LITERATURA. OCIO Y CULTURA

Luis Landero: "Todo lo que pasa en la vida puede contarse"

Nació en Alburquerque, Badajoz (1948). Publica un emotivo libro sobre la infancia, la familia, el amor y el pasado: ‘El huerto de Emerson’ (Tusquets)

Luis Landero publica 'El huerto de Emerson' (Tusquets).
Luis Landero en su último viaje a Zaragoza.
José Miguel Marco.

¿En qué consiste escribir bien?

Puff… De repente se me viene a la cabeza aquella frase de Umbral: «Qué bien se escribe cuando no se quiere escribir bien». Es un enigma: es cuando uno conecta misteriosa y plenamente con lo que está escribiendo. La inspiración existe.

¿Qué le llevó a volver a la infancia en ‘El huerto de Emerson’ (Tusquets)?

Este libro lo estaba escribiendo cuando se me cruzó la historia familiar de ‘Lluvia fina’ (2019). Pero como no es un libro de suspense, no va unido por un argumento o unas expectativas, lo aparqué. ¿Qué me llevó a escribirlo?

Sí, eso le había preguntado.

El gusto por escribir. Lo empecé como quien sale de viaje o a dar un paseo, sin saber si va a alguna parte. Sencillamente es el gusto de pasear por mi pasado y abandonarme a mis recuerdos, el gusto por sentir el tiempo que se ha ido, y llorarlo y celebrarlo. Empecé a caminar, a caminar, y empezaron a salir cosas, y fue apareciendo el rumbo de las cosas.

Impresiona lo que le pasa en el cementerio de la Almudena.

Fue así, pero al final tiene su lado humano y cómico. Mi madre se hubiera reído de mí si hubiera visto mi vieja torpeza. Fui sencillamente guiado por su voz pensando que iba a la tumba de mi padre y de mi madre (ya muerta), y no llegué porque no estaba ella ya para guiarme, como hacía siempre. Anduve por ahí perdido y, bueno, dejé las flores en otra tumba. Son cosas que pasan en la vida y todo lo que pasa en la vida es digno de contarse si uno encuentra la manera de hacerlo.

Dice que siempre ha encontrado en el pasado la chispa de la imaginación.

Es que la imaginación no nace porque sí. La imaginación es un bien escaso, como decía Baroja. Y la imaginación no viene en plan Walt Disney. La chispa de la imaginación está en algún lugar de la memoria porque en la memoria tenemos un almacén, un archivo inmenso de datos que a veces no sabemos ni que están ahí. Si no cultivas la memoria, desde el hoy, no salen frutos. Y eso nos lo enseñó muy bien Marcel Proust: al olor de una magdalena despierta un pasado que estaba aletargado y que se mezcla con el presente.

Evoca tres nombres: el marino Joseph Conrad, el Sánchez Ferlosio de ‘Alfanhuí’ y el Nobel William Faulkner. ¿Son sus maestros?

No, no. Hay otros muchos. Kafka para mí ha sido fundamental. Los clásicos españoles. La precisión de ‘El Lazarillo’. La literatura hispanoamericana ha sido fundamental. ¡Anda que no hay!

¿Qué hay de verdad de ese proyecto tan bonito de ‘100 polvos de la literatura universal’? ¿Lo está escribiendo? Aquí cuenta uno de Alejo Carpentier.

Son muchos polvos. Eso es una barbaridad. No hay cuerpo que lo aguante. Yo había pensado que 25 estaría bien: ‘Los 25 mejores polvos de la literatura universal’, pero la verdad es que es un proyecto un poco erudito. Habría que empezar a investigar, seleccionar, glosar, y me da mucha pereza hacer eso. Creo que tengo escritos cuatro o cinco, pero es un proyecto ilusorio. El amor alimenta la vida.

Recuerda al profesor que usted era y su relación con los alumnos. ¿Les decía que eran únicos, originales, insustituibles?

Eso es verdad. He sido profesor, un poco anárquico, porque tenía que ganarme la vida. Me entendía con los muchachos. Les decía a menudo que la literatura la enseñan los escritores, Valle-Inclán, Cervantes o Borges; si ellos no te enseñan literatura, no te la va a enseñar el profesor. El profesor es un anfitrión, alguien que está y dice: «Mira aquí, un lector, aquí Galdós o Flaubert. Hago las presentaciones. Sed felices juntos».

Su modo de enseñar es muy bonito también cuando explica el Quijote a través del baciyelmo.

Eso es pura vida. Lo mismo se puede ver de dos maneras, la bacía y el yelmo, y el Quijote es el primero que funde realidad y ficción. Los pone a la misma altura, como hace con Dulcinea y Aldonza Lorenzo, la mujer ideal y la campesina. Por eso el Quijote crea la novela moderna.

Elogia el mundo rural. Hay un personaje que es Pache, un filósofo de aldea, un emprendedor, un tendero, que tiene un gran éxito y un brusco final… ¿Existió?

Existió. ¿El final? Así es la vida. Eso son misterios insondables. Yo creo que, de todos modos, su final abrupto se veía venir porque él era un hombre muy platónico, metafísico, lleno de incertidumbres, lleno de misterios. Se preguntaba qué significa la vida… Y yo creo que él había vislumbrado el absurdo de vivir. El mundo rural es muy rico en personajes.

¿Quiere demostrar que en el mundo rural, en la gente sencilla, hay una filosofía existencial?

Ah, claro. No lo quiero demostrar. Doy por hecho que es así. Todos pensamos y nos acechan los mismos demonios existenciales, y las mismas incertidumbres. Da igual ser ilustrado o analfabeto: cada uno lo vislumbra a su manera. Y lo sufre o lo goza. ¡Yo qué sé! En el fondo, en ese Pache proyecto la figura de mi padre.

¿Ah, sí?

Eran muy parecidos: dos hombres de grandes afanes con un gran talento para pensar: como en los mitos, querían llegar al Sol. Tenían en común esa semilla de la trascendencia, que puede ser lúcida, casi heroica y destructiva.

¿Qué hace y ha hecho durante la pandemia?

Otra novela. Como un divertimento. Escribo con la misma fe que he escrito siempre. Soy un escritor empedernido, adicto, me quitan eso y no sabría vivir.

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