Redactor de Cultura de HERALDO DE ARAGÓN

Berna y Sara Calero: bailar por y para Sender y su 'Crónica del alba'

Los dos actores y bailarines en la función en el Teatro Principal.
Los dos actores y bailarines en la función en el Teatro Principal.
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Miguel Ángel Berna es, ante todo, un gran trabajador. Querría vivir y morir sobre la escena, querido y rodeado de aplausos. Siempre anda de aquí para allá en busca de funciones que le permitan crecer, abordar aspectos de Aragón y fusionar disciplinas, estéticas, movimientos y músicas. Emparentado con la jota, también ama el flamenco y a través de las castañuelas anima sus coreografías y su personal forma de bailar. Con Sara Calero, bailarina madrileña capaz de hacerlo todo, monta ‘Crónica del alba’ en el Teatro Principal (puede verse hasta el domingo 20 de noviembre), una adaptación sutil de Cristina Yáñez de las nueve novelas de Ramón José Sender, un libro impresionante y totalizador.

Atreverse a algo así en una hora y quince minutos es casi una gesta. U otra cosa: es una pieza llena de elipsis, que fragmenta y enfatiza, y que se resuelve por la vía de lo simbólico, de la imaginación libre y de la poesía. Es, a veces, casi un auto sacramental que hace pensar en ‘La vida es sueño’. El montaje consta de una plataforma y un andamio, con zonas de baile y descanso, cubiertos con una tela con relieves y diversos tonos. ‘Crónica del alba’, novela de novelas, es un pliegue y repliegue continuos de la memoria, una meditación dolorida y también luminosa del paso del tiempo, de los rostros perdidos.

Sara Calero y Miguel Ángel Berna forjan una hermosa alianza en escena.
Sara Calero y Miguel Ángel Berna forjan una hermosa alianza en escena.
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Las luces acompañan, igual que algunas frases. La obra ofrece apuntes, instantes, ecos de Valentina Ventura o de Isabel, la joven que inició en el sexo a Ramón J. Sender, que también amó platónicamente a Milagros Guerrero, abuela del pintor Jorge Gay.

Como suele ser habitual en los montajes de Berna, un elemento imprescindible es la música: una banda sonora, aquí grabada, de Alberto Artigas, Joaquín Pardinilla y Josué Barrés, entre otros, que funciona a la perfección y que alienta y mece a los dos bailarines, un Berna más sobrio, que vuelve a transformarse en un ser (Pepe Garcés-Sender) más bien atormentado, dueño del ritmo y concentrado, una Sara Calero, que comparte protagonismo absoluto y es el elemento misterioso: es la niña Valentina, la joven Isabelita, Amparo Barayón (la esposa del escritor, pianista, a la que fusilaron en Zamora), y otras, y es la bailarina que se cimbrea como el espejo de la musa, la inspiración, la melancolía, el amor, la tierra que se deja atrás y habita el recuerdo.

El flamenco está muy presente, pero también la música popular aragonesa, con y sin gaita, en una función que temblequea a su aire entre espectros y ángeles.

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