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Jordi Esteva: “El nomadismo era una filosofía de vida sin billete de vuelta. Viajar era un sueño de infancia”

El escritor, viajero, fotógrafo y cineasta ha visitado Zaragoza para presentar en Cálamo el segundo tomo de sus memorias: 'Viaje a un mundo olvidado'

Jordi Esteva en Zaragoza, un poco antes de la presentación de su libro 'Viaje a un mundo olvidado'.
Jordi Esteva en Zaragoza, un poco antes de la presentación de su libro 'Viaje a un mundo olvidado' en Cálamo.
A. C./Heraldo.

Jordi Esteva (Barcelona, 1951) es escritor, fotógrafo, viajero y ahora un activo ‘youtuber’ también que ha encontrado libertad, improvisación y frescura en las redes sociales. Fue redactor jefe de ‘Ajoblanco’ entre 1987 y 1993. Es autor de libros de fotos tan sugerentes como ‘Viaje al país de las almas’ o ‘Los oasis de Egipto’, y de varios libros de viajes. Inició sus memorias con ‘El impulso nómada’ (Galaxia Gutenberg) en 2021, y ahora publica el segundo volumen: ‘Viaje a un mundo olvidado’ (Galaxia Gutenberg, 2023), que presentaba el jueves 23 en la librería Cálamo de Zaragoza.

¿Cómo se escribe una autobiografía, en varias partes, y cómo influyen unas entregas en otras?

Nació de la necesidad de averiguar lo que me llevó a ser como soy y para ello nada mejor que la escritura. Permite llegar a dónde no llegan las simples reflexiones mentales. Tiene un poder sanador, también de exorcizar hechos pasados. En cierto modo es un autopsicoanálisis. En realidad comencé a escribir mis memorias de forma un tanto anárquica, como siempre por otro lado, sobre mis recuerdos y experiencias por el mundo. Aquel texto crecía y crecía como algo orgánico. Cuando ya era quizá demasiado extenso decidí que había llegado el momento de darle un título. Cuando me decidí por ‘El impulso nómada’ todo tomo otro cariz y el texto se ordenó casi solo. Hablaría de mis primeros años. Sería una novela de aprendizaje. De lo que me hizo ser como soy.

¿Cómo la definiría?

Hablaría de mi infancia y adolescencia en una época gris y oscura con el doloroso descubrimiento de una sexualidad mal vista en la época. De aquella educación católica tremendamente castradora y culpabilizadora. Proseguiría hasta la liberación y la consiguiente salida al mundo. El nomadismo era una filosofía de vida sin billete de vuelta. Funcionó. De la India a Irán, luego Sudán y Yemen. Viví cinco años en Egipto, me ganaba bien la vida y de pronto, como en el cuento de la lechera todo se torció. Me acusaron de pertenecer a un grupo terrorista y me encarcelaron. Todo se me vino abajo. El cántaro se había roto. El título ‘El impulso nómada’ decidió el texto que incorporaría. Fue como un cedazo. Los que no entraban fueron los capítulos posteriores a la cárcel porque ya no obedecían a aquel primer impulso nómada.

Una fotografía de la isla de Socotra, de la que también se habla en el volumen de Galaxia Gutenberg.
Una fotografía de la isla de Socotra, de la que también se habla en el volumen de Galaxia Gutenberg.
Jordi Esteva.

Esos sí aparecen en ‘Viaje a un mundo olvidado’.

A partir de entonces viajaría, sino siempre con billete de vuelta, sí con la previsión del regreso. Lo haría siguiendo mis sueños de infancia. A los puertos de Arabia y al océano Índico siguiendo a los árabes del mar, a la isla de Socotra, al corazón de África Occidental en busca de las sacerdotisas animistas. Quería estudiar todos esos temas, acercarme quizá con un enfoque antropológico en muchos casos, recabar mitos y leyendas para elaborar libros, tomar fotografías y posteriormente filmar películas. Y sí, de todo ello hablo en ‘Viaje a un mundo olvidado’, claramente una segunda parte aunque muy diferente porque aquel niño, adolescente y joven del primer libro, ya se ha liberado de muchos de sus traumas y por fin ‘casi’ libre regresa al mundo. Quiere que lo ‘exótico’ deje de serlo. Porque lo “exótico” es lo distinto y diferente y pronto comprende que el hombre es el mismo ya esté en las selvas de Nueva Guinea, en las montañas del Atlas o en cualquier ciudad europea.

