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Manu Gálvez, un estilista de la tristeza que no olvida ni los Zaraguayos ni la Quinta de París

El escritor y columnista zaragozano, afincado en Madrid, publica su primera novela 'La luz apagada' y cuenta la historia de un quijote del siglo XXI

Retrato de Manu Gálvez, en un viaje a Zaragoza, en el café restaurante El Tíbet.
Retrato de Manu Gálvez, en un viaje a Zaragoza, en el café restaurante El Tíbet.
A. C. /Heraldo.

Manu Gálvez (Zaragoza, 1979) se ha sentido atraído por la literatura y el periodismo desde niño. Su padre, zaragocista acérrimo, le contaba una y mil historias de los Magníficos y los Zaraguayos y, además, le llevaba periódicos con artículos de José Luis Alvite y de Francisco Umbral. Fueron ellos los que le abrieron un mundo que le permitió hacer escarceos literarios, medirse, jugar con las palabras.

Aunque estudió Ingeniería Informática, no llegó a acabarla, empezó a escribir cuentos -publicó en el volumen coral ‘Enjambre’ de Comuniter o en ‘Historias de Malasaña’ de Bala Perdida- e hizo sus primeras colaboraciones como columnista. Publica en diversos medios como ‘El Gol del Cierzo’, ‘El Imparcial’ o ‘El Libre’; y un día, un amigo sevillano le recomendó un editor de Huelva, donde ha publicado su primera novela: ‘La luz apagada’ (Pábilo. 192 páginas), que lleva el prólogo de un onubense conocido y reconocido: Miguel Pardeza. Manu Gálvez vive en Madrid desde que era un niño pero ha convertido a Zaragoza en una de sus ciudades más amadas, de ahí que se defina como mañileña.

«Pardeza no solo es el capitán del Real Zaragoza que venció en París el 10 de mayo de 1995, cuando obtuvimos la Recopa ante el Arsenal, es escritor y un enamorado del columnismo, estudioso de César González Ruano, por ejemplo. Que la editorial sea de Huelva y Miguel también me parece un hermoso regalo del azar», dice. A ‘La luz apagada’, que tiene algo de novela existencialista y algo del vómito de un joven fantaseador y quijotesco, Pardeza le encuentra parentescos con Fiodor Dostoievski y una carga psicológica.

Quizá la haya sí. Manu Gálvez ha escrito la historia de un hombre, que carece de nombre deliberadamente, un hombre en crisis, quizá un náufrago en tierra, que busca amores y los sueña, que se finge taxista y que dice que ha realizado un sinfín de trabajos manuales que parecen «el contrapunto a esa cabeza que es como un volcán a punto de desmandarse. Su cabeza y viene, genera ideas, emociones, deseos, es la de alguien que no encuentra su sitio». Entre esos trabajos manuales habla de resinero, reponedor, personal de seguridad, conserje o portero de finca, distribuidor de publicidad...

Portada de la novela de Manu Gálvez, realizada por la joven ilustradora Clara Romeo Pasamar.
Portada de la novela de Manu Gálvez, realizada por la joven ilustradora Clara Romeo Pasamar.
Clara Romeo/Pábilo.

Es alguien que da vueltas por el Madrid de la plaza Manuel Becerra o la Guindalera, que intenta seducir a la fotógrafa Virginia (el lenguaje que usan los dos no se anda por las ramas: «Virginia es una bestia. Escucho su respiración, sus pensamientos elaborados y complejos, el melodioso estado de relajación de la maquinaria de su cuerpo (…) Virginia Pentes. La King Kong de las mujeres») o se imagina amores, tórridos, carnales, con otras mujeres como Carla, Liliana, a la vez que inventa la vida que no vive. O Patricia: el taxista imaginario que finge ser vive con ella una aventura sexual de varias páginas que acaban así: “Nos hemos dado placer para que nuestras tristezas vean que son compatibles. No hay polvos como los que se echan desde la tristeza”.

"... recordamos a Félix y me habló de su hija Clara, que es ilustradora. La conocí, hablamos y Clara ha hecho la portada. Así que Félix, tan querido, también está en este libro a través de esa sobrina que tanto quiso”

Explica Manu Gálvez: «Ese personaje no soy yo. Y a la vez imagino que habrá algo mío. Cuento el relato de alguien inmerso en la tristeza, que va del idealismo de su imaginación calenturienta a la pereza. No tiene muchas ganas de trabajar. Es un inadaptado y quizá un Quijote del siglo XXI que fabrica sus propias utopías. Y a la vez es ‘flaneur’: un paseante que va de aquí para allá con rumbo incierto». O no tan incierto: se siente libre en la calle Pilar de Zaragoza, de Madrid, claro. Allí, con nostalgia de su ciudad, el corazón se le sale del pecho.

Manu Gálvez ha firmado una novela muy personal. Y también un ejercicio de estilo. “Eso para mí es importante. La belleza de la expresión, distintos niveles de escritura. Por eso me gustan también tanto los escritores que crean estilo en la prensa”, dice, y revela otras cosas: su admiración por Frederic Beigdeber (“el autor de ‘El amor dura tres años’, un libro que me ha marcado mucho”, revela) y, muy especialmente, por Félix Romeo Pescador (Zaragoza, 1968-Madrid, 2011).

“He seguido a Félix en sus libros y en sus artículos en la prensa. Y conocí a su cuñada María José Pasamar, que me leía en las redes sociales. Quedamos un día que vine a Zaragoza, recordamos a Félix y me habló de su hija Clara, que es ilustradora. La conocí, hablamos y Clara ha hecho la portada. Así que Félix, tan querido, también está en este libro a través de esa sobrina que tanto quiso”.

Los ecos aragoneses son constantes en el libro. Sin ir más lejos: “Mi padre descorcha una botella de vino y me llena la copa. Es un Somontano muy rico. Me la bebo de un trago y me mareo de una manera que la vista une el techo con el suelo en un segundo”.

LA FICHA

‘La luz apagada’. Manu Gálvez. Pábilo Editorial. Huelva, 2022. 192 páginas.

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