CIENCIA E HISTORIA. OCIO Y CULTURA

Albert Einstein regresó a Zaragoza, un siglo después, y cenó consomé, bacalao y cordero

El salón de columnas del Casino Mercantil, sede de Caja Rural, acogió una cena para 150 invitados en homenaje al Premio Nobel de Física de 1921

Recreación de la cena ofrecida a Einstein en el antiguo Casino Mercantil de Zaragoza
Recreación de la cena ofrecida a Einstein en el antiguo Casino Mercantil de Zaragoza
Francisco Jiménez

¿Qué pensaría, qué pensará desde el otro lado de la sombra, Albert Einstein (1879-1955) si supiera que Zaragoza le ha recordado a lo grande y que ha culminado un día completo dedicado su figura y al de su esposa Elsa Einstein (1876-1936) con un banquete, regado con cava y buen vino aragonés, tinto y blanco, para 150 personas en el salón de columnas del Casino Mercantil de Caja Rural de Aragón, tan majestuoso como entonces, un banquete acaso semejante al que se le rindió hace exactamente un siglo?

Todo se preparó minuciosamente. El grupo de monologuistas de la Universidad de Zaragoza, que anima Carmina Puyod, se vistió para la ocasión con trajes que parecían de época, sin descuidar la elegancia ni la belleza. El actor Jesús Pescador, de Los Navegantes, ha retornado a Zaragoza tras casi diez años viviendo en un pueblo del Delta del Ebro. “Estoy aquí de incógnito. Nadie sabe que soy yo quien va a encarnar al sabio alemán”, decía de mentirijillas. Poco después de las nueve se distribuyeron los invitados en las mesas redondas, con música de fondo, y fue el actor y dramaturgo Alberto Castrillo-Ferrer (a más de uno le hizo pensar en Roberto Begnini) quien anunció que estábamos a punto de vivir una excepcional sorpresa: el físico que había revolucionado al mundo con la Teoría de la Relatividad iba a irrumpir en la sala.

Vaya sí lo hizo: Pescador-Einstein, con chaqueta blanca y aquellos cabellos claros que alborotó el cierzo, dicen, hizo su entrada. Saludó a todos, y no tardó en comenzar la ceremonia. Castrillo-Ferrer pidió ayuda a la Inteligencia Artificial, una vez que se percató que al maestro no se le entendía ni en alemán ni en un francés un tanto difuso, y oímos pronunciar sus primeras palabras a Einstein: al principio en un castellano poblado de erres metálicas, luego en un castellano claramente contaminado de acento aragonés y después en un castellano un poco afrancesado, pero ya más nítido, o ajustado al probable acento del sabio.

En la mesa Aneto

Así empezaba la noche. Y comenzaron las intervenciones del alcalde Basilio Ferrández Milagro y del rector Ricardo Royo Villanova. Anoche todo era posible. Si el primero fue opulento y gestual en su discurso, con bastantes bromas y algún que otro guiño al presente, el segundo se empecinó en explicar la biografía profesional del científico y quiso, incluso, desgranar la Teoría de la Relatividad. No le dejaron, desde luego, porque era la hora del consomé caliente. Entre plato y plato, luego el bacalao, después el cordero, más tarde el helado de vainilla con torrija, iban hablando todos, y el sabio, muy amable, posaba, se hacía fotos y departía con sus anfitriones (el alcalde y el rector) y con nuevos amigos contemporáneos: entre otros, la vicerrectora Yolanda Polo, el lugarteniente del Justicia Javier Hernández, Fernando de Yarza, médico y vicepresidente de HERALDO; en una mesa cercana andaba su hijo Íñigo de Yarza López, Consejero Delegado de HENNEO; en una gran pantalla se veía la página que le dedicó este diario -organizador del evento con la Universidad de Zaragoza y la Fundación Caja Rural- con la gran foto de Lucas Cepero, que moriría al año siguiente (1924) por el disparo de un marido celoso. Entre ellos, diría la sentencia había “rencores mutuos”.