¿Por qué siente uno un impulso nómada: quiere conocer, amar, huye de sí mismo, siente curiosidad por el ancho mundo?

De niño repetía: «Un día me iré y no me veréis más». Sí, quería huir de aquella sociedad triste de los años cincuenta. De los curas, de los amigos impuestos, de la familia. Presentía que en otros lugares las cosas serían distintas. Los libros de geografía y de las 'Razas del Mundo' del Instituto Gallach que tenía mi padre me hacían soñar. También las películas de aventuras, los mapas y los atlas. Jugaba a detener la bola del mundo con un dedo. Era un niño solitario que se sentía diferente y que viajaba despierto sin salir de la habitación.

¿Se tomó en serio lo que dijo la gitana en 1969 en la Alhambra en algún momento?

Bueno, me dijo que viviría hasta los 77 años. Ahora tengo 72. ¡En aquel momento quedaba tan lejos! Ya veremos. Ya que debo morir como todos, ojalá sea de manera tranquila y en paz. En cuanto a la primera parte de la profecía, se está cumpliendo. Me dijo que hasta la segunda mitad de mi vida no cosecharía lo sembrado. ¡Así es! Hoy puedo mostrar mis películas y recoger lo vivido en libros como ‘Viaje a un mundo olvidado’. Sigo además con curiosidad por lo que me interesa que finalmente es lo que hace a uno mantenerse vivo e ilusionado. Joven -por dentro, claro- en suma.

¿Qué significó en su vida todo ese período de fotógrafo y periodista para ‘Ajoblanco’ y otras revistas más o menos alternativas?

Aprendí mucho, pero a veces me sentía un zombi. La magia desapareció durante unos años. Funcionaba con el piloto automático puesto. Entrevisté sin embargo a personajes extraeuropeos interesantes, escritores y cineastas. También a muchas mujeres de las sociedades islámicas. Quería hablar de las voces que son silenciadas por los prejuicios. Hablar de unas sociedades de la otra orilla del Mediterráneo no tan inamovibles como las presentaban los medios de comunicación. De allí el título ‘Mil y una voces’ de mi libro que publicó ‘El País’. Entrevistas con intelectuales de las dos orillas del Mediterráneo muy alejadas del estereotipo. Quería escribir acerca del islam y la modernidad.

"Quería hablar de las voces que son silenciadas por los prejuicios. Hablar de unas sociedades de la otra orilla del Mediterráneo no tan inamovibles como las presentaban los medios de comunicación. De allí el título ‘Mil y una voces’ de mi libro que publicó ‘El País’"

¿Cómo le marcaron, en ese camino de la evolución personal, figuras como Mohamed Chukri, autor de ‘El pan desnudo’, y Leonard Cohen, pongamos por caso?

Destaco sobre todo su sencillez. Durante mis siete años en ‘Ajoblanco’, entrevisté o hice fotos a muchos personajes. ¡Qué curioso! Cuánto más importantes eran más sencillos. Cohen no quiso que me marchara cuando acabé una sesión de fotos. Estuvimos hablando toda la tarde. Se interesó por mi vida en El Cairo donde residí cinco años y acabamos en la catedral de Barcelona encendiendo velas a los santos. Un agnóstico y un judío unidos en cierto modo por una espiritualidad digamos “laica”. Luego me habló de su desinterés por la fama y que estaba a punto de retirarse del mundo para ingresar en un monasterio budista. Lo que no sabía Cohen es que su mánager le desvalijaría y acabaría con los ahorros de toda su vida obligándole años más tarde a regresar a los escenarios y grabar dos o tres álbumes más. Quizá los más interesantes de su carrera. Me enseñó a alejarme de lo fatuo y presuntuoso porque allí no se encuentran ni la tranquilidad ni la paz.

Dos personajes de la isla de Socotra, que pertenecen al libro 'Socotra. La isla de los genios'.
Dos personajes de la isla de Socotra, que pertenecen al libro 'Socotra. La isla de los genios'.
Jordi Esteva.

