agua. ocio y cultura

Un libro coral exalta la pasión por el agua, la música y la fotografía de Manuel Lorenzo Pardo

'Ciencia y agua' es una mirada completa y compleja al pionero en el estudio de los recursos hídricos y fundador de Confederación Hidrográfica del Ebro

Manuel Lorenzo Pardo, en el centro, en Reinosa, en 1920 con dos compañeros de la División Hidráulica del Ebro.
Manuel Lorenzo Pardo, en el centro, en Reinosa, en 1920 con dos compañeros de la División Hidráulica del Ebro.
Archivo M. L. Pardo.

ZARAGOZA. El finísimo prosista Azorín bautizó a Manuel Lorenzo Pardo como «un taumaturgo del agua». Es decir, la persona que tiene poderes para hacer milagros o actos prodigiosos con el agua. Algo de ello hay en este personaje que supo mezclar las humanidades y la ciencia y que se erigió en una de las más «emblemáticas figuras de la ingeniería española del siglo XX», pionero de la planificación de los recursos hidráulicos en toda su dimensión y creador de las Confederaciones Hidrográficas; sobresalió por múltiples razones la del Ebro (la llamada CHE), de la que fue su primer director. En 1933, con un inmenso bagaje a sus espaldas y batallas ganadas y perdidas en todas las direcciones, presentó uno de sus grandes proyectos: el ‘Plan Nacional de Obras Hidráulicas’, cuyo planteamiento integral de los recursos hídricos, según afirma la especialista Áurea Perucho, «fue un modelo repetido en el ámbito internacional».

Hace algunas semanas aparecía el libro coral ‘Ciencia y Agua. Manuel Lorenzo Pardo. Ingeniero Hidráulico’, que publica el Ministerio de Transporte y el Centro de Estudios y Experimentación de Obras Públicas (CEDEX) (Madrid, 2023. 343 páginas), donde se analizan desde múltiples vertientes los trabajos, las intuiciones, la personalidad y el coraje de este madrileño, nacido en el barrio de Lavapiés en 1881, que tendría una intensa vida y que se sentiría muy aragonés.

Aquel joven poseía un bagaje impresionante: era un gran melómano con debilidad por Bach, Beethoven, Schubert y Schumann y aquí no tardaría en vincularse al Sociedad Filarmónica de Zaragoza

1906. Llegada a Zaragoza

Desde muy joven trabajaría con Leonardo Torres Quevedo en el Centro de Estudios Aeronáuticos. Se relacionó con grandes figuras de su tiempo, entre ellos Santiago Ramón y Cajal y Albert Einstein, que estuvo en Zaragoza en marzo de 1923 (existe una colección de cartas de su intercambio epistolar), y en cierto modo en su evolución se percibe que asimiló las enseñanzas hídricas de Ramón de Pignatelli, creador del Canal Imperial de Aragón, y de Joaquín Costa, del que era seguidor en la parte teórica, el regeneracionismo, pero también en cómo se enfrentaba a los riegos. Dentro de esa afinidad, lo bautizó como «poeta de la vida».

Manuel Lorenzo Pardo, de pie, y Valenzuela La Rosa, director de HERALDO, que fueron grandes amigos.
Manuel Lorenzo Pardo, de pie, y Valenzuela La Rosa, director de HERALDO, que fueron grandes amigos.
Archivo M. L. Pardo.

La abuela materna y su madre procedían de Gelsa, como recuerda José Ramón Marcuello en su texto ‘Manuel Lorenzo Pardo: un personaje irrepetible’, y pasó muchos veranos en la localidad a orillas del Ebro. Aquel acabaría siendo el río de su existencia. En 1906, llegó a Zaragoza para trabajar en la División Hidráulica del Ebro; tanto Marcuello como el finado Eloy Fernández, que firmó poco antes de morir el artículo ‘La Zaragoza de Manuel Lorenzo Pardo’, recuerdan su vasto campo de intereses y el núcleo de amistades, entre ellas el periodista y escritor José Valenzuela La Rosa, que era director de HERALDO y al que el periodista presenta como ‘gran divulgador’ de la idea de la Mancomunidad del Ebro, que apoyó inicialmente y luego la de la Confederación.

«No me cabe duda de que mi abuelo fue un sabio. A su gran capacidad y solvencia técnica unió su bondad, su tesón y espíritu solidario, presidido por la modestia»

Aquel joven poseía un bagaje impresionante: era un gran melómano con debilidad por Bach, Beethoven, Schubert y Schumann y aquí no tardaría en vincularse al Sociedad Filarmónica de Zaragoza; lo haría de tal modo que al parecer fue clave para que por la ciudad pasasen figuras como los músicos y directores Ataúlfo Argenta y Maurice Ravel.

Su implicación cultural no deja lugar a dudas: poseía una carrera casi oculta como pintor, sobre todo de paisaje, en 1905 trabajó bastante, y tuvo una relación muy entrañable con Ángel Díaz Domínguez, que pintaría mucho en el Casino Mercantil; escribiría en varios periódicos (en particular en ‘La voz de Aragón’) sobre su tema capital y otros asuntos.

El álbum de la ciencia

No podemos dejar al margen su cercanía con los promotores de la Exposición Hispano-Francesa de 1908 y su pasión por la imagen: fue el primer presidente de la Real Sociedad Fotográfica de Zaragoza en 1922 y en 1925 logró traer el Salón Internacional de Fotografía a la ciudad. Su legado fotográfico, como cuenta Aránzazu Márquéz, es considerable: hizo fotografía estereoscópica, de la que hay piezas bien conservadas, y luego realizó cuatro series sobre sus obras de ingeniería hidráulica de mucho valor, paisajes urbanos y rurales de España, fotos familiares y fotos de sus viajes al extranjero. Siguiendo de nuevo a Ramón y Cajal realizó fotos en color

Uno de los mejores retrato del ingeniero hidráulico y taumaturgo de las aguas.
Uno de los mejores retrato del ingeniero hidráulico y taumaturgo de las aguas.
Archivo M. L. Pardo.

Zaragoza fue clave en su biografía y en su comprensión general del Ebro. De hecho, como recoge Eloy Fenández Clemente, decía que «Zaragoza es mi segundo pueblo». En el volumen está todo: sus obras, sus amistades, sus ideales, sus escritos, su honestidad, los mapas, los planos, las fotos, los diseños, su atracción por la ciencia, algo que desmenuza Juan Manuel Sánchez Ron.

Escribe desde Nueva York su nieto José Ramón Fernández-Bugallal: «No me cabe duda de que mi abuelo fue un sabio. A su gran capacidad y solvencia técnica unió su bondad, su tesón y espíritu solidario, presidido por la modestia. Persona de fina sensibilidad, que se puede concretar en una frase (…): “Las satisfacciones espirituales están por encima de las materiales”».

En 1953 murió en Fuenterrabía.

Manuel Lorenzo Pardo, de pie y en el centro, con un grupo de colaboradores de la Confederación Hidrográfica del Ebro.
Manuel Lorenzo Pardo, de pie y en el centro, con un grupo de colaboradores de la Confederación Hidrográfica del Ebro.
Archivo M. L. Pardo.
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