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Antonio Muñoz Molina: "De España hay cosas que me producen irritación y me gusta protestar"

El escritor y académico presentó su novela 'No te veré morir' (Seix Barral), que toma su título de Idea Vilariño, en Ámbito Cultural, en Zaragoza

Antonio Muñoz Molina habla del amor, de la memoria y del olvido, y de la condición de extranjería de los seres humanos.
Antonio Muñoz Molina habla del amor, de la memoria y del olvido, y de la condición de extranjería de los seres humanos.
Javier Belver.

“La edad lo que te tiene que llevar es a decir lo que piensas. Hace poco, en el ‘El País Semanal’, el artista Luis Gordillo decía con valentía y descaro: tengo 89 años y digo lo que me da la gana”. Así responde Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956) al fotógrafo Javier Belver. Visita Zaragoza para presentar en Ámbito Cultural -en compañía de Eva Cosculluel a- su nueva novela: ‘No te veré morir’ (Seix Barral), la historia de amor de dos viejos amantes que se reencuentran tras medio siglo de separación.

Usted, siendo más bien suave, es a menudo muy sincero y no sabemos si radical. ¿Recuerda la polvareda que levantó con un artículo sobre Joseph Beuys en ‘El País’, donde lo criticaba con severidad?

Ja ja ja. No me he arrepentido pero me di cuenta después de lo inocente que era. No sabía que había tantos campos minados.

Es un experto en arte. ¿Entendió luego lo que ha significado Beuys para el arte contemporáneo?

Sí, sí, claro que lo entiendo. Tampoco es física nuclear. Son opciones. Es la escuela de Marcel Duchamp. Pero a mí lo que me incomoda y me saca de quicio es esa especie de canonización, es decir, el convertir la contemplación del arte en un fenómeno religioso sin religión. Es esa cosa del vudú: aquel que todo lo que hace como si fuera un faro de los demás. Me parece una visión laica del mundo.

¿El hecho de escribir a mano, en esos cuadernos, le da algo especial a su literatura: no sé si lentitud, poder de persuasión, otro modo de lee, reflexión?

La fase en que yo escribo a mano es siempre la primera fase, luego no. A partir de ese primer borrador, lo trabajo en el ordenador. Esa primera fase me da una sensación de libertad y de tanteo. Estoy con un lápiz y una pluma, y luego el hecho de la parte física de eso -la materia del cuaderno, la tinta, el contacto de la mano -, me activa la imaginación. No creo que sea una tontería. Te permite esa sensación de libertad, de que estás probando; el ordenador enseguida te da la sensación engañosa de las páginas. Y además de libertad, tiene algo de soledad.

¿De soledad?

Sí, sí, pero ya le digo libertad y soledad en esa primera fase.

Muñoz Molina, en el Gran Hotel de Zaragoza, confiesa que escribió el libro en seis semanas, que tuvo a Faulkner en su cabeza, pero también a Bach y a Beethoven.
Muñoz Molina, en el Gran Hotel de Zaragoza, confiesa que escribió el libro en seis semanas, que tuvo a Faulkner en su cabeza, pero también a Bach y a Beethoven.
Javier Belver.

¿Y la música? Hay mucha música en el libro, desde Adolfo Salazar o Stravinski a Alban Berg, pero también su estética. ¿Escribe con música?

No, no. Nunca.

En su estructura, el libro tiene algo musical claramente.

Sí, sí. Según iba escribiendo y viendo su forma me daba cuenta de que en la primera parte estaba buscando, de manera inconsciente, un fluir como el de la ‘Suite de cello’ de Bach, las sonatas para violín de Beethoven, cualquiera de esas obras, en las que hay un fraseo continuo, que se interrumpe un omento, hay un silencio y luego sigue… Es una cosa insistente, muy melódica, pero también muy austera para un solo instrumento de cuerda. Por eso tiene una desnudez muy grande. Y luego me gustaba la idea de la división en partes, del movimiento de un cuarteto. Un cuarteto tardío de Beethoven, que son formalmente muy audaces… Cada parte se abre y se cierra. Y cada parte tiene una tonalidad, un ritmo y un tempo distinto. Esa idea de esa composición de cámara. Y luego está la presencia narrativa, digamos.

A Gabriel Aristu, el protagonista, le gusta tocar el cello, su padre era amigo de Stravinski.