Y Mohamed Chukri, que fue amigo de aragoneses como Julio Antonio Gómez y José Antonio Labordeta, a los que tradujo al árabe.

En cuanto a Chukri, nunca había tenido al impresión de encontrarme junto a alguien tan diferente. Él había sido un chico de la calle que había huido de su pueblo rifeño cuando su padre enloquecido por el hambre estranguló a su hermano mayor que lloraba. Analfabeto, sobrevivió en las calles de Tánger, alimentándose de basuras, trapicheando con contrabando y drogas. Un día, ya hacia los veinte años, decidió aprender a escribir y en poco tiempo se convirtió en el escritor más interesante de su generación. Un verdadero maldito. Le conocí bien y viajé varias veces a Tánger para estar con él. Es la persona más parecida a un santo que he conocido. Un santo laico. Un santo ateo. Cuando murió, Tánger acabó para mí. Hay más personajes, claro.

¿Por ejemplo?

Cheij Nabhany fue otro personaje que me marcó. Era un verdadero árabe del mar. El mejor poeta en lengua suajili. Gracias a él conocí muchas cosas de la aventura de los árabes en el Índico que con sus veleros impulsados por los monzones seguían unas rutas que apenas habían variado desde los tiempos de Simbad. En ‘Viaje a un mundo olvidado’ habló de mi amistad con él y de todo lo que me enseñó. Yo me sentía una vez más ante un personaje distinto y extraordinario, alguien que además de su gran cultura poética e islámica estaba en contacto con el mundo de los genios o espíritus. Algo reconocido en el islam pues el mismísimo rey Salomón, considerado profeta por los musulmanes, comandaba un ejército de genios y conocía el lenguaje de los animales. Cheij Nabhany me hablaba de todo ello y de historias extraordinarias que me hacían soñar.

"La sacerdotisa Adjoua, así como el resto de Komián, pues así se les llama, son la conexión con los espíritus del bosque, los guardianes de la literatura oral y la cosmogonía y también verdaderos médicos tradicionales"

¿Qué le dio Costa de Marfil? ¿Qué le impresionó, aún bisoño de miradas y experiencias, de sus rituales, desde las ceremonias sufís a los rituales del agua?

En una región apartada cercana a Ghana, entré en contacto con el mundo de los espíritus y sus oficiantes. Fue a través de una serie de casualidades porque si algo he aprendido es que hay que dar tiempo al tiempo y dejar que actúe el azar, a prepararse a que suceda lo inesperado y así fue. La sacerdotisa Adjoua Eponom me permitió residir en su santuario y gracias a su empatía y al estricto protocolo de introducción ante sus espíritus, pude introducirme en aquel mundo prohibido. Ellos creen en los genios del bosque y del agua que si son bien tratados pueden ser beneficiosos para el hombre. Los genios poseen a los iniciados y los sacerdotes animistas que al entrar en trance, verbalizan los deseos de los espíritus y los remedios para las enfermedades o preocupaciones de la comunidad. La sacerdotisa Adjoua, así como el resto de Komián, pues así se les llama, son la conexión con los espíritus del bosque, los guardianes de la literatura oral y la cosmogonía y también verdaderos médicos tradicionales. Investigué su espiritualidad durante años y fruto de ello fue mi libro ‘Viaje al país de las almas’ y las dos películas que rodaría posteriormente ‘Retorno al país de las almas’ y ‘Komián’.

¿Qué aprendió de ellos?

Aprendí mucho de ellos, sobre todo de sus silencios. A veces la mera presencia es enriquecedora. Junto a ellos en el bosque reviví sensaciones de la infancia de cuando me extasiaba ante los insectos o las libélulas de las charcas. Aprendí a considerar a los bosques como a un ser vivo y complejo del que toman tan solo lo estrictamente necesario.

¿Cómo fue cambiando Jordi Esteva y cómo asimiló esa tripe faceta de cronista viajero, fotógrafo y cineasta?

