Julio Llorente: “Cuando uno lee, descansa de otros estímulos y abraza la pausa”

El autor y editor literario (Madrid, 1996) estuvo en el Centro Pignatelli de Zaragoza para presentar el volumen ‘Gracia de Cristo’, de García-Máiquez

Julio Llorente, en la puerta del Paraninfo de la Universidad de Zaragoza.
Julio Llorente, en la puerta del Paraninfo de la Universidad de Zaragoza.
Toni Galán

Su editorial se llama Monóculo. ¿Es el nombre una metáfora de su modus operandi?

Lo primero que busca un editor es un tema original y atractivo, y con ‘Gracia de Cristo’ lo tuve claro. Sobre Cristo se ha escrito mucho, pero no hay ensayos sobre su humor. En los Evangelios no se dice en ningún momento que Jesús riese: sí se dice que lloró, que se enfureció al expulsar a los mercaderes del templo… Chesterton dijo que Jesús le ocultó al mundo su alegría porque era demasiado grande para mostrarla. La obra de Enrique García-Máiquez sostiene que eso no es cierto, que un buen lector sí encuentra rasgos de humor en los textos sagrados.

Hijo del futbolista Paco Llorente; sobrino de otro, Julio; primo de otro más, Marcos; sobrino de los baloncestistas José Luis y Toñín y nieto de Paco Gento. ¿No le tentó el pelotón?

En vez de seguir ese camino elegí parecerme a mi abuelo materno, Jesús, que estaba siempre leyendo. En la infancia es habitual ese impulso mimético hacia alguien a quien admiras. Todo lo demás vino por añadidura hasta convertirme –suelta una carcajada– en la oveja negra de la familia.

¿Cómo hacen el amigo invisible en casa? ¿Regala usted libros?

Sí, pero no de mi editorial, esa autopromoción sería indecorosa. Eso sí, hay que leer buenos libros y con buena actitud; mucha gente coge el ‘Quijote’ solo para poder decir que lo está leyendo o lo ha leído. Una lectura que te deja igual que estabas al empezarla no tiene mucho sentido, aunque suene raro que lo diga alguien que escribe y tiene una editorial.

Dos autores a los que sí valga la pena leer, por favor.

Me quedo con José María Contreras: tiene voz propia, se reconoce enseguida su estilo. ¿Otro? Ignacio Peiró. Me asombra su dominio del idioma y su capacidad para crear imágenes.

Usted es creyente y católico practicante. ¿Por qué cuesta más ver a Dios en estos días?

Son tiempos desesperanzados. Se nos prometió vivir mejor que la generación anterior, y esa promesa se ha quebrado. Por otro lado, en esta situación es más probable que florezca una esperanza que no esté depositada en lo que hagamos los hombres, sino en un Dios que no se desentiende ni se desentenderá de nosotros.

¿Tiene el papel fecha de caducidad como soporte expresivo?

La gente que no ha dejado de leer libros o medios de comunicación físicos en los últimos diez años seguirá leyendo siempre, y probablemente predicará con el ejemplo en su entorno. Por otro lado, el libro es hoy un refugio frente al ritmo vertiginoso del día a día. Cuando uno lee, descansa de otros estímulos y abraza la pausa. Los humanos no estamos hecho para vivir en el tráfago, necesitamos evasión.

¿Se pasa mucho en Madrid por la Cuesta de Moyano o el Rastro a buscar libros de viejo?

Me cuesta –ríe– aunque a veces me paso para buscar cosas inencontrables, a ver si hay suerte. También está Iberlibro… Pero me gustan los libres nuevos, manosearlos yo el primero. Si hubiera un ambientador de libro nuevo para el coche, lo llevaría, aunque cada vez huelen menos debido a la sofisticación de las técnicas de impresión.

Va a publicar en breve su libro de aforismos ‘Titubeos’. ¿Qué le seduce de ese género?

Que exige mucha autocrítica. La frontera entre la perogrullada y la brillantez es muy difusa. Además, soy muy vago, y este género no requiere que te sientes a escribir, surgen ideas y las anotas para apresarlas.Yo las someto al juicio de aforistas en los que confío, después de una primera criba personal. Ahora no me han tachado muchas, y eso me preocupa. Deben ser luminosas para resultar comprensibles, y algo oscuras para no caer en la obviedad. Es más fácil divagar y que la orfandad de ideas se parapete tras la verborrea. Aquí estás desnudo, te expones al juicio inmediato del lector.

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