Redactor de Cultura de HERALDO DE ARAGÓN

Carlos Núñez sale con su gaita y encuentra la melodía y el paraíso

Carlos Núñez y su banda, Pancho Álvarez, Xurxo Núñez, María Sánchez e Itsaso Elzagoien; a la derecha de la imagen, el luthier y músico caspolino Carlos Morales. Detrás los gaiteros aragoneses que le regalaron una antología de piezas musicales.
Carlos Núñez y su banda, Pancho Álvarez, Xurxo Núñez, María Sánchez e Itsaso Elzagoien; a la derecha de la imagen, el luthier y músico caspolino Carlos Morales. Detrás los gaiteros aragoneses que le regalaron una antología de piezas musicales.
A. C.

Carlos Núñez (Vigo, 1971) tiene un idilio especial con el Teatro de las Esquinas. Antes de que apareciese por las escaleras, la cantante Laura Padrino anunció que estaban de gira para celebrar los 25 años del disco con el que deslumbró al mundo. Antes de presentarse ni nada sonaron los primeros acordes. Núñez es, en sí mismo, un espectáculo: encandila, cuenta historias, explica los orígenes de los temas, busca parentescos, es popular y refinado, es erudito, simpático y seductor. Y se le ve que disfruta con la gente y que le gusta ver gozar a su público. Presentó, de inmediato, a su banda: al arraiano Pancho Álvarez, que vive en Galicia y tiene un molino en Portugal y es un guitarrista espléndido; a su hermano Xurxo, percusionista, disfrutón también, y responsable de las programaciones; a la violinista y cantante María Sánchez y a la acordeonista, multipremiada, Itsaso Elzagoien. Entre ambas, intentan dialogar, crear una atmósfera de complicidad y lo logran ante la mirada de Núñez, que es un incesante animador. Quiere que todos participen en la fiesta y que la alegría brote de adentro, del talento, de la entrega y de la emoción.

Este gaitero ilustrado empezó con preguntas, “¿Qué tal, cómo estáis? ¿cuántas veces hemos hecho este concierto aquí?”. Dijo que vive algo semejante a una historia de amor con las Esquinas (ya anunció que el año 2023 volverá a tocar el mismo día), y con Zaragoza, que “es un lugar importante para las músicas celtas”. Y arrancó, no podía ser menos, con una jota gallega muy especial: ‘A moura’. Él y su banda ya se metieron al público, más de 500 personas, entre ellos algunos niños, en el bolsillo. 

A partir de ahí, con esa estética que posee, ese modo de golpear con el pie, ora el derecho, ora rítmicamente el izquierdo, a medio camino entre el místico y el gaitero de aldea, desarrolló su programa, que en realidad es la búsqueda de un paraíso en la música, en la tradición popular de Inglaterra, Escocia, Irlandés, Gales o Cornualles, pero también de La Puebla de Sanabria y de Galicia, y se citó con Alfonso X el Sabio, con Martín Codax, el poeta de Vigo que compuso siete canciones inolvidables de amigo, cantigas de amigo (sonaron dos, una de ellas cantada por María Sánchez, y recordó que Amaral había grabado una de ellas y participaba en su disco). En esas cantigas de amigo, que Rosalía de Castro no llegó a conocer, la amada espera al amigo y habla de su amor y su desamor, de la espera y la esperanza, en conversación con la naturaleza, el propio mar o la isla donde está cercada.

Carlos y sus compañeros también tocaron ‘Danza de espadas’, un tema de su nuevo disco, y proyectaron el videoclip del single. Por llevarnos, el músico de Vigo nos llevó hasta Brasil, y por supuesto por el Camino de Santiago hasta el Pórtico de la Gloria en varias ocasiones, y contó diferentes historias de las piezas, de los instrumentos e incluso de sus artesanos. E incluso bromeó con Beethoven y recordó que al final de su vida se volvió menos grave y se interesó por los sones celtas. Y tocó varias piezas que demostraban esa pasión.

El concierto fue impresionante y variado. Y como suele ocurrir con Carlos Núñez estuvo plagado de sorpresas. Grandes, más grandes y festivas. Y poéticas y humorísticas: mostró una piedra azul que produce algunos hechizos, eso sí, se sabe que no devuelve el pelo a los calvos. El intérprete invitó a comparecer al lutier e intérprete aragonés Pablo Morales, con su organistrum, fabricado por él, y luego lo invitó a tocar su gaita de boto. Morales, que recibiría cariño y gestos de respeto y admiración por el músico, dijo que los mismos canteros que habían esculpido las figuras de los pórticos también habían hecho la escultura sonora de los instrumentos clásicos. Situados estratégicamente, aparecieron más de una docena de músicos con su gaita de boto, de la Banda de Gaitas de Boto Aragonesas, y todos juntos emprendieron la formidable aventura de tocar algo parecido al himno de la gaita en Europa. O algo así pareció sugerir Carlos Núñez. También llamó al grupo vocal Teselas Ensemble, de Aragón, totalmente rendido a su clase y su generosidad, para que cantase.

Cuando parecía que todo la música había sonado, incluso alguna pieza testimonial de ‘A Irmandade das estrelas’, Carlos Núñez, el maestro de la melodía, el auténtico flautista de Hamelín que encuentra paraísos allá por donde va y toca, empezó a animar al personal con un minihomenaje a sus amigos The Chieftains; finalmente le hizo sitio a un amplio grupo de espectadores a que danzasen con la banda varias piezas. Así, con el público en pie y los bailadores feliz y entregados, con María e Itsaso moviéndose de aquí con sus instrumentos culminó la noche.

La música no solo había sonado hermosa y rotunda, más vibrante y con auténtico swing que melancólica o saudosa. Carlos Núñez parece que tiene el don de mostrar que una gaita o una flauta nunca sonara tan bien antes. El público, entregado y empático, había venido a pasar una velada estupenda. Y muchos, muchos, se quedaron a saludar y a abrazar y a demandar un autógrafo de Carlos Núñez, que maneja todas las distancias y es un caballero con todo el mundo, incluidos los programadores, el equipo de montaje o el técnico de luces, Juan Tudela, para el que pidió un fuerte aplauso.

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