Corita Viamonte: "Mi felicidad ha sido siempre el escenario"

Zaragoza, 1949. Figura de la canción, el cuplé, la música y la danza. Fundó una compañía de canto y baile y el grupo de majorettes de Zaragoza. Retirada desde 2020, el lunes 26 de septiembre celebra sus 70 años como artista en el Principal, el teatro donde debutó a los tres años.

Corita, con 4 años, y sus padres Juan y Corita
Corita, con 4 años, y sus padres Juan y Corita
C.V.

¿Recuerda su infancia como una época feliz?

Sin duda: hacía lo que más me gustaba. Mi felicidad ha sido siempre el escenario. Comencé con tres añitos en el Teatro Principal. Y ya no paré.

¿Qué le hizo reír por primera vez? 

Lo que se reía la gente con mis pequeñas gracias. Y Charlot.

¿Qué le hizo llorar?

La muerte de la madre de Bambi. De qué iba a pensar yo que pasaría algo así. También lloré cuando le rompí la cabeza a una muñeca.

¿Se sentía rara, especial?

No, aunque algo distinta sí que era: cantaba y bailaba más que ninguna.

¿Tenía algún complejo que le amargara?

No fui niña de complejos. Tampoco tuve mucho tiempo de tenerlos.

¿Cuál fue la calle de su infancia?

La calle Contamina de Zaragoza. En el número 21 estaba mi casa. Allí figura una placa con mi nombre.

¿Qué es lo que más y lo que menos le gustaba de Zaragoza?

Zaragoza me parecía muy bonita. Me gustaba todo de ella. Me encantaba salir a la ventana de mi casa y, cada mañana, ver llegar a una señora muy elegante, con su marido, a la joyería Aladrén. Me impresionaba verla con la capa y el sombrero de fieltro. También me gustaba mucho vivir tan cerquita de mi Virgen del Pilar.

¿Cuál es el episodio de su infancia o adolescencia que con más frecuencia vuelve a su memoria?

El día que debuté, a mis tres años, en el Principal. Nací como artista en ese teatro. Canté la romanza de ‘La tabernera del puerto’, con mi madre al piano. Pero la primera vez que salí al escenario fue en el teatro Fuenclara, el que luego fue cine Arlequín. Mis padres, Corita López y Juan Viamonte, representaban ‘Las golondrinas’. Yo estaba con mi abuela en el camerino. Al oír sus voces, quise ir hacia ellos y salí a gatas al escenario. Solo tenía un año y medio.

¿Tenía mucha conciencia política?

Nunca me ha importado la política.

¿Qué imagen tenía de Francisco Franco?

Me inspiraba una especie de resignación: era el que mandaba y qué se le iba a hacer. 

¿Era religiosa? 

Lo era y lo sigo siendo: católica, apostólica y romana.

¿Qué fobia forjó claramente en esos años?

A las ratitas, aunque soy amante de los animales. 

¿Vivió algún episodio que retrate el clima moral de la época? 

Nos marcaba mucho la censura. No podías decir ni hacer nada fuera del tiesto, aunque tampoco hoy es que se pueda decir y hacer tanto.

¿Hasta qué punto influía en su conducta el peso del ‘qué dirán’? 

Apenas me influía. Lo mejor y más saludable es no pensar en eso. Que digan lo que quieran.

¿La muerte le angustiaba o le provocaba algún tipo de tormento? 

Mi padre se desplomó y murió en la calle. Me angustiaba mucho pensar en eso.

¿Cómo ganó su primer dinero?

Tocando la batería con mi orquesta, a los 16 años. No creo que entonces hubiera muchas mujeres en Europa que tocaran la batería.

¿Cuál fue la primera estrella de cine que le fascinó?

Judy Garland en ‘El mago de Oz’. Yo quería ser como ella, una artista muy completa, que cantaba y bailaba. 

¿Y la primera persona que, en la vida real, le provocó una emoción sentimental inolvidable?

  Un amigo mío que me acompañaba al piano.

¿Qué libros o películas le deslumbraron?

Películas, ‘Blancanieves y los siete enanitos’ y ‘Sonrisas y lágrimas’; libro, ‘Don Quijote de la Mancha’: lo tuve que leer entero cuando estudié literatura. Qué castellano tan bonito.

¿Había alguna persona que conociera -que no fuera de su familia- a la que admirara de un modo especial?

Raquel Meller. La descubrí, poco antes de su muerte, en el programa de TVE ‘Amigos del lunes’, con Franz Johan, Gustavo Re y la perrita Marilyn de Herta Frankel. Yo tenía once años y ella era ya muy mayor. Interpretó ‘La violetera’ y me impresionó tanto, que enseguida le dije a mi madre que quería cantarla. Ese tema ha sido la canción de mi vida. A menudo se refieren a mí como ‘La violetera del cierzo’ o ‘La última violetera’, ¿Qué personalidad nacional o internacional fue para usted una referencia poderosa? John F. Kennedy y Winston Churchill. Y más antiguo, Abraham Lincoln. Cualquier cosa relacionada con él me interesaba. Y lo sigue haciendo.

¿Quiénes fueron sus grandes amistades?

Fernandito Esteso, Víctor Ullate y Lita Claver, ‘La Maña’. Nos conocimos muy niños, cuando pisamos el escenario del Teatro Principal. Aún se mantiene nuestra amistad. Esos son mis amigos, literalmente, de toda la vida.

De todo lo que le enseñaron sus padres, ¿qué es lo que caló en usted con más fuerza?

El sentido de la responsabilidad, el querer a mis semejantes, el valor de respetar y que me respeten. Aunque nunca se lo dije como tal vez merecía, siempre admiré mucho a mi madre. Fue el gran motor de mi vida.

¿En qué momento pensó a qué dedicar su vida?

Muy pequeña. Mis tatarabuelos ya eran artistas. Nací artista y nunca me planteé otra cosa. Además del bachillerato, estudié música (piano, solfeo) y otras cosas, como mecanografía. Mi madre decía que una artista nunca podía ser analfabeta.

¿Cuál fue su gran alegría? ¿Y la gran tristeza?

La gran alegría, cuando hice mi Primera Comunión. Ese día me sentí ya mayor. La gran tristeza, cuando murió mi padre. Yo tenía unos 20 años. Mi madre murió mucho más tarde, cuando yo ya tenía 51.

Si pudiera viajar en el tiempo, ¿a qué día volvería?

Al día que debuté en el Teatro Principal, a mis tres años. Salí muy mona al escenario, con un traje de organdí, unos calcetinitos de croché que me había hecho mi abuela, unos zapatitos blancos ¡y una chaqueta de angora, en pleno mes de junio! Me quité la chaqueta y dije ¡qué calor! Y la gente se echó a reír. 

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