Pronto la fotografía fue dando paso a la escritura y al cine. Al principio creí que resultaría el paso lógico, pero los tres son lenguajes muy diferentes y como siempre, o al menos eso creo, uno aprende principalmente de los propios errores y titubeos. En realidad compagino bien las tres facetas porque son caras de un mismo prisma. Lo que me interesa son los mundos que desaparecen, las historias alrededor de un fuego, la sabiduría de los viejos analfabetos, la vida sencilla que aún permanece en contacto con el mundo antiguo. La memoria y ese interés por perseguirla me hace sentir vivo en este mundo cada vez más rápido y homogéneo. No soy un enemigo de las redes sociales o de las herramientas actuales porque me ayudan a difundir esa búsqueda de la memoria y lo que aún me queda por decir. Sigo ilusionado y curioso y acabo de abrir un canal en Youtube en el que cuento historias. Se llama precisamente así: ‘Quiero contar historias. Jordi Esteva’ e invito a todos los lectores que se asomen a la página o incluso a que se suscriban.

Otra foto del artista, escritor y fotógrafo, de sus serie de 'Lugares imaginarios'.
Otra foto del artista, escritor y fotógrafo, de sus serie de 'Lugares imaginarios'.
Jordi Esteva.

Una de las historias más bonitas es la de su madre, ¿qué podemos contar?

Mi madre era una mujer que como las de su generación vivió la guerra y el bombardeo de la aviación de Mussolini en Granollers. Era filóloga en lengua catalana y quería ser bibliotecaria pero al casarse lo dejó todo con el matrimonio. Era una mujer sensible y moderna que hablaba varios idiomas perfectamente pero que se convirtió en una mujer burguesa. Nos fuimos alejando. A pesar de haber salido del armario a los dieciocho años cuando me enamoré de mi mejor amigo, mis padres poco a poco hicieron como si este hecho tan importante no hubiera ocurrido. Ya se sabe “lo que no se habla, no existe”. Luego, yo salí al mundo siguiendo mi impulso nómada. Y pasé muchos años fuera del país. No nos veíamos apenas. ¡Los padres se van dejando tantas conversaciones pendientes! 

"La primera vez que escuché el ‘Like a Rolling Stone’ de Bob Dylan quedé conmocionado. Aquellos primeros acordes disonantes daban paso a una voz insólita que lanzaba una diatriba contra todo, aunque no entendiera la letra"

Aquí, y en el libro anterior, más que ajustar cuentas, desgrana recuerdos y cariños.

Yo de joven quería irme y no regresar. En cierto modo para los rebeldes de los años sesenta –“rebeldes sin causa” como apostillaba mi padre-, ellos eran nuestros enemigos. Teníamos que romper con ellos y lo que representaban. Con lo establecido. No queríamos hacer lo que esperaba la sociedad de nosotros. Tuvimos la suerte de vivir la eclosión de la contracultura hija del movimiento de la ‘beat generation’, que más que por los libros de un Jack Kerouac, difíciles de encontrar en la España franquista, nos llegó en cierto modo por los mensajes de Bob Dylan, de los Doors, o incluso de los “Rollings” de ‘Satisfaction’. Eran cantos de rebeldía y de autoafirmación Aquí luchábamos también contra la dictadura pero también queríamos vivir de manera distinta o incluso dejarlo todo para vivir sencillamente en Formentera o viajar a la India. La música de aquellos años fue sin duda un importante vector.

Es verdad, ‘Viaje a un mundo olvidado’ está lleno de sonidos de rock y de las músicas africanas.

La primera vez que escuché el ‘Like a Rolling Stone’ de Bob Dylan quedé conmocionado. Aquellos primeros acordes disonantes daban paso a una voz insólita que lanzaba una diatriba contra todo, aunque no entendiera la letra. «¡Quita esa porquería, qué mal canta!» decían en casa y entonces comprendí que yo no andaba desencaminado y que estaba dispuesto a seguirle, hasta cierto punto claro, como si fuera el nuevo flautista de Hamelín.  

Jordi Esteva, tocado de sombrero y pañuelo, en las inmediaciones de la plaza de San Francisco, cerca de Cálamo.
Jordi Esteva, tocado de sombrero y pañuelo, en las inmediaciones de la plaza de San Francisco, cerca de Cálamo.
A. C./Heraldo.
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