ocio y cultura

Muere a los 44 años la editora Diana Zaforteza, que vivió en Zaragoza de niña

Cofundó Alpha Decay y fundó Alfabia, donde publicó a Lou Reed, Leonard Cohen, Saul Bellow o a Daniel Gascón, entre los autores españoles

Diana Zaforteza intentó sacar adelante con ilusión su sello Alfabia.
Diana Zaforteza intentó sacar adelante con ilusión su sello Alfabia.
Archivo Unidad Editorial.

Ha muerto la editora mallorquina Diana Zaforteza a los 44 años. Era hija del ingeniero José Zaforteza, que trabajó varios años en Eléctricas Reunidas de Zaragoza y por eso ella residió en su infancia a orillas del Ebro. Cuando vino a presentar uno de los libros de su sello Alfabia, recordó sus días aquí con sus padres, los paseos hacia el Pilar, los días de cine. Diana estudió Humanidades en Barcelona. Su padre era amigo del editor Jorge Herralde, fundador del sello Anagrama a finales de los 60. Diana Zaforteza le contó al escritor y periodisa Álvaro Colomer para ‘El Mundo’: “Mi padre me inculcó el amor por la literatura. Vivió muy de cerca los comienzos de Anagrama y ayudó a Jorge Herralde en sus inicios. Ambos se profesaban una admiración mutua que pervivió hasta la muerte de mi padre en el 2001. Siempre quiso ser editor y aunque la vida le llevó por los derroteros del mundo empresarial, nunca fue un empresario al uso. De hecho, escribió un ensayo, titulado 'Cultura versus empresa', que me gustaría publicar algún día”.  

Sería en Anagrama donde Diana tuvo su primera oportunidad de acercarse al mundo editorial. Contó con el apoyo de algunos grandes agentes como Carmen Balcells y Andrew Wylie, que tuvo la cortesía de cederle autores y libros de su agencia a precios algo más bajos, cuando decidió echarse a volar entre manuscritos y libros.

Si en 2004 cofundó con su compañero de entonces Enric Cucurella, editor más tarde del oscense Javier Tomeo (lo llamaba ‘Cucu’), el sello Alpha Decay, desde 2008 empezaría a caminar sola y lo haría con constantes apuestas: publicó libros como ‘El cuervo’ de Lou Reed, ilustrado por Lorenzo Mattotti; no solo le editó sino que logró traerlo a Barcelona para la presentación. Publicó otros títulos de Leonard Cohen, Saul Bellow, en concreto las ‘Cartas’ del premio Nobel, Andy Warhol, Wislawa Szymborska (a la que le publicó dos volúmenes de prosas de sus inteligentes notas de lectura), Paolo Sorrentino, Enrique Vila-Matas, Sònia Hernández, Pierre Michon o David Vann, cuyo libro ‘Sukkwan Island’’ ganó en 2010 el premio Llibreter en Cataluña y fue editado más tarde también por el sello Literatura Random House. Publicó ‘Bearn o la sala de las muñecas’ de su paisano Llorenç Villalonga, en 2009, 50 años después de su publicación, con traducción del poeta y narrador mallorquín José Carlos Llop.

Publicó libros como ‘El cuervo’ de Lou Reed, ilustrado por Lorenzo Mattotti; no solo le editó sino que logró traerlo a Barcelona para la presentación

Diana Zaforteza padeció un tumor y luego un cáncer, pero jamás perdió la pasión por la literatura y por algunos autores. Como recuerdan los medios, y ha recordado ella, reabrió Alfabia (la había cerrado en 2016) para reeditar a Diego Gándara en 2019: ‘Movimiento único’. Le dijo entonces a Jesús Ruiz Mantilla para 'El País': “Publico libros que deben quedar en las bibliotecas, no estrellas fugaces ni de un momento determinado. Edito lo que creo que debe perdurar”.

Sus vínculos con Aragón, además de los períodos de la infancia, son indiscutibles. El zaragozano Daniel Gascón, que había sido descubierto por Xordica con ‘La edad del pavo’ y ‘El fumador pasivo’, publicó con ella su tercer libro, ‘La vida cotidiana’, y tradujo a varios autores: los citados David Vann, Saul Bellow (que tuvo mucha repercusión crítica y menos ventas), Junot Díaz y William Faulkner, en concreto la novela ‘Mosquitos’.

Diana Zaforteza, por ejemplo, quiso presentarse en sociedad en varias librerías de Zaragoza y organizó una cena con el que iba a ser su primer marido: el periodista y biógrafo de Joan Miró Josep Massot. Se celebró en La bodega de Chema y fue una velada preciosa donde ella recordó su estancia en Zaragoza, sus viajes, sus sueños, y mostró una inmensa sonrisa de felicidad. También asistió a algunos de los congresos de edición organizados por Cálamo. La pasión amorosa y la pasión editorial invadían su vida entonces y embellecían aún más su constante sonrisa. 

Tras su separación de Pepe Massot, se casó  con el productor musical Patrick Hoogvliet y tuvo un hijo, Max. Apasionada, simpática, dulce, un poco caótica también, melancólica, derrochaba encanto, candor y una gran capacidad de persuasión. Sabía hacerse querer como pocos.

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