Claro. Hablo de la afición de Gabriel y la cultura musical de la que él viene, que ha heredado de su padre, amigo de Stravinski o de críticos como Adolfo Salazar. La cultura musical es una variante del gran despertar cultural de los años 20 y 30 en España. En música hubo cosas extraordinarias en esa época en muchos sentidos porque tuvo compositores y divulgadores de primera fila, y además fue gente que llevó a cabo una innovación de la modernidad musical española enraizada en las tradiciones populares. Falla y Albéniz son gente muy moderna, Falla en muchos sentidos es muy radical, pero tiene un anclaje en lo popular. Como le pasa a Lorca. Esa parte de la cultura de los años 20 y de la República es muy europea también, está conectada con el mundo de París y con los Ballets Rusos de Diaghilev.

"La cultura musical es una variante del gran despertar cultural de los años 20 y 30 en España. En música hubo cosas extraordinarias en esa época en muchos sentidos porque tuvo compositores y divulgadores de primera fila"

¿Por qué tiene esa obsesión constante por este período de la historia de España? Algunos lo cuestionan mucho, dice que no fue tan esplendoroso…

Yo no digo que fuera de un gran esplendor. Lo que me llama la atención como aficionado a la historia y como escritor es ese lo que tiene ese mundo de mezcla de convulsión y de esperanza. Eso lo ve en la Alemania de Weimar o en la Europa de entreguerras, ves que es un mundo que ya es nuestro en muchos sentidos y en que ya se ha establecido como un principio de modernidad que lo empapa todo de novedad y muchas veces de radicalismo fértil, y otras veces destructivo. Es algo que ahí se junta la imaginación de escritor con la curiosidad de aficionado a la historia. El arte, la literatura o la música de esas décadas siguen siendo para mí fundamentales. Yo soy moderno…, en el sentido anglosajón de la palabra, mi referencias musicales y literarias son modernistas: Proust, Joyce, Virginia Woolf, Stravinski, Falla, esa gente.

‘No te veré morir’ podría ser un libro sobre el primer amor. ¿Por qué le parece tan importante, nos lo podemos quitar de la cabeza, nos persigue totalmente?

No sé si es el primer amor. Para ellos sí. Para Adriana Zuber y Gabriel Aristu sí. Pero hay grandes amores en la vida. Hay amores que definen de algún modo la vida y la marcan en muchas direcciones. Entonces, eso es tan rico y tan poderosa esa experiencia que de hecho he escrito con frecuencia novelas que tratan de eso. En ‘La noche de las tiempos’ había un amor muy poderoso. Para mí ese encuentro radical entre dos personas que se deslumbran mutuamente y que se educan la una a la otra; por una parte no la tienen delante y fantasean sobre el otra. Eso es fascinante, y de eso va el libro. Del amor, de la memoria y del olvido.

Antonio Muñoz Molina aborda muchas cosas en una novela intensa y ceñida: la vida española, vivir en Estados Unidos, la conciencia del exilio y un amor que se vuelve imposible.
Antonio Muñoz Molina aborda muchas cosas en una novela intensa y ceñida: la vida española, vivir en Estados Unidos, la conciencia del exilio y un amor que se vuelve imposible.
Javier Belver.

Se dicen: “Me has abierto los ojos”.

Uno a través del otro se abre al mundo. Uno no se abre solo al mundo, necesita alguien que te abra los ojos, que te haga ver cosas y eso no siempre ocurre. Y cuando ocurre tiene una incidencia a lo largo de la vida. Determina la manera de mirar, de sentir. Para muchas personas esa aventura o esa experiencia del primer amor, en el sentido del gran amor que te define, es una de las cosas fundamentales de la vida. ¿El erotismo? Lo trato. Es capital, claro.

Repite usted varias veces una idea: contar los sueños. Es como una obsesión de la novela.

Mi interés por los sueños no viene de Freud, no tengo ningún interés en el psicoanálisis. He leído mucho en sentido: cómo se producen los sueños, por qué, qué partes del cerebro se activan. Lo que me llama la atención de los sueños es su carácter narrativo.

¿Podría explicarse un poco más?

Hay muchos sueños triviales que no tienen la menor importancia. Pero de vez en cuando hay sueños que son reveladores, no porque te vayan a decir el futuro sino que convierten en una metáfora la experiencia de tu vida. Fíjese si los seres humanos somos narradores de historias e inventores de historias que incluso dormidos lo hacemos. ¿Le puedo contar un sueño?

Por favor.

Cuando yo me iba a vivir a Estados Unidos, tenía un hijo adolescente y todo era más difícil, y mi padre acababa de morir. Soñé que me encontraba con mi padre y le decía: “Ahora que yo me voy a América, cuida de tu nieto porque me quedo más tranquilo si tú lo cuidas”. Has creado una ficción narrativa que tiene un profundo significado para ti, no es una cosa freudiana de decir que los sueños pueden interpretarse según patrones establecidos. Eso es muy interesante. El sueño te trae a veces la presencia de gente que has olvidado, la presencia y la voz. Yo sueño a menudo con mi padre. Y que a veces están en los sueños como protectores tuyos. Me parece un material muy novelesco. Y eso es una cosa muy seria es una construcción poética, que además es muy creativa…

Los personajes, en el fondo, son extranjeros de sí mismos: en su vida, en España, en Estados Unidos. Hay como un desamparo insoslayable.

Sí, sí, de extranjería radical, sí. Pero eso es la vida. Así como se repiten los patrones de los sueños, también se repiten los patrones de las cosas que uno se imagina. Tu imaginación o es libre, hay cosas a las que vuelves y vuelves… Eso puede convertirse en una repetición tediosa o dar lugar a variaciones muy ricas. Y entonces, mi propio carácter, la experiencia de mi vida, me ha hecho sentirme un poco fuera. Desde que era niño. Desde mi casa, en Úbeda, pensaba: “¿Qué habrá detrás de eso, más allá de la Sierra de Mágina?”. Era un niño que no servía para el fútbol, era poco violento y pendenciero, temía salir a la calle y que me pegaran, me quedaba en mi casa. A las cuatro de la tarde era un estudiante de latín o griego y a las seis era un hortelano junto a mi padre.

"Para muchas personas esa aventura o esa experiencia del primer amor, en el sentido del gran amor que te define, es una de las cosas fundamentales de la vida"

He visto en el personaje cosas suyas…

Una cosa que le he dado al personaje es la propensión a la conformidad. Cuando era niño era un niño modelo. Obediente, un estudiante estupendo… Me conformaba con casi todo. Tengo a veces una mezcla de temeridad y de cobardía.

A veces se queja usted de España. Es como si le doliera mucho o le incomodase.

Decir doler es demasiado retórico, es mi país y lo amo, y hay muchas cosas que me producen irritación y me gusta protestar. También procuro ser una persona independiente, y a veces parece que estás en un sitio y a veces en otro…

Por ejemplo ahora, con el caso Puigdemont… ¿Sabe dónde está?

Bueno, lo que pasa es que hay una irregularidad de la izquierda española que es su fascinación por los nacionalismos identitarios. En una parte de la izquierda española hay una absurda identificación entre el nacionalismo identitario y el progresismo cuando no sé cuál es la relación que hay. Ese malentendio de pensar que el independentismo y todo eso es progresistas me cuesta entenderlo. Me parece bien que los nacionalistas sean nacionalistas, pero por qué tiene que serlo todo el mundo. Por qué hay que ser nacionalista a la fuerza y hacer parodia de nacionalismo…

"Lo de Yolanda Díaz con Puigdemont es sobre todo un exceso de sonrisas. Explicar eso no es fácil. Yo tengo la esperanza de que salgamos adelante. Comparativamente a veces pensamos que nuestro país es peor de lo somos. Y todo lo que se ha hecho aquí ha sido impresionante"

Va la vicepresidenta Yolanda Díaz, de Sumar, a ver un señor al que ni siquiera puede ver en España. Un prófugo. ¿No tiene algo de sainete?

Es sobre todo un exceso de sonrisas. Explicar eso no es fácil. Yo tengo la esperanza de que salgamos adelante. Comparativamente a veces pensamos que nuestro país es peor de lo somos. Y todo lo que se ha hecho aquí ha sido impresionante. Se nos olvida porque no tenemos una perspectiva más amplia. Con todo, nuestro país ha progresado mucho. Y no tenemos un sistema peor o menos democrático que otros lugares del mundo ni de Europa. No tenemos los niveles de xenofobia de otros países europeos. Debemos tener la cabeza templada.

¿Tengo la sensación de que ha escrito el libro que le ha dado la gana?

Creo que sí. Y he tenido en la cabeza la libertad de un escritor al que admiro muchísimo, que es el William Faulkner de ‘El ruido y la furia’, que maneja esa historia como le da la gana. Es una historia corta, intensa, concentrada; me planteé desde el primer momento que ocupase solo tres cuadernos. Redacté la novela en seis semanas, después de haberla tenido congelada y casi olvidada durante ocho meses. De esos tres cuadernos nació el boceto completo.

Una de las frases del libro está tomada de Marx: “Todo lo sólido se desvanece en el aire”.

Creo que es más verdad que nunca. Aunque tengamos el mayor nivel de modernidad y tecnología, nunca hemos sido tan vulnerables.

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