En una de las mesas, Coronas, animada por José Ramón Beltrán y su pasión por la música coral, se contó casi toda la historia de su aventura de un siglo atrás: sus dos conferencias, la primera velada en casa del cónsul Gustavo Freudenthal, donde tocó el violín con la joven pianista Trini Castillo, novia entonces de su hijo Carlos. Y el 13, tras la visita a la ciudad, el genio fue agasajado a lo grande en el mismo espacio con un almuerzo. A continuación daría su segunda conferencia en el salón Paraninfo de la Universidad de Zaragoza. Fue entonces cuando el rector Royo Villanova dijo que guardarían la pizarra llena de fórmulas y dibujos de Einstein, de la que jamás se supo nada; su existencia se ha convertido en un misterio policial del que han escrito María Pilar Perla, en estas páginas, el físico y escritor Javier Turrión, el cineasta José Miguel Herráiz, y algunos otros.

Recreación de la cena ofrecida a Einstein y a su esposa en el antiguo Casino Mercantil de Zaragoza
Recreación de la cena ofrecida a Einstein y a su esposa en el antiguo Casino Mercantil de Zaragoza
Francisco Jiménez

Albert Einstein se sentía como en casa. Tanto que incluso se atrevió a ensalzar la ciencia aragonesa y tuvo elogios para algunos nombres: Jerónimo Vecino, Antonio de Gregorio Rocasolano, su amigo Casimiro Lana Serrate, Santiago Ramón y Cajal, etc. No podía faltar, y no faltó, un homenaje a la primera mujer que se licenció en Químicas en Zaragoza, en 1915, Donaciana Cano, que también acarició el violín e invitó a Pescador/Einstein a que demostrase su virtuosismo. Lo hizo, tras la reticencia inicial, y se brindaría, con casi todo el mundo en pie, por el sabio y su esposa, pero también por el espacio y el tiempo. El buen humor no anduvo reñido con lo ceremonioso y lo teatral. Donaciana Cano, reaparecida para la ocasión, observó que “la verdad debe ser cultivada en toda inteligencia humana con fervor científico” y aseguró que ella intentó hacerlo sin descuidar “el tesoro excelso de nuestra feminidad”.

Habla Elsa y el 44 cumpleaños feliz

Elsa, la esposa y prima segunda de Einstein, también habló forzada por los asistentes, ponderó el bacalao o ‘bacalado’ y recordó que había sido uno del norte quien le había dicho que “Alemania era un suburbio de Bilbado”. El texto del escritor y artista Miguel Ángel Ortiz, que superaba los nervios junto a su compañera Marta, era fluido e inteligente y las sonrisas se multiplicaban con naturalidad. Los cuadros goyescos del pintor Ángel Díaz Domínguez también invitaban a viajar en el tiempo. Y se hacía en compañía del alcalde y el rector imaginarios. El “ilustre sabio”, como fue calificado por sus anfitriones, decía que “no soy un revolucionario, hay una tradición en estas ideas”, que venía de sus antepasados como Aristóteles y otros. Al regresar al salón (los genios a veces también salían al excusado), Einstein se encontró con una nueva sorpresa: se sabía que cumplía 44 años y había que celebrarlo de la manera más tradicional y familiar. Se hizo con un expansivo canto coral y con brindis.

Todo iba tan bien, tan a gusto se sentía Albert Einstein que se atrevió a rizar el rizo y cantó una jota. No fue José Oto o Nacho del Río pero cumplió su cometido: se trataba de devolver el cariño que le estaban dando con un acto emocionante y tribal. Y la jota, seguramente imperfecta y justísima de agudos, sonó casi como nunca. Todos tenían claro que “la semilla del conocimiento” prendería en la ciudad y la haría “mejor y más libre”. Un “gracias señor Einstein” ponía broche a una noche simbólica. Einstein decía que algún día volvería aquí porque ya se llevaba “Zaragoza dentro de mi corazón”.

Como antaño, la sabiduría de Albert Einstein seguía en gravitación por el espacio con la acelerada flecha del tiempo.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión