Sergio del Molino: "Me agrada la cierta invisibilidad de Zaragoza"

El escritor, que cumple 15 años publicando libros, va a pasear este  2024 su flamante Premio Alfaguara por España  y otros 19 países más en América.

Sergio del Molino, en su ciudad, en Zaragoza
Sergio del Molino, en su ciudad, en Zaragoza
Oliver Duch

Sergio del Molino tiene unos largos meses por delante para promocionar la novela ‘Los alemanes’, inspirada en una historia zaragozana y que le valió los encendidos y emocionantes elogios de un jurado formado por Juan José Millás, Rosa Montero, Sergio Ramírez, Laura Restrepo y Manuel Rivas.

El Alfaguara remarca un año en el que usted cumple 15 publicando libros, con otros tantos títulos que han sido distinguidos con premios como el Ojo Crítico, el Tigre Juan o el Espasa. Se ha construido una carrera como escritor. ¿Echa alguna vez la vista atrás?

El año pasado, con el décimo aniversario de ‘La hora violeta’, cuando hicimos la edición especial, fue un momento de hacer una reflexión de lo que significó ese libro. Pero, en general, no. No, porque no tengo tiempo. Soy bastante estajanovista y me echo encima más trabajo del que puedo asumir. Los libros se van acumulando con bastante naturalidad, uno detrás de otro, como me va apeteciendo, porque tengo la suerte de poder escribir lo que me da la gana. Intento disfrutar el presente: no estoy pensando tres libros más atrás sino tres libros más adelante.

De siempre un letraherido, se la jugó para cumplir su sueño de escribir y dejó atrás una carrera periodística convencional. ¿Aquello cómo cayó en su entorno?

Siempre he visto que podía hacer las cosas y siempre me he sentido muy arropado. Eso me ha ayudado a seguir porque el camino es muy duro y, para quien quiera vivir una vida segura, muy desalentador. Te estás examinando constantemente; terminas un libro, un proyecto, una etapa, y empiezas de cero la siguiente. Pero yo me muevo bien, estoy cómodo así.

Ya ha tenido cierta presencia en Latinoamérica. ¿Será el Alfaguara el empujón definitivo?

Esa es la idea del premio, crear un canon de literatura en español que funcione en todos los países, porque no es habitual. La dieta de lectura es muy nacional, en general. Y los españoles, habitualmente, no somos los mejor bienvenidos ni siquiera a la hora de la presencia internacional en otros idiomas. Cuando un editor extranjero quiere publicar literatura en español no piensa en nosotros como primera opción, piensa mucho más en escritores latinoamericanos.

El 21 de marzo ya estará en las librerías ‘Los alemanes’. Tras haber alternado en su producción anterior los ensayos y las novelas de corte autobiográfico, defiende este libro como una ficción sin apellidos. Hay una inspiración histórica, pero se entrega decididamente a la invención. ¿Cuán grande es el cambio?

Es verdad que es una novela muy novela y a mí se me asocia a un género más híbrido. Pero todos mis temas y preocupaciones están en el libro: la idea del legado, la identidad, el desarraigo, la extrañeza, la forastería. Creo que los lectores van a poder reconocerme y me gustaría que vieran algo en lo que insisto mucho: que no hay diferencia entre la ficción y la no ficción. Da igual que el personaje y el mundo al que te refieras exista o no, porque la intervención del escritor es exactamente la misma.

En el origen de la novela está la historia de los alemanes llegados de Camerún que se asentaron en Zaragoza durante la I Guerra Mundial, que usted ya había tratado en una investigación periodística, en un ensayo y en una exposición. ¿Cómo llegó a ella?

Por unos papelotes que encontré en una feria de libro viejo. Habías unas resmas de propaganda nazi con discursos de Goebbels, editadas por el Partido Nacionalsocialista alemán pero impresas en Zaragoza en el año 41. Un amigo historiador me dijo que era una cosa que se hacía para la colonia de los alemanes del Camerún. Yo no sabía quiénes eran y me dio las pocas referencias bibliográficas que había entonces. A partir de ahí empecé a tirar del hilo.

¿Queda hoy algún sentimiento de comunidad entre sus descendientes? ¿Se van a enfadar?

No creo. La novela es una fabulación. Funcionaría exactamente igual con italianos en Cádiz, con rumanos en La Coruña... Es la excusa para hablar de una historia que es universal y se puede entender en todas partes. Al contrario, van a encontrar un reflejo de su historia convertido en literatura y creo que eso siempre es grato.

Descendiente de alemanes fue el llorado Mauricio Aznar, Müller de segundo apellido, cuya memoria ha recuperado Javier Macipe en una película a punto de estreno.

No tengo claro si era descendiente de estos alemanes o de las hornadas que vinieron después. No lo sé... La novela empieza y termina en el cementerio alemán con un entierro, el del mayor de tres hermanos, alguien famoso que vamos descubriendo poco a poco, alguien muy importante en la ciudad y que ha tenido una carrera pop. A través de esa figura me permito recoger algunas figuras creo que muy reconocibles del mundo de Bunbury, del de Mauricio Aznar, de toda esa Zaragoza que para mí es muy importante e identitaria.

Pudiendo, quizá debiendo, haber marchado a Madrid para facilitar su carrera, usted eligió mantener su casa en Zaragoza. ¿Cómo vive y cómo ve ahora esta ciudad?

La vivo muy residencialmente, hago muy poca vida social y ninguna profesional. Tengo una visión muy plácida porque hago vida de barrio pero no estoy implicado en los debates y en la vida cultureta de la ciudad. Mi cabeza está más en Madrid porque trabajo allí. Desde esta perspectiva, me agrada la cierta invisibilidad de Zaragoza. Parece que no existimos. Somos percibidos de una forma muy folclórica, inocente, simpática. Son percepciones favorables, pero también anodinas. Hay mucha gente a la que no le gusta ese desconocimiento, pero a mí me gusta vivir en un sitio en el que si viene alguien de Madrid le puedo descubrir cosas que no sospecha.

¿Y cómo ve el país, España, al que ha dedicado muchos pensamientos y unos cuantos libros?

Pues a punto de hacerse trizas; en un momento de crisis profunda, no solo política, de la cual va a ser muy difícil salir. Hay una sensación de que algo grave y determinante va a ocurrir, y estamos en esa bronca continua, tensa y fatigosa. Necesitamos reformas, un debate intelectual y político profundo, y no hay forma, perdidos en naderías todo el tiempo. Nos vamos a instalar en este modo de vida y eso nos llevará a la parálisis. Como país, es letal. Y, por otro lado, ¡qué bien se vive! Vivimos en un espacio privilegiado y el ruido nos impide darnos cuenta de todo aquello que podemos perder.

En ‘Los alemanes’ el mal se encarna en el nazismo o la corrupción urbanística.

Hay varios monstruos. Tienen que ver con una familia, con las sucesivas resurrecciones del nazismo, y también hay una maldad que tiene que ver con algo cotidiano que es la corrupción urbanística, porque toda la acción la desencadena un grupo de inversores vinculados con organizaciones criminales que se han adueñado del Real Zaragoza y quieren dar un pelotazo, y para poder darlo emprenden una serie de chantajes en los que está metido esta familia. Esa es la trama que va avanzando.

Se trata en el libro sobre la transmisión intergeneracional de pecados y culpas. ¿Cómo gestionar las herencias indeseadas?

Todos recibimos una herencia que trasciende con mucho lo material y tenemos que decidir si la respetamos, si la destruimos, si la rechazamos. Cualquier decisión que tomemos nos afecta en lo más profundo de nuestra identidad. La novela va de eso porque es uno de los temas que me han preocupado siempre, que está en ‘La España vacía’. No podemos pretender que nosotros empezamos de cero y que todo lo que ha ocurrido antes no nos interpela. Si hacemos eso, nos va a alcanzar esa oscuridad que viene por detrás de la forma más insospechada, como les pasa a los personajes de la novela sin que ellos puedan hacer nada.

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