LETRAS ESPAÑOLAS. OCIO Y CULTURA

Luis Landero: "Ante su féretro, le prometí a mi padre que en el futuro sería un hombre de provecho"

El escritor, Premio Nacional de las Letras-2022, presentó en 'Martes de libros' de Ibercaja, su nueva novela: 'La última función' (Ibercaja)

Luis Landero escribe de amor, de arte, del mundo del espectáculo a través de dos vidas que quizá converjan.
Luis Landero escribe de amor, de arte, del mundo del espectáculo a través de dos vidas que quizá converjan.
Antón Castro.

Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948) es uno de los escritores más queridos y admirados de las letras españolas. Autor de ‘Juegos de la edad tardía’ y ‘Caballeros de fortuna’, entre otros títulos memorables, y tiene muchos más, ayer conversó con Ricardo Lladosa, colaborador de HERALDO, en el ‘Martes de libros’ de Fundación Ibercaja donde presentaba su última novela: ‘La última función’ (Tusquets).

Usted es madridista y apasionado del fútbol. ¿Con quién compararía al protagonista Tito Gil del equipo merengue?

Camacho, por ejemplo. Y de los de ahora, Lucas Vázquez. No es una estrella, pero es un futbolista de equipo que siempre acaba jugando. Tiene pundonor, oficio y resulta valioso. Siempre está.

Ya sabemos que Tito Gil existe.

Por supuesto. Es un poco mayor que yo. Tiene ahora 86 años, apenas puede leer, pero hay un sistema que fotografía las páginas y luego las reproduce con una voz que parece de un robot.

¿Sabía él que estaba escribiendo la novela?

No le dije nada. En cuando la terminé se la pasé y la leyó. Y está muy feliz. Estoy esperando que salga al audiolibro. Somos buenos amigos y está muy orgulloso.

¡No es para menos!

Piense que yo he sido profesor de teatro durante 18 años. Daba clases en un instituto de Secundaria y un compañero me sugirió que buscase una comisión de servicios. Logré un puesto de profesor de teatro, donde daba entre ocho y diez clases a la semana, y él fue uno de mis alumnos. Recuerdo su voz, su personalidad, su pasión por la escena, el amor infinito que sentía por García Lorca.

Se ve en el libro. Lo recuerda.

Claro. Yo lo acompañé en una gira por Estados Unidos. Él era un hombre muy inquieto, sentía el teatro y la poesía de manera especial. Y moviendo contactos logró que en 1986, cuando se cumplían los 50 años del asesinato de García Lorca, lo invitasen a varias universidades y ‘colleges’ norteamericanos. Yo fui con él de guitarrista. Fue una experiencia preciosa, me conmueve recordarla.

Usted estuvo a punto de ser guitarrista profesional.

Yo trabajaba de administrativo en una gestoría y un día un tío mío, que tocaba la guitarra, me dijo: «¿No pensarás pasarte aquí la vida?». Me sugirió que me hiciese guitarrista y lo hice.

Lo cuenta en una de sus novelas: ‘El guitarrista’.

Tengo buenos recuerdos. Antes de encontrar mi camino exploré varios sendas. Recuerdo que actué en El Oasis, de Zaragoza, y en Calatayud, por ejemplo. Pero ya se ve que mi destino era otro.

¿En qué se parecen usted y Tito?

En la pasión por el arte. De modos distintos, pero complementarios. Nos parecemos en la vocación innegociable. Y los dos amamos las palabras.

Desde luego. Es muy bonito cuando usted cuenta cómo ama él su musicalidad, su misterio. Parece que esté hablando de Luis Landero narrador.

Yo tengo con las palabras una relación de sensualidad, de voluptuosidad. Me gustan no solo por lo que significan, sino por cómo suenan. Busco la belleza y la precisión, pero sin excederme. Prefiero la elegancia, claro, el arte, la bella sonoridad, la armonía sonora de las frases; todo eso lo persigo, pero cuando una frase me sale demasiado bonita la borro.

Perdone la provocación, ¿cómo se logra escribir tan bien?

Le agradezco el piropo o la consideración. No soy consciente de ello. Para mí, como escritor y para el niño que fui, han sido fundamentales la literatura oral, las frases que oía de adolescente y de joven en mi pueblo. Me impresionaba la precisión, la hermosura, la exactitud, la transmisión oral y su sonoridad. Y luego todo eso lo fui enriqueciendo y matizando con mis lecturas: desde Fernando de Rojas y la picaresca española al Siglo de Oro, con Cervantes, y luego Galdós y Baroja, y muchos otros libros y autores.

Uno de los temas que rondan en el libro es el de paternidad… El padre de Tito quería que él fuese abogado.

Ahí me he tomado una licencia. Quien quería eso era mi padre para mí. He hecho un desplazamiento. Mi padre se murió a los 50 años cuando yo tenía 16. Y él quería que yo fuera abogado. Era campesino y le gustaban mucho los juicios. Iba a Madrid a oírlos, y volvía fascinado con la oratoria. Por eso quería que yo fue fuese abogado. Fui un mal hijo, un pícaro y otras cosas. Dejé los estudios y el trabajo. Se murió tras una operación y siempre me quedó el remordimiento de no haber hablado con él. Ante su féretro le prometí que en el futuro sería un hombre de provecho.

Luis Landero cuenta la historia de un artista Tito Gil, marcado por la pasión, la vocación innegociable y el amor a García Lorca.
Luis Landero cuenta la historia de un artista Tito Gil, marcado por la pasión, la vocación innegociable y el amor a García Lorca.
Antón Castro.

Lo ha logrado.

A veces mi padre reaparece en mis sueños. Nos vemos, intento hablarle. Me da una sensación de paz, pero apenas nos cruzamos palabra alguna. Así que tiene razón: mi padre y la paternidad andan por el libro. Y por mi obra.

Nos hemos centrado en Tito, el actor apasionado, el rapsoda. Pero hay una mujer importante.

Sí, sí, Paula. Paulita. He conocido muchas Paulas reales en mi vida. Todos mis libros nacen de hechos y de personajes reales. Eso es lo que me pone en marcha. Y aquí cuento la historia de dos personajes que quizá se encuentren en un determinado momento. En cierto modo, el narrador les conceden a sus personajes la redención a través del amor.

El amor es uno de los temas fundamentales. Especialmente, si me permite decirlo, ese primer amor que eclipsa hasta el sentido.

El amor es tan poderoso y tan estimulante que borra los detalles y los contornos de la realidad. El amor es como una ficción o un sueño que lo elimina todo, salvo la plenitud de los amantes; poco a poco, con el paso de los meses, la realidad recupera sus matices. Y eso me sirve para explicar sobre todo el primer amor de Paula: Bruno. Se enamora del nombre, casi antes que nada.

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