulación y el pie se queda como más aplanado dentro de esa zapatilla. No se tensiona”.

¿Consecuencias? “La primera es que andas como si fueras un pato, ya que tienes que levantar mucho los pies del suelo”, asegura Navarro. Otra dificultad que presentan estos zapatos es la falta de curvatura en la suela: “Ese tipo de calzado necesita una forma de balancín, tanto por detrás como delante, para ayudarnos a hacer tanto el contacto con el suelo como el despegue de este. Si no tenemos esa forma de balancín, nos faltará estabilidad, además de provocar malas posiciones del pie”, indica este podólogo. “Asimismo, si este calzado no tiene la puntera redondeada hacia arriba, cuando levantamos el pie del suelo nos vamos a tropezar enseguida con esta misma”. A estos problemas se les une la falta de flexibilidad: “La plataforma ya de por sí no es flexible, por lo que se dificulta el movimiento para atacar el suelo”. Todo ello provoca inestabilidad y con ello, como explica Navarro, “un aumento de las posibilidades de sufrir esguinces o fracturas de quinto metatarsiano por pisar lateralmente”.

“En resumen, al llevar un calzado con plataforma, este nos impide tensionar este pie y, por tanto, dotarlo de fortaleza, lo que nos provoca todos los males del pie plano: inestabilidad y mayor cansancio”. Por eso, en edades tempranas este tipo de calzado es aún menos recomendable, puesto que estamos ante un pie en evolución.

“Bien es sabido –recuerda Navarro– que necesitamos andar descalzos para que la musculatura intrínseca del pie se fortalezca, porque el hecho de llevar calzado disminuye esa musculatura. Así que con un zapato con plataforma aumentamos todos esos puntos negativos que tenemos del calzado para el desarrollo de esta musculatura, porque ahí la musculatura intrínseca del pie es como que apenas hace nada, solamente jugamos con el tobillo y los gemelos”.

El calzado ideal: “estable y flexible”

Por ello, según este podólogo, “el mejor calzado para el invierno es una bota, por ejemplo, con un pequeño tacón detrás, que nos dé estabilidad, tanto acordonada como en cremallera, con una suela lo suficientemente gordita para que nos aísle del suelo y que sea cómoda, pero que mantenga el grado de flexibilidad”. Asimismo recalca que “un zapato debe tener una suela suficientemente flexible, no excesivamente flexible, para que esa articulación, la metatarsofalángica, tenga su correcta movilidad”.

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