artes y letras

El pintor de Fuendetodos, en la Lonja

La interpretación de un especialista de la exposición temática del genio aragonés en la plaza de las catedrales: ‘Yo soy Goya’

Una de los espacios más sugerentes de la muestra: Alejandro de BVocal encarna al pintor y en la pantalla se pasa su obra.
Una de los espacios más sugerentes de la muestra: Alejandro de BVocal encarna al pintor y en la pantalla se pasa su obra.
José Miguel Marco.

Nos recordaba hace algunos días Ricardo Calero, en el emotivo homenaje que Territorio Goya ha dedicado al oscense Carlos Saura y al zaragozano de adopción Félix Palacios, la obligación que desde nuestra tierra tenemos de avivar de forma constate el recuerdo Goya. Un artista, como él decía, que es un diamante de muchas facetas, unas bien pulidas pero otras todavía pendientes de pulir. En ese compromiso permanente hacia nuestro artista más universal se incardina como hito más reciente la exposición ‘Yo soy Goya’, inaugurada en la Lonja de Zaragoza el pasado 30 de marzo, el mismo día en que se celebraba el 277 cumpleaños del pintor.

«Zaragoza corazón Zaragoza», emotivas palabras que Goya escribió de su puño y letra en un cuadernito de bolsillo que se llevó a Italia –el famoso ‘Cuaderno italiano’–, vienen a condensar el propósito esencial de la muestra según la ha concebido su comisario, el doctor Domingo Buesa: poner de relieve las lazos vitales y afectivos que siempre unieron a Goya con la ciudad que lo vio crecer. Aquí pasó su infancia y juventud, recibió enseñanzas de José Luzán, entró en fructífero contacto con Francisco Bayeu, deambuló con su familia por distintas casas al serle embargada al padre la que poseía por impago de deudas. Aquí dejó a sus padres y hermanos, a los que nunca dejó de atender, bien cuando enviudó la madre, bien cuando consiguió una capellanía en Chinchón para su hermano menor Camilo, o bien cuando se preocupaba por la situación económica del hermano mayor Tomás, discreto dorador. 

Mantuvo desde Madrid las buenas amistades que había tejido en Zaragoza; por encima de todas Martín Zapater, su amigo del alma, sin olvidar a Juan Martín Goicoechea, prócer de nuestra Ilustración. En compañía de ambos disfrutó exultante las fiestas del Pilar de 1790, ocasión que aprovechó para retratarlos. Atrás quedaba el amargo recuerdo de la Regina Martyrum, cuando se enfrentó al cabildo catedralicio y a su cuñado y mentor Francisco Bayeu; motivo de «la pérdida de mis dibersiones y de toda mi felicidad en Zaragoza», llegó a escribir. Las aficiones de Goya a la caza y a los toros, de las que tanto se jacta en sus cartas a Zapater, hubo de forjarlas en Zaragoza.

Pronto supieron advertirlo algunos críticos, como su contemporáneo Bartolomé Gallardo cuando lo calificó de «pintor filósofo». O, en términos actuales, un «pintor pensador», al nivel de Goethe, según Todorov.

«Qué ganas se me pasan de hir este verano a estar contigo y cazar juntos», le escribía en 1784. La plaza de la Misericordia de Zaragoza conoció faenas de dos grandes de la época, Costillares y Pedro Romero. Goya se posicionaba a favor de Romero, más admirado entre las clases populares; Costillares, de mayor predicamento entre las clases altas, era el favorito de Bayeu, así que en asuntos taurinos también encontraban rivalidad los dos cuñados. La exposición de la Lonja nos habla de estas y más cosas, fundadas en hechos documentados pero también en tradiciones que siempre crecen a la sombra de las grandes figuras.

Etapa decisiva en la carrera profesional de Goya fueron los servicios que prestó al infante don Luis, hermano de Carlos III y esposo de M.ª Teresa de Vallabriga, la ‘Infanta’. Todo un privilegio es contemplar en la Lonja el elegante boceto del retrato ecuestre que pintó de M.ª Teresa (Galería de los Uffici, Florencia).

Una selección de autorretratos y de firmas del pintor en una de estancias de paso.
Una selección de autorretratos y de firmas del pintor en una de estancias de paso.
José Miguel Marco.

El paisaje de fondo, sugerencia de la Sierra de Gredos, evoca la morada que estableció don Luis con su familia en Arenas de San Pedro (Ávila). Nada se sabe hoy del cuadro definitivo de gran formato, relacionado en antiguos inventarios, pero qué imponente debió de ser. Qué fascinante sería compararlo con el retrato también ecuestre de Isabel de Borbón, primera esposa de Felipe IV, pintado por Velázquez. No disimuló Goya una manifiesta voluntad de emular a su admirado antecesor al servicio de la corona.

Sorpresa magnífica de la exposición es, asimismo, el retrato de José Cistué y Coll, barón de la Menglana. Estábamos ya familiarizados con una versión reducida, de busto prolongado, que cuelga en el Museo Goya Ibercaja. Pero el retrato de la Lonja, de cuerpo entero, es la versión por excelencia y en muy buen estado conservación. Si no me equivoco, es la primera vez que se muestra al público desde que en 1928 figurara en la exposición conmemorativa del primer centenario de la muerte del artista, celebrada en Zaragoza. La rancia negrura de la indumentaria de jurista conduce pronto nuestra atención hacia el rostro luminoso, aunque adusto, de mirada inquisitiva y nariz aguileña. Cistué fue catedrático de la Universidad Sertoriana de Huesca, fiscal en las audiencias de Quito y Guatemala y alcalde del crimen en México.

Goya lo pintó en Madrid en 1788, al año siguiente de incorporarse el personaje al Consejo de la Cámara de Indias. Tuvo el honor de recibir una cruz pensionada de la Orden de Carlos III, condecoración que ostenta sobre su pecho, de empastes refulgentes, muy del gusto del artista. No hubiera estado mal colgar el cuadro un palmo más bajo para mejor contemplación del semblante. Obra de colección particular, es hoy uno de los principales y muy escasos activos que podrían llegar a integrarse, vía compra o vía depósito, en uno de los dos museos zaragozanos que han dedicado mayor atención a Goya.

Copiar a Mengs fue práctica habitual entre los artistas del círculo cortesano debido al potente ascendiente que sobre ellos ejerció durante los años que estuvo en Madrid al servicio de Carlos III

Sorprende que personaje tan severo, con más de sesenta años, viera por entonces nacer a su hijo Luis María Cistué, a quien Goya dedicó un primoroso retrato cuando tenía dos años. Yves Saint Laurent no se resistió a comprarlo. Pierre Bergé, antiguo compañero sentimental del modisto, lo donó en su memoria al Louvre en 2009.

Exposiciones de este tipo, además de servir de deleite, ofrecen también oportunidades de revisar los conocimientos que tenemos de algunas obras que cobran actualidad al salir del reposo de sus colecciones. Sirva de ejemplo el rotulado como autorretrato de Ramón Bayeu, identificación que se arrastraba desde la equívoca interpretación de un inventario de 1828. El cuadro, en efecto, es de Ramón, pero se constata que reproduce literalmente el busto en detalle del soberbio retrato de Charles Lennox, tercer duque de Richmond, pintado en Roma por Antonio Raphael Mengs hacia 1755. Copiar a Mengs fue práctica habitual entre los artistas del círculo cortesano debido al potente ascendiente que sobre ellos ejerció durante los años que estuvo en Madrid al servicio de Carlos III.

Uno de los mejores cuadros de la muestra: el de María Teresa de Vallabriga, que está en la galería de los Ufficci en Florencia.
Uno de los mejores cuadros de la muestra: el de María Teresa de Vallabriga, que está en la galería de los Ufficci en Florencia.
José Miguel Marco.

La formidable fantasía que Goya despliega en sus creaciones no oculta unas intenciones de fondo bien terrenas. Él mismo fue persona cabal, apegado a la tierra. La vida, contemplada con agudeza, le suscitó un sinfín de reflexiones sencillas pero penetrantes que volcó a través de un desmesurado universo visual. Pronto supieron advertirlo algunos críticos, como su contemporáneo Bartolomé Gallardo cuando lo calificó de «pintor filósofo». O, en términos actuales, un «pintor pensador», al nivel de Goethe, según Todorov. Es este un aspecto esencial de nuestro artista que se hace patente en el discurso expositivo a través de frases suyas que salpican las paredes y a través también del soliloquio que a gran pantalla escenifica Goya con su perro Gitano, encarnado en el actor Augusto González. Buesa, autor del guion, ha querido evocar esa filosofía de la vida, aparentemente simple pero de hondo calado, que aflora por toda la vasta producción del pintor. Sea enhorabuena, una vez más, la ocasión de que Goya siga siendo protagonista en nuestra ciudad.

*José Ignacio Calvo Ruata es Director del Centro de Documentación e Investigación de la Fundación Goya en Aragón. 

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