FÁBULAS CON LIBRO. ARTES Y LETRAS

Dos presidentes bibliófilos: Antonio Cánovas del Castillo y Juan Negrín

En la historia de España del último siglo y medio, esos dos jefes de gobierno que fueron fueron lectores y coleccionistas recalcitrantes de libros

Juan Negrín en 1937, ante la Sociedad de las Naciones. España ya estaba en llamas y herida por el odio entre hermanos.
Juan Negrín en 1937, ante la Sociedad de las Naciones. España ya estaba en llamas y herida por el odio entre hermanos.
Archico HA

En la historia de España del último siglo y medio ha habido dos presidentes de gobierno que fueron bibliófilos recalcitrantes. Uno de derechas y otro de izquierdas. El primero de ellos fue Antonio Cánovas del Castillo, que formó una de las más importantes bibliotecas particulares que bibliófilo alguno consiguió reunir en España, y de la que en 1903 se imprimió un extraordinario catálogo en tres volúmenes que compré en una subasta en Madrid.

De esa biblioteca, que a la muerte de Cánovas se repartió nada menos que entre doce herederos, el librero Pedro Vindel, el más destacado de su época, llegó a comprar aproximadamente la mitad de los libros, y en ella estaban, entre otros treinta mil títulos primorosamente escogidos, las dos partes de la primera edición del ‘Quijote’ (1605 y 1615) y el manuscrito de ‘El Buscón’, de Quevedo, que antes había pertenecido al bibliotecario de la Universidad de Sevilla Juan José Bueno y más tarde a José María Asensio, bibliófilo y erudito sevillano que fue quien se lo regaló a Cánovas, manuscrito que Menéndez y Pelayo describió así en una carta que le envió en 1909 al hispanista francés Raymond Foulché-Delbosc: «El códice, de tamaño muy pequeño, como los clásicos elzevirianos o las ediciones Diamante, era un verdadero primor... No era autógrafo de Quevedo ni tenía notas suyas. Parecía un ejemplar de regalo, escrito de muy gallarda letra bajo la inspección de su autor».

Cánovas fue pues uno de los grandes bibliófilos de su época y no era infrecuente que interrumpiera un Consejo de Ministros para atender a quien le llevaba a vender un libro raro. No sólo Vindel compró libros de aquella majestuosa biblioteca. También lo hizo José Lázaro Galdiano, quien pudo adquirir alrededor de un millar de ejemplares de la biblioteca del malagueño, conservó su exlibris, salvó los libros más esguardamillados encuadernándolos con decoro, y para que en el futuro pudieran ser siempre identificados hizo grabar en ellos el superlibros: A.C. del C.

En París recorría los ‘bouquinistes’ del Sena en busca de libros y asistía a todas las subastas que podía. En una carta escrita en Londres a Luis Araquistáin en 1944, Juan Negrín se definió como «un maniaco e indiscriminador coleccionista de libros».

El otro presidente de gobierno –esta vez de izquierdas– apasionado por los libros fue Juan Negrín, uno de los políticos más odiados por la derecha y hasta por la facción moderada del PSOE (Indalecio Prieto llegó a expulsarlo del partido en 1946 y habría que esperar 62 años para que un Congreso Federal de los socialistas españoles lo rehabilitara y readmitiera en el partido), que lo acusaron de entregarse a los comunistas al final de la guerra y de ponerse al servicio de la Unión Soviética.

El retrato más conocido de Antonio Cánovas del Castillo.
El retrato más conocido de Antonio Cánovas del Castillo.
Archivo HA.

Esta idea ha sido desmontada en los últimos años por los historiadores más rigurosos (Enrique Moradiellos, Ángel Viñas o Paul Preston), que han reivindicado a Negrín como uno de los mejores estadistas del siglo XX y, desde luego, como uno de los más preparados: hablaba francés, inglés y alemán, había estudiado Medicina y se había doctorado en Alemania, donde también estudio Ciencias Químicas, volvió a doctorarse en España, obtuvo la cátedra de Fisiología en la Universidad Central de Madrid y creó una gran escuela con discípulos tan destacados como Severo Ochoa, García Valdecasas o Grande Covián.

Su pasión por los libros nunca fue sin embargo muy conocida. Pero la Universidad de Valencia, en una gran exposición que pude visitar en 2017, ‘La biblioteca errante. Juan Negrín y los libros’, exhibió 150 obras escogidas de su biblioteca y mostró su bibliofilia, como todas las nuestras, enfermiza y desmedida. Ya dos años antes, Juan Manuel Bonet y Salvador Albiñana habían presentado la exposición en el Instituto Cervantes de París y en la Fundación Juan Negrín. Negrín (lo recordó su nieta) tenía deformados los bolsillos «por los libros y periódicos que siempre llevaba encima». En París recorría los ‘bouquinistes’ del Sena en busca de libros y asistía a todas las subastas que podía. En una carta escrita en Londres a Luis Araquistáin en 1944, Juan Negrín se definió como «un maniaco e indiscriminador coleccionista de libros». Tuvo muchos y muy buenos y, como siempre pasa, 550 lotes de ellos fueron sacados a la venta por sus herederos y subastados por Sotheby’s en 1958, dos años después de su muerte.

Fue también editor, como casi todos los grandes bibliófilos, y con sus amigos Luis Araquistáin y Julio Álvarez del Vayo fundó la editorial España, que se inauguró con ‘Sin novedad en el frente’, de Erich M. Remarque, y en la que publicaría a Trotski, Bertrand Russell –traducido por Azaña–, Julián Zugazagoitia, Alejo Carpentier…

Si pudiera elegir uno de los libros que pertenecieron a Negrín me quedaría con ‘Paris de nuit’ (1933), de Paul Morand, el primer fotolibro sobre la vida nocturna, con fotografías de Brassaï